viernes, 30 de diciembre de 2011

La edad de oro de los puros argentinos 4

A lo largo de tres entradas hemos dado una enumeración detallada de la industria nacional de cigarros en los tiempos pretéritos del 1890-1900, así como de su importancia y envergadura. Miles de obreros empleados, una activa comercialización local y una buena exportación de los productos manufacturados a ciertas plazas de renombre como la propia Europa, son algunos de los datos que nos hablan de una actividad asombrosamente próspera y dinámica. Sin embargo, hacia la década de 1920 todo ello era sólo un grato recuerdo del pasado. ¿Qué ocurrió con tan grande sector de la riqueza argentina? ¿Cómo pudo disolverse hasta casi desaparecer? Pues bien, la misma fuente que nos sirvió para conocer la mejor época de aquella notable rama industrial nos explica los motivos que causaron su deceso.
En efecto, la Historia del tabaco de Juan Domenech dedica un capítulo entero al tema que nos ocupa en esta entrada, bajo el título de "Cómo desapareció la industria nacional de cigarros de hoja". Para comenzar, cita las palabras de Juan Ponte López en la revista tabacalera "La Verdad" de Junio de 1926.


Según el citado, "lo que ha pasado con la industria de los cigarros tiene todos los caracteres de un mito helénico; pareciera que un Dios, acaso Júpiter Tonante, se hubiera obsesionado en perseguir y destruir esta industria tabacalera caída en desgracia. La administración fiscal y su burocracia han dejado arrinconada a esta industria, facilitando la expansión y progreso de los productos de compenetcia extranjera".
Todo indica que la institución de un "jurado" de personajes notables del sector en 1905 fue la clave de la ruina, puesto que semejante cuerpo estuvo compuesto exclusivamente por importadores que privilegiaron sus productos, creando una tabla de aforos al peso para los cigarros extranjeros y de impuestos al precio de venta al consumidor para la producción argentina. Analizando esta aparentemente trivial disposición, es posible darse cuenta de la enorme trampa que escondía. Mientras los cigarros extranjeros pagaban el impuesto por su peso, quedando luego libres para expenderse a cualquier precio en el mercado del país (con gran conveniencia para los importadores y minoristas), los cigarros de producción argentina debían pagar sus impuestos en relación al precio de venta al consumidor.


Lo antedicho parece mentira, ya que se trataba de una injusticia a todas luces contra la producción argentina, pero así fue. Domenech pone un ejemplo directo de acuerdo con la tabla de aforos del 11 de Junio de 1905: 1000 puros tipo "excepcional" (1) provenientes de la Habana pagaban $ 0,12 por unidad (peso total de 10 kilogramos), mientras que 1000 excepcionales argentinos elaborados con tabaco cubano (es decir, una calidad similar), pagaban $ 0,18 por unidad, tomando como base su precio de venta a $ 90 el millar. Muy simple: los empresarios locales debían abonar $ 60 más por cada 1000 cigarros; casi una multa por el delito de haber sido fabricados en el país.
La consecuencias de tamaño disparate avalado por el fisco no tardaron en llegar a través de un rápido y generalizado cierre de fábricas. Y lo que es peor, como dice Domenech. "la industria se disolvió literalmente y los miles de obreros, para no perecer, se refugiaron en sus casas y desde éstas comenzaron a lanzar sobre el mercado millones de cigarros de pésima calidad y sin impuesto, a precios de imposible competencia (...) De este modo se trocó esta próspera industria, todo en detrimento del trabajo, del consumo y del propio fisco, que secó una de sus mejores fuentes de ingresos".
Si se investiga un poco en las publicaciones de la época, la debacle se visualiza de manera clara gracias a la escasez de publicidades de puros argentinos durante las décadas siguientes, en contraste con la abundante cantidad de avisos de productos similares importados. Vayan como ejemplo los siguientes anuncios aparecidos en la famosa revista "Caras y Caretas" en el transcurso del año 1916.




Nada quedó de aquello, con excepción de un puñado de fábricas de toscanos (2) y algún que otro taller dedicado aisladamente a confeccionar puros propiamente dichos. Así, los argentinos se fueron acostumbrando a la idea (aún hoy vigente) de que su país nunca tuvo una producción destacada de cigarros con una calidad competitiva a nivel internacional. Una idea muy equivocada si volvemos a los últimos años del siglo XIX, ¿no es verdad?

