¿Puede una añosa y desaparecida marca de vinos ser
calificada como “legendaria”? Desde luego que sí, cuando el que emplea ese
calificativo posee pruebas para sostener semejante adjetivación. Y ciertamente
creemos tenerlas, tanto como para asegurar que nos referimos a un producto emblemático del segmento de los
vinos dulces con una trayectoria de ochenta años en el mercado nacional. Y ello,
sin contar su generosa presencia en infinidad de testimonios y registros del
pasado, desde
libros contables hasta
publicidades y obras de la literatura
patria. Así tal cual fue el
Vino Cordero,
un proverbial artículo de consumo que logró perdurar en las estanterías del
comercio vernáculo desde mediados del siglo XIX hasta similar período del XX,
lapso en el que obtuvo el reconocimiento público como vino de postre argentino
por excelencia.


En 1867, Francisco Cordero comenzó
a comercializar un vino dulce al estilo de
los
célebres licorosos europeos que
tanta aceptación tenían en el mercado nacional (1). Eran los tiempos en que
oportos, marsalas, jereces y moscateles resultaban casi indispensables para las
buenas mesas argentinas. Incluso se les atribuían
propiedades cuasi medicinales para todo tipo
de malestares estomacales y respiratorios. De hecho, un eslogan típico de la
marca en cuestión a lo largo de su historia tenía que ver con el tema, y decía:
“El Vino Cordero vigoriza y fortalece.
Para postres, banquetes, tertulias, casamientos y bautizos. Por su pureza es un
vino ideal, de sabor exquisito y aromático”. Tal mensaje perduró por ocho
décadas con ligeras modificaciones, tanto en las publicidades como en la propia
etiqueta. En sus buenos tiempos bastaba pedir “un Cordero” para que el
interlocutor -mozo, pulpero, almacenero
o dependiente de cualquier local gastronómico del país- supiera de qué
se le estaba hablando.

Para destacar la celebridad y el prestigio que lo acompañó
durante su dilatada vida conviene empezar contrastando algunos hechos. Cuando
la etiqueta hizo su aparición pública, la industria vitivinícola argentina
estaba en pañales. La mayoría de los vinos eran comunes y se fraccionaban en
barriles para su despacho directo a la venta. El Cordero, mientras tanto, era envasado en una sólida botella de
vidrio adornada por la vistosa etiqueta que
pronto se hizo famosa. En ese orden de cosas, nunca fue un vino barato: su precio
se acercaba a los de varios artículos similares del Viejo Mundo. Desde el punto
de vista de los testimonios documentales que ya analizamos o que analizaremos
oportunamente en este blog, lo encontramos en las siguientes ocasiones:
1898: libro de stock del Ferrocarril Sud, a $ 4,50 la
botella de litro
1927: guía comercial del Ferrocarril Provincial de
Buenos Aires, a $ 0,40 la copa. (2)
1938: guía comercial del Ferrocarril Sud, a $ 0,40 la
copa
1943: revista y catálogo “La Cooperación Libre” de
El Hogar Obrero, a $ 2,25 (litro) y $
1,35 (1/2 litro)



Pero la cosa no se agota allí. Durante todo ese período
también era frecuente verlo en los principales medios gráficos de noticias y actualidad,
como
Caras y Carteas o
PBT. Sus propagandas alternaban cándidos
mensajes alusivos a reuniones familiares con otros de tono humorístico, en los
que no faltaban
las
caricaturas políticas y los versos. Famoso,
por ejemplo, fue el anuncio del año 1907 que mostraba una personificación del
presidente José Figueroa Alcorta durante una cena con la leyenda:
entre ustedes la navidad pasar, en La Haya
yo prefiero, por eso voy a brindar, por la Argentina primero, y el suculento
manjar, de la “Frutilla al Cordero”. (3)
Precisamente, fue entre las décadas de 1890 y 1920 que la marca alcanzó
su cenit de reputación, popularidad y ventas. Hacia 1930 su estrella comenzaba
a declinar lentamente, pero la obtención de un premio en la Exposición
Industrial Argentina de 1933 y 1934 le dio un nuevo impulso, como lo evidencian
varios folletos alegóricos impresos para
la ocasión
(4). Dos últimos datos
refuerzan la fama positiva que tenía el producto. En la comedia
¡Al Campo! de Nicolás Granada, estrenada
en 1902, una escena presenta a la protagonista femenina intentando suicidarse
mediante la ingesta de “Solución de Buffach y Vino Cordero” (5). Finalmente, en
el año 1900, el propio Francisco Cordero se presentó ante la justicia junto con
varias prestigiosas firmas de bebidas por un sonado caso de falsificación de
marcas que involucraba a un
tal
Generoso Mosca. Otros querellantes eran
Gerónimo Bonomi (por Amaro Monte Cúdine), Otard Dupuy, Cusenier, los hermanos
Branca (por Fernet Branca) y H. Secrestat (por Bitter Secrestat) (6).
El hecho da una idea bastante certera de los
productos a los que se equiparaba el Vino Cordero.

Bien, la cuestión es que el responsable de este blog pudo hacerse
de una botella genuina y cerrada del caldo de marras, cuya fecha de producción
se ubica en algún punto del decenio de 1940. Por supuesto, el manjar líquido
fue debidamente degustado y analizado por
nuestro eficaz equipo de cata. Pero
necesitábamos una entrada previa para profundizar sobre la historia de este
mítico vino dulce argentino. La crónica concreta de la degustación estará aquí muy
pronto.
CONTINUARÁ…
Notas
(1) Todo indica que Cordero nunca tuvo una bodega propia,
sino que era una especie de négociant que compraba vinos en Cuyo (especialmente en
San Juan) y los fraccionaba en Buenos Aires. La creación vinícola de su autoría
tuvo un éxito formidable que lo sobrevivió por mucho tiempo, ya que falleció el
25 de Julio de 1903. Sus herederas (esposa e hijas) continuaron en la actividad por al menos cinco décadas más.
(2) Señalado en la entrada del 30/10/2011
(3) En 1907, Roque Sáenz Peña encabezó la delegación
argentina en la Segunda Conferencia de La Haya sobre Derecho Internacional, en representación del presidente.
(4) A partir de 1871, cuando ganó la primera medalla en la
Exposición Nacional de Córdoba, el Vino Cordero obtuvo numerosas distinciones
en exposiciones locales e internacionales. Su etiqueta y contraetiqueta se caracterizaban por la
profusión de imágenes y mensajes relativos a tales logros.

(5) La
Solución de
Buffach era un potente insecticida de la época. Evidentemente la escena
satiriza el método de suicidio, porque la mezcla combina algo tóxico con un
producto reconocido como una delicia.
(6) El fallo se dictó el 21 de Mayo de 1900. El acusado
Mosca fue declarado culpable y condenado a pagar una multa de quinientos pesos.