Notas:

(1) Las vitolas (para el lego, los diferentes formatos y tamaños de los cigarros) no tenían entonces los mismos nombres que hoy. Dejando de lado al eterna y universalmente uitilizado "corona", hacia 1900 se empleaban otras denominaciones, tanto en la industria como en el comercio: londres, victorias, británicas, imperiales, princesas. Un cigarro excepcional era el equivalente al doble corona actual..
(2) En rigor, fue a partir de los comienzos del siglo XX que los toscanos comenzaron sus tiempos de gloria, que se extendieron desde 1900 hasta finales de la década de 1950. En apenas los primeros veinte años de ese lapso, en cambio, la industria de los puros argentinos "no toscanos" desapareció.

viernes, 23 de diciembre de 2011

Viejos consumos en la literatura argentina: el misterioso vino Panquehue o Panquehua

Hacia finales del siglo XIX y principios del XX, fueron varios los cronistas patrios que dieron cuenta del incipiente desarrollo económico, social y humano en los territorios del sur argentino. Mediante relatos de viajes que combinan la realidad con la ficción (siempre bien documentada), un puñado de escritores y periodistas de la época nos dejó la posibilidad de saber cómo eran las costumbres de los aún escasos pobladores en aquellos lejanos e inhóspitos lugares. Lo bueno del caso es que su lectura atenta puede descubrir algunas coincidencias bastante interesantes sobre ciertos consumos frecuentes en tan singular tiempo y entorno.
Ya hemos conocido en otra entrada al legendario Fray Mocho (José Sixto Alvarez), el costumbrista brillante que supo darle vida, con su pluma, a los personajes más estereotipados de la Argentina del 1900. Una de sus obras más importantes es En el Mar Austral (1898), estructurada sobre la base de un viaje realizado ocasionalmente por el protagonista, en el que participa de los hábitos de vida de los loberos y buscadores de oro. La travesía, que no fue realizada por el autor, se sustenta en las experiencias que le transmitiera su amigo el gobernador del territorio, coronel Pedro Godoy. Gracias a estas y a la pluma de Alvarez, En el Mar Austral resulta un libro más que ameno.


Entre numerosas peripecias que se van desarrollando durante la narración, los aventureros cazadores de fortuna llegan a un sitio ubicado en la Bahía Desolación. Allí desembarcan y descansan al cobijo de una casa que hacía las veces de refugio, hotel y fonda. En un momento, la descripción espacio-temporal se sitúa en medio del almuerzo: "cuando estuvo listo el potaje -uno de esos guisos de porotos con tocino y chorizos, que hacen la delicia del roto (1) chileno - el posadero improvisado llenó un plato de lata para cada comensal y, juntamente con una gran tajada de pan, hizo la distribución (...) El ruido de los dientes apagó la algarabía y durante cinco minutos el silencio se interrumpió para pedir más ración y vino Panquehua, que parecía brotar de un rincón oscuro al cual, cada vez que se oía una voz reclamándole, se acercaba Kasimerich con una jarra vacía, retirándose después con una llena..."


La cosa no tendría nada de extraordinario si no fuera por otra crónica de la época situada en la misma región e idéntico año. Se trata de La Australia Argentina, de Roberto J Payró (1867-1928), quien en este caso realizó el viaje personalmente y de manera real, llevando adelante una empresa prácticamente única entonces: la crónica de su "excursión periodística" a las costas patagónicas, Tierra del Fuego y la Isla de los Estados. La travesía, que duró varios meses desde su salida en vapor de Buenos Aires hasta su regreso al mismo lugar y por el mismo medio, está llena de vivencias verdaderamente apasionantes para todo interesado en la historia argentina menos conocida del sur: la vida en el presidio regional (2), la difícil tarea del abastecimiento a las poblaciones y los pesares de los últimos pueblos indígenas, entre otras.


Habiendo desembarcado en Ushuaia, Payró refiere la siguiente anécdota: "No tardé en encontrar en uno de esos escasos sitios de reunión (por no llamarlos otra cosa) a un antiguo vecino del territorio, con quien rato después charlábamos como viejos amigos y que, según parece, no deseaba otra cosa que desatar la lengua. Una botella de Panquehue avivó seguramente ese deseo." Pero la cosa no termina allí, puesto que al día siguiente vuelve a tropezar con el personaje de marras. "Me encontré, pues, en disposición de escuchar al hombre, que me invitó a seguirlo al escondrijo de la víspera" dice Payró, y continúa: "Una caja de sardinas, un pedazo de pan y una botella de vino Panquehue suplantaron a los mejillones (3) y dieron ánimo al narrador..."


Así tenemos sendas menciones de un mismo vino (4), hace más de cien años, en los confines del territorio de América. Las reflexiones y preguntas son muchas, pero trataremos de ordenarlas. En primer lugar, Alvarez habla de vino Panquehua y Payró de vino Panquehue. Pequeña diferencia, a no ser porque cada uno representa a cierta zona vitivinícola de Argentina y de Chile, respectivamente, donde entonces existían bodegas y vinos de renombre. Panquehua, al noroeste de la ciudad de Mendoza, es el distrito donde aún hoy se ubica la legendaria bodega González Videla, fundada en 1856. Llamativamente, con ese rótulo se conocía también al establecimiento en la jerga popular (la "bodega Panquehua de González Videla") y muy probablemente a sus productos comercializables.
Por su parte, Panquehue es una comuna chilena de la Sexta Región, también renombrada por ser la patria de numerosos viñedos y bodegas desde el siglo XIX. Un caso que merece atención especial es el de la Viña Errázuriz, fundada por Maximiliano Errázuriz Valdivieso, que hacia 1900 contaba entre sus marcas con una famosa etiqueta denominada "Vino Errázuriz Panquehue" (5).


Como siempre ocurre, los interrogantes aparecen y están servidos. Es obvio que el vino Panquehua o Panquehue era famoso y de consumo habitual en el sur patagónico hace cien o ciento diez años. Ahora bien, ¿sería una marca o un tipo genérico? ¿Sería blanco o tinto? ¿Cómo sería su sabor? No tenemos muchas certezas, ya que ninguno de los dos autores se explaya sobre el particular en ninguna otra parte de sus respectivos libros, mas allá de esa simple mención que quizás nos deje con nuestras preguntas para siempre, o quizás no. Y, por supuesto, con la extraña coincidencia que nos permite ubicar el misterioso producto en antiguos relatos de viajes perdidos por la distancia y el tiempo.

Notas:

(1) En la jerga actual del país trasandino, roto significa individuo de poca educación, pero antiguamente se denominaba así al personaje de la pobreza urbana, similar al ciruja argentino.
(2) Entonces era el de San José, en la Isla de los Estados. El célebre presidio de Ushuaia fue inaugurado recién en 1904.
(3) Hace referencia a un desayuno con mejillones frustrado por la lluvia de ese día.
(4) Existe la posibilidad de que se tratara de los dos productos según cada caso, es decir, el Panquehue chileno (mencionado por Payró) y el Panquehua argentino (mencionado por Alvarez), aunque francamente me parece muy remota.
(5) Si bien es una hipótesis muy sustentable por la coincidencia entre el nombre del vino y las menciones señaladas en los relatos, tiene el inconveniente de que era una marca de cierto nivel, mientras todo parece indicar de que tanto Alvarez como Payró se refieren a un artículo más bien económico.

miércoles, 21 de diciembre de 2011

Cafés, Fondas, Boliches y Bodegones en La Boca

¿Por qué motivo - más allá de su propia historia - La Boca continúa siendo un lugar referencial de la ciudad de Buenos Aires? El escritor Abelardo Arias ha ensayado una suerte de explicación (1) al decir que "tuvo y tiene esa personailidad e individualidad de las zonas portuarias de cabotaje y pesca, o de amarre de cargueros de menor porte y calado (...) Toda la gente normal ha necesitado un día imaginar que podía evadirse, ir a comer a sus cantinas y restaurantes, probar toda la gama de pastas, pescados y mariscos preparados por la cocina italiana y también cantar al ritmo de acordeones y guitarras bajo decorados de redes, anclas, faroles y estrellas marinas"
Amén del magnetismo que producen tales imágenes, casi irresistibles para un pueblo compuesto mayormente por descendientes de inmigrantes llegados en barcos, lo cierto es que La Boca es uno de esos sitios que supo construir de manera callada una historia singular. Allí no ocurrieron batallas ni revoluciones (como sí las hubo en Barracas, Once o Parque Patricios, por ejemplo), ni tuvieron lugar grandes acontecimientos políticos que justificaran un renombre tan perdurable. Pero La Boca tiene precisamente eso, su magia, que nos llega desde el pasado para que imaginemos cómo era en sus buenos tiempos.


Desde el punto de vista que nos convoca en este blog, el barrio en cuestión supo ser un polo gastronómico singular por su variopinta composición de locales, integrada por todos los tipos posibles de comederos, cafés, prostíbulos, bailetines y peringundines imaginables. Nada sorprendente, por cierto, tratándose de un vecindario netamente portuario, como lo fue desde los tiempos de la colonia española hasta la década de 1960.
Xavier Marmier, un autor y viajero francés que visitó nuestras costas hacia 1850 (2) nos dejó un relato bastante descriptivo al respecto, especialmente en lo relativo a los fondines y pulperías que se encontraban en las cercanías de la boca del riachuelo. "Son pulperías construidas de madera, próximas a los ranchos de los peones y rodeadas de cercos de pencas", afirma. Y citando a la llamada La Gran Fonda de la Marina, continúa: "donde un cocinero francés guisa los corderos y los pollos con todas las regias artes". Otro relato, unos años más tarde, refiere lo siguiente respecto del ambiente ribereño de La Boca: "en las hosterías se come bien y se bebe mejor, desde luego más barato que en la ciudad" (3).


En las últimas décadas del siglo XIX, la explosión demográfica experimentada por Buenos Aires gracias a la inmigración tuvo mucha fuerza en el sitio de referencia, dado que allí se instaló una colectividad italiana (especialmente piamonteses, ligures y napolitanos) sumamente numerosa. Las crónicas de entonces hacen mención de la confitería de Sebastián Gambaudi, del café de Torres (un infiltrado galaico, por lo visto), del almacén y bar de Fieramosca, en la esquina de Almirante Brown y Olavarría, así como de los establecimientos de moral algo más cuestionable, como eran The Droning Maud (4), o el Café del Sur del "Tano Genaro" (5). En éstos no importaba tanto el tema gastronómico, sino el ambiente y la presencia del comercio sexual, mucho más activo en esos años de los que muchos pueden pensar hoy. Eso no significa que todo el mundo asistía allí con ese exclusivo fin, pero sí al menos para beber algo potente, divertirse al compás de alguna música y fumar cigarrillos y cigarros baratos pero fuertes.


La apertura del nuevo Puerto Madero entre 1889 y 1898 le quitó a la boca del riachuelo parte de su protagonismo, pero de todos modos siguió siendo un lugar de amarre para buques cargueros de porte pequeño y mediano, especialmente en el rubro de la lana y el tabaco (del lado de Avellaneda), los materiales de construcción (arena, cal), el carbón y otras mercaderías. La existencia de depósitos y algunas índustrias, tanto allí como en Barracas, mantuvieron el movimiento y la actividad por varias décadas más. Paralela y paradójicamente, la lenta pero inexorable desaparición del viejo ambiente marinero le dio, desde mediados del siglo XX, un renovado impulso a la actividad gastronómica y posteriormente a la turística, gracias a aquella antigua gloria (hoy desaparecida en el barrio) de la comida italiana rica y abundante.


Si bien es cierto que buena parte de esos locales tenían por objeto la diversión y daban de comer bastante mal, quien suscribe tiene plasmados en la memoria de su primera infancia algunos almuerzos y no pocas cenas en excelentes bodegones como Chiquito o La Barca de Bachicha, así como sus cazuelas de mariscos, sus arroces a la milanesa, sus gloriosos pescados fritos y sus pastas.
Hoy queda poco de aquel esplendor: sólo una pequeña fracción de la Vuelta de Rocha (6) y el célebre Caminito (7), con mucho colorido estridente, espectáculos para turistas y unos pocos locales con precios equiparables a Londres o Nueva York, aunque ya sin barcos, sin inmigrantes y sin cargas arribando a sus costas. Pero el viejo fantasma boquense sigue errando, o al menos es lo que siente el autor de este blog cada vez que se larga a caminar por esas viejas y queridas calles.

Notas:

(1) La frase de Arias data del año 1973, cuando los viajes al exterior no eran tan frecuentes y asequibles como hoy en día. Digamos que en la actualidad existen otras formas de evadirse.
(2) Autor del libro Buenos Aires y Montevideo en 1850.


(3) Hasta bien entrada la década de 1880, el barrio de La Boca era considerado un suburbio y estaba, en efecto, urbanísticamente separado de la ciudad por un amplio descampado. Para llegar a él había que ir por el denominado Cammin Vegïo (camino viejo en Genovés), es decir la calle Necochea, o bordear el Parque Lezama, doblar por la Punta de Doña Catalina (Paseo Colón y Martín García) y tomar por la actual Av. Almirante Brown.
(4) Legendario café y cabaret regenteado por Carolina Maud, una ciudadana norteamericana de color arribada a nuestro país hacia 1900. La negra Carolina, como la llamaban cariñosamente los parroquianos de su local (entre quienes figuraron Jack London y Eugene O'Neill), falleció en 1927.
(5) Sobrenombre popular de Genaro Espósito, un miembro de la legendaria "Guardia Vieja" del tango.
(6) La vuelta de Rocha se llama así debido a  la violenta curva que hace el riachuelo en ese lugar. El apelativo se remonta a los principios del siglo XIX por la denominación de una barraca situada en el paraje. Luego vienen otras dos "vueltas" del riachuelo: la de Badaracco (inmediatamente después de la de Rocha) y la de Berisso (poco antes del Puente Pueyrredón).
(7) No muchos saben que caminito fue un antiquísimo ramal ferroviario inaugurado en Octubre de 1865, desde la vías del Ferrocarril a la Ensenada hasta el puerto de La Boca. En 1922 fue desactivado, pero las vías permanecieron por muchos años y sólo fueron levantadas en 1959. Las siguientes son dos fotos de la misma sección de Caminito en 1940 y en 2010 (la segunda foto está sacada apenas unos pocos metros más atrás). Nótese la presencia de nuevas aberturas y modificaciones en la construcción de la izquierda, evidentemente hechas con posterioridad a la foto más vieja.


martes, 13 de diciembre de 2011

Las bodegas perdidas de Escobar y Quilmes 2

Siguiendo con la historia de aquellos vinos de calidad que se producían en las afueras de la ciudad de Buenos Aires un siglo atrás, nos vamos ahora hacia Quilmes, en el sur del conurbano. De acuerdo con  nuestra fuente, -el libro La Vitivinicultura argentina en 1910-,  el viñedo del italiano Andrés Rosso fue el primero que se plantó en la provincia de Buenos Aires gracias a los amplios conocimientos de su propietario en materia de vitivinicultura. Así, en 1875 dio inicio a los cultivos, que en 1910 ascendían a 45 hectáreas combinadas entre la uva americana y las europeas "Valenciana, Nebbiolo y Franckenstal importadas de Italia y Francia", con una densidad oscilante entre 3.500 y 3.800 cepas por hectárea. La bodega, contigua a la viña, podía producir 560.000 litros de vino, si bien la elaboración rondaba los 300.000 litros en ese momento. Pero lo más interesante estriba en el suceso comercial de su vino, al parecer de un tipo único tinto, "que imita al francés y se cotiza a precios elevadísimos", siempre dentro de su zona de influencia, en este caso vagamente señalada como "en la misma provincia y en la metrópoli". El texto continúa haciendo referencia a la popularidad de la marca Por su solo esfuerzo, cuyo escudo consta en una ilustración adjunta. Los autores aseguran que "en ciertos barrios de Buenos Aires tiene fama este artículo, ignorado por muchos otros que lo creen de procedencia extranjera".


Y una vez más, sus páginas cierran con un elogioso comentario hacia el dueño de la firma, que reza textualmente: "la obra realizada por el señor Rosso es altamente meritoria. Dotado de una inteligencia poco común, ha ido paulatinamente formando su establecimiento, que es sin duda uno de los más pintorescos del pueblo de Quilmes. El ejemplo del señor Rosso merece recomendarse en estas páginas; con los hechos ha venido a destruir los prejuicios que existían sobre las condiciones del suelo y el clima de la provincia de Buenos Aires para el éxito de las explotaciones vitícolas y vinícolas".
Lamentablemente, mucho más escuetas, genéricas y poco descriptivas son las referencias al establecimiento de David Spinetto, lindero al de Rosso y fundado algunos años después que éste. Sólo sabemos así que "las prácticas adoptadas por el señor Spinetto en su viñedo son modernas", y que "en la elaboración ha puesto su mayor atención, obteniendo productos perfectamente acreditados que hallan fácil salida en el mercado". Permanece en el misterio la composición del encepado, así como la magnitud del viñedo y la capacidad de su bodega. Sin embargo, en las imágenes correspondientes, es posible observar el interior de una importante nave repleta de toneles y cascos de roble.


Resulta muy lógico sorprenderse ante los datos precedentes luego de tanto tiempo de monopolio de las provincias cuyanas en la producción de vinos. Más asombroso todavía es venir a enterarse de que las opiniones más autorizadas de la época le asignaban a la provincia de Buenos Aires un promisorio futuro en la industria vitivinícola, con ventajas competitivas de cercanía que abarataban fuertemente los costos, tanto para los vinos como para la uva de mesa. El flete de un canasto de uva de Cuyo a Buenos Aires, por ejemplo, costaba 2,50 pesos en un tren de carga regular,  mientras que la tarifa desde Escobar ascendía a sólo 0,20 pesos, es decir, menos de la décima parte. Tratándose de un tren especial de fruta, la diferencia era aún mayor: 1,80 pesos para el canasto de Cuyo y 0,10 para el de Escobar. Por el lado de los cascos de roble (forma de transporte y expendio casi excluyente hasta bien entrada la década de 1920), los costos desde Cuyo hasta Retiro ascendían a un valor entre 8,50 y 9 pesos por unidad, en tanto que desde Escobar la tarifa era de apenas 1 peso.


Sería muy largo tratar de analizar los motivos que hicieron desaparecer a la industria del buen vino en las cercanías de la ciudad de Buenos Aires, ya que las hay de muy distinto origen. Los reveses económicos, el desconocimiento técnico de algunos emprendedores, las leyes de la década de 1930 que abrieron paso para el monopolio de Cuyo y los prejuicios culturales, son algunas de ellas. Pero las mentalidades han cambiado, al tiempo que surgen empresarios audaces dispuestos a reconstruir la vitivinicultura en distintos puntos del país. Por eso, es bueno finalizar con las últimas palabras del capítulo bonaerense de aquel libro olvidado: "la vitivinicultura avanza, pues, con paso sólido y gallardo para transformar los campos incultos de circundan a la Capital y a las ciudades populosas del litoral, en un brillante emporio de riqueza, de población, de cultura, de prosperidad y de bienestar colectivo".

jueves, 8 de diciembre de 2011

Historia de los toscanos Avanti 2

A comienzos de la década de 1930, la fama de los toscanos era equiparable a la de las principales marcas de cigarrillos, bebidas y alimentos. De hecho, en esos tiempos se formó el rótulo de "toscano" en la jerga porteña (y argentina) para definir a cualquier tipo de cigarro puro, fuera o no imitación de los célebres productos italianos y sus émulos nacionales. Tiene un toscano en la boca, por ejemplo, es una frase que ha llegado hasta nuestros días para referirse a alguien que habla como si tuviera un objeto entre los labios, y semejante comparación viene de un ayer en el que millones de personas pasaban buena parte de su vida saboreando los fuertes productos que nos ocupan.
En ese contexto, el mercado estaba prácticamente monopolizado por la marca Avanti y por la no menos conocida Regia Italiana (1). Como hemos visto, los Avanti contaban con una sólida presencia en todo el territorio argentino y en algunos países limítrofes desde 1902, cuando la Compañía Introductora de Buenos Aires abrió una enorme fábrica para tal fin en el barrio de Villa Urquiza. Una estadística del año 1936/37 (2) señalada por Juan Domenech en su Historia del tabaco indica un consumo anual de 133 millones de toscanos en nuestro país, de los cuales alrededor de 70 millones pueden atribuirse a los Avanti de la CIBA (3). Había todo tipo de publicidades sobre la afamada marca, que además comenzó a lanzar unos populares almanaques de fin de año, casi siempre adornados con motivos gauchescos, cuyos exponentes aún circulan y son muy apreciados por los coleccionistas.


Entretanto, la CIBA continuaba invirtiendo con fuerza en la provincia de Misiones para mejorar las variedades tabacaleras existentes y fomentar el cultivo del tabaco Kentucky, el original del toscano italiano, poseedor de un aroma penetrante, rico y característico. Hacia 1940, esta empresa obtuvo sucesivos créditos del Banco Nación destinados a ese fin y bien puede decirse que a mediados del decenio logró llevar al Kentucky a sus valores máximos históricos. La producción toal de tabaco en Misiones en 1944 ofrecía los siguientes guarismos, expresados en kilogramos (4):

Criollo Misionero   6.885.992
Kentucky                 965.000 (5)
Negro en cuerda     796.000
Cubano                   493.000
Maryland                 400.625
Habano                     15.809

Era la era dorada del toscano en Argentina, que se vendía en todo tipo de comercios, especializados o no, al igual que los cigarrillos de mayor circulación. Era la época en que se fumaba fuerte, cuando los cigarrillos negros sin filtro dominaban la escena y los puros de sabor pronunciado les seguían de cerca.


Pero los tiempos cambian, como siempre lo hacen, de manera lenta e inexorable. Al promediar los cincuenta el consumo de puros en general, y de toscanos en particular, comenzó a declinar. Aquellos inmigrantes italianos de fines del siglo XIX se iban yendo y no eran suplantados por ningún grupo humano parecido. Las modas dictaban la rápida inclinación hacia el cigarrillo rubio con filtro, tal como se observaba en las figuras del cine y de la incipiente televisión. En 1958, la CIBA decidió cerrar su fábrica de Villa Urquiza y trasladarla a la ciudad de Posadas, quizás por una cuestión de costos y de envergadura. El establecimiento de Guanacache y Burela era demasiado grande para un mercado en contracción. Los celebérrimos paquetes de dos toscanos así lo confirman, dado que el nuevo domicilio de fabricación fue inmediatamente modificado en los envases durante fines de la década de 1950. De Guanacache 5621, Buenos Aires, pasó a Av. Roque Pérez 391, Posadas. (6)














Así permanecieron las cosas hasta 1968, año en que la CIBA se dispuso a discontinuar definitivamente sus actividades tabacaleras y cerró la factoría misionera. A partir de entonces, distintas empresas compraron la marca y continuaron elaborando los Avanti, casi siempre respetando los parámetros esenciales del producto, como el origen mesopotámico del tabaco. No obstante los cigarros, como los tiempos, nunca fueron los mismos. Hoy sólo podemos degustar algo bastante parecido, pero nunca igual, a los únicos, irrepetibles e inmortales Avanti de la Compañía Introductora de Buenos Aires.

Notas:

(1) La historia de esta otra marca de toscanos será tratada en próxima entradas.
(2) Segundo semestre de uno y primero del otro. Cita de la revista Impuestos Internos.
(3) En la entrada futura recién anunciada de Regia Italiana desglosaremos esas cifras y demostraremos por qué se puede saber sin mayores inconvenientes cuánto corresponde a cada marca.
(4) Ya hemos aclarado esto antes, pero vale la pena reiterar que los rótulos de las variedades estaban dados de un modo muy empírico. Tabaco cubano no significa que las semillas fueran de ese origen, sino que era un tipo bastante similar a las variedades de aquella isla. Del mismo modo, no se explica muy bien la presencia de cubano y de habano como entidades diferentes. Repito: hay que tomar esos nombres con bastante cautela, y probablemente lo mismo se debe hacer con el "Kentucky" de la CIBA, aunque existen testimonios de que, al menos originalmente, se trajo tabaco y hasta expertos cultivadores desde USA.
(5) Hoy sólo se producen 30.000 kilogramos de Kentucky en Misiones. Ello da una idea de la importancia que la producción toscanera tenía dentro de las cifras generales del tabaco.
(6) El cambio también está implícito en la otra presentación tradicional de los Avanti: el paquete de 4 medios toscanos. En la segunda imagen a continuación el domicilio se encuentra parcialmente tapado por la estampilla fiscal, pero igualmente se aprecia bien la leyenda Av. Roque Pérez 391, Posadas.



miércoles, 7 de diciembre de 2011

Cuando la cerveza venía en botella de gres

Quienes nacimos en la segunda mitad del siglo XX nos acostumbramos a pensar en la cerveza como una bebida presentada en botellas de vidrio o en latas. Sólo las viejas películas son capaces de poner en nuestro conocimiento que alguna vez existieron otros métodos de fraccionamiento y expendio, como los barriles de roble. Pero poco sabemos acerca de una manera de envasar la cerveza para su despacho al consumo que fue extremadamente común  y popular durante la mayor parte del siglo XIX y los comienzos del XX. Se trata de las botellas de gres, un material cerámico de alta calidad y mucha resistencia, al punto de que las botellas, una vez desechadas, solían ser empleadas como soportes en la construcción de contrapisos.
La industria cerámica tuvo un gran desarrollo en la Inglaterra victoriana debido a que las fábricas empleaban una enorme masa de obreros, lo que provocó la necesidad de subsidios estatales para evitar el achicamiento o el cierre de las factorías durante las épocas de crisis. Por ese motivo, los envases de gres provenientes de las islas británicas eran relativamente baratos en comparación con el costoso vidrio, que además no había sido plenamente desarrollado a escala industrial como sí lo estaba el material que nos ocupa. Los primeros registros de cerveza inglesa fraccionada en gres e importada desde nuestro país datan de principios del siglo XIX. A partir de 1820, y especialmente luego de 1840, la proliferación de fábricas artesanales de cervezas argentinas produjo un fuerte incremento en la importación de botellas para abastecer a esta próspera actividad.


De hecho, desde la década de 1840 hasta bien entrado el decenio de 1890 la cerveza se consumía más que el vino, como lo demuestran los descubrimientos arqueológicos urbanos. Al respecto, Daniel Schavelzon (1) señala que "la bibliografía de la época está signada por este tipo de descripciones, ya que el consumo de cerveza y de ginebra en el siglo XIX superaban ampliamente al del vino, por lo que se introdujeron al país millones de botellas que aún son habituales en contextos rurales. Su alta calidad ha hecho que, pese al tiempo transcurrido, aún continúen en uso o se conserven en excelente estado".
El correr de los años hizo que a los envases más antiguos, presentados con simples etiquetas de papel, se sumaran otros mucho más vistosos y elaborados, con la marca incisa en el mismo gres o con etiquetas cerámicas de color generalmente celeste. Los tres tamaños más comunes eran los de 350, 400 y 600 centímetros cúbicos.



El gran consumo de cerveza en esos tiempos queda evidenciado no sólo por la gran cantidad de ejemplares que se descubre en las excavaciones, sino también por el número de fábricas existentes. La crisis de 1890 produjo las primeras quiebras y la actividad se redujo en un 25%, de modo que en 1895 fueron censadas 61 fábricas en toda la Argentina, que empleban a 957 personas (2).
Todo indica que existía una buena variedad de tipos y sabores. De acuerdo con documentación analizada por el especialista Jorge Di Fiore (3), vale el ejemplo de la Cervecería Italiana de Antonio Lagomarsino, que solicitó la adjudicación en 1876 de las marcas suyas en uso, con los nombres “Cervecería Italiana”, “Birra di Chiavenna”, “Bockbier”, “Cerveza Alemana” y “Porter”, cada una de las cuales tenía distinto sabor.
Para evitar que la presión hiciera saltar los tapones, los porrones venían cubiertos por un bozal metálico similar al de las botellas de vino espumante, cuya parte superior solía llevar el dibujo de una cabeza de chancho. Ello hizo que durante años se conociera al envase más extendido (el de tipo sinusoidal) con el apodo de "chancho" (4). Tampoco hay que descartar que al uso del apelativo ayudara, en parte, el perfil bajo, rechoncho y de color claro que presentaban los simpáticos contenedores cerveceros.


A comienzos de la Primera Guerra Mundial el gres fue perdiendo protagonismo paulatinamente a manos del vidrio. La última importación argentina de estas botellas se realizó en 1916, pero es razonable suponer que la reutilización de los sólidos envases hizo continuar su empleo por un par de años más. Luego, aquellos nobles recipientes, casi indestructibles, pasaron a cumplir funciones hogareñas decorativas (floreros) o prácticas (cantimploras, "bolsas" de agua caliente para cama), pero ya no volvieron a verse en las mesas de fondas, pulperías y boliches. Por fortuna, su extraordinaria resistencia conservó miles de ejemplares para la posteridad.

Notas:

(1) Arquitecto y arqueólogo. Titular de Centro de Arqueología Urbana de la UBA. Existen intersantes notas sobre arqueología de Buenos Aires y de otros sitios de América en su página http://www.danielschavelzon.com.ar/ y en la del CAU http://www.iaa.fadu.uba.ar/cau/
(2) Datos del censo 1895 citados por el Sexto Congreso Nacional de Estudios del Trabajo.
(3) Coleccionista e investigador. Posee una nutrida colección que se puede ver en su web http://www.botellasdecerveza.com.ar/  junto con documentos, testimonios y datos relacionados al gres.
(4) En la entrada del 30/10/11 "Cuando el vino se tomaba en tren" mencionamos la extraña presencia de la cerveza "Chancho" en 1927, es decir, casi 10 años después de que dejaran de importarse los envases de gres y cayeran en desuso todas las costumbres aledañas a ellos. Una posible explicación es que en Uruguay existía (y exisitió hasta la década de 1970) una cerveza con esa misma marca explícita. ¿Se importaría desde Argentina? Eso es muy posible, como lo indican algunas publicidades en la revista argentina "Caras y Caretas" de la década de 1910. La siguiente es una antigua etiqueta de la cerveza marca Chancho


viernes, 2 de diciembre de 2011

Vendedores ambulantes en la Buenos Aires de antaño

La figura del vendedor ambulante ha sido una de las más representativas de la antigua Buenos Aires. Desde la época de la colonia hasta mediados del siglo XX, lecheros, verduleros, fruteros, panaderos, aguateros y muchos otros trabajores "especializados" de la venta ambulante supieron recorrer las calles de la ciudad para abastecer a las familias de todos los barrios porteños y suburbanos. De aquella enorme variedad hoy sólo subsisten los soderos y los diarieros, amén de algún que otro agónico sobreviviente en el ámbito de los huevos, las frutas y no mucho más que eso. En esta ocasión nos vamos a ocupar de los representantes de tres ramas de la venta ambulante muy populares en los viejos tiempos y actualmente extinguidas por completo: el vendedor de pescado, el carnicero y el cigarrero.
Resulta francamente complicado imaginar en nuestros días a una persona ofreciendo el pescado por la calle, pero tal cosa era más que corriente en el lejano ayer, cuando un Río de la Plata aún no contaminado ofrecía la posibilidad de obtener una amplia variedad de especies ictícolas comestibles que llegaban desde las desembocaduras del Paraná y el Uruguay. A ello ayudaba, asimismo, la inexistencia de represas y otros impedimentos para la aparición de los apetecibles ejemplares en las costas cercanas a la metrópolis. El lugar más utilizado para la pesca de costa era el extenso paraje llamado entonces "Tierra del Fuego", que comprendía la ribera del río desde Retiro hasta el bajo de Belgrano (1). Allí, los pescadores desarrollaban su actividad en horas tempranas para luego salir a ofrecer su mercadería por las calles. En algunos casos, al pescado fresco se sumaban ciertas piezas de caza como perdices y otras aves. Las fotos siguientes datan de la décadas de 1860 y 1890, respectiva y aproximadamente. El segundo caso resulta más interesante por su valor vivencial y sus detalles llamativos, como la gente de color en el fondo y el cigarro que está fumando el comerciante callejero de marras.




Otro representante de tan cotidiana actividad era el carnicero. José Antonio Wilde describe sus vehículos/puestos como "unas carretillas con toldos y costados de cuero en que se vendía la carne colgada en ganchos". Por lo visto, las cosas no cambiaron mucho entre los tiempos a los que se refiere esa reseña (1810 a 1830) y las décadas finales del siglo XIX, cuando la proliferación de las carnicerías como comercios fijos y bien establecidos en ferias y locales de barrio terminó con este modismo comercial andariego, al igual que con el de los vendedores de pescado. De manera concomitante, el paso de los años trajo consigo la puesta en vigencia de normas cada vez más estrictas en todo lo relativo a la seguridad alimentaria y la salubridad pública, especialmente a partir de las epidemias de cólera (1867) y fiebre amarilla (1871) que azotaron a la "Gran Aldea". Con todo, vale una imagen para recordar su estampa pintoresca.


Un último tipo de vendedor ambulante muestra una faceta completamente distinta de la cuestión, ya que al no contar con impedimentos derivados de la frescura (o la falta de ella) exigible a sus productos, logró sobrevivir hasta bien entrado el decenio de 1960. Nos referimos al cigarrero ambulante, el que armaba su "puestito" en diferentes puntos de la ciudad, casi siempre en sitios de mucho movimiento. La foto que ilustra el caso data de 1900-1905 y pertenece al conocido fotógrafo norteamericano Harry G. Olds, quien tuvo el buen tino de dejar testimonios visuales sobre la vida callejera de diferentes ciudades de Latinoamérica, como Buenos Aires y Valparaíso, con un notable hincapié en los vendedores ambulantes de todos los tipos.



Elegí poner esta foto más grande (2) para referirme a algunos detalles interesantes. Por ejemplo, lo escueto y precario de la instalación no impedía cierta variedad de productos, compuesta por diversos cigarrillos y una pequeña selección de cigarros. El paquete abierto en el extremo derecho es de toscanos o, en su defecto, de caburés (especie de medio toscano más grande), y se trata del mismo producto que está fumando el vendedor. También se visualiza claramente la marca que "auspiciaba" el puesto, producida y comercializada por "La Abundancia" (3),  mientras que en el fondo se observa un cartón de Dandicito, célebre etiqueta de la fábrica "La Invencible". El lugar de la toma, sin ningún lugar a dudas, es el puerto de Buenos Aires, más precisamente la zona de Puerto Madero.
Pescadores, carniceros y cigarreros ambulantes: imágenes de tiempos idos, pero no por ello olvidados

Notas:

(1) El lugar era bastante célebre por su fama de "malevo" y porque allí se refugiaba la gente de avería, como se denominaba a los marginales de la época. Vale la pena tener en cuenta que la franja mencionada era mucho más estrecha que la actual, ya que a la altura de Belgrano el río llegaba a bordear la avenida Libertador y frecuentemente inundaba la estación de tren, durante las crecidas más fuertes.
(2) El autor de este blog recién acaba de darse cuenta cómo hacer para manejar el tamaño de las fotos. Por ello, aquí va más grande la foto del Paseo de Julio mencionada y analizada en la entrada del 4/11 "Cafés, Fondas, Boliches y Bodegones en el Paseo de Julio", con el cartel de la cigarrería señalado con flecha y círculo.


(3) Establecimiento mencionado por Domenech en la Historia del tabaco. Ver entrada anterior.