No muchos argentinos saben acerca de lo bien que se
presentaba el futuro para nuestra patria en 1910, cien años después de su
creación. Los festejos del centenario tuvieron como marco a un país que se
había vuelto pujante
en todos los
órdenes, luego de largas décadas de desencuentros. La primera década del siglo
XX resultó ser contemporánea al enriquecimiento de la república en base a un
modelo agroexportador, a la afluencia masiva de inmigrantes europeos y al
poblamiento y explotación de las regiones más ricas de nuestro territorio.
Mientras tanto, los antiguos enfrentamientos se habían atenuado, la política se
había vuelto una práctica pacífica y los acuerdos proliferaban.. En esa
coyuntura económica y social tan favorable florecía una industria del vino no
menos prometedora, que comenzaba a cobrar dimensiones realmente importantes
frente al desafío de ofrecer productos de buena calidad y proveer el suministro
necesario para la creciente población. La introducción de variedades europeas
de uva en 1853, el arribo del ferrocarril a las tierras de Cuyo en 1885 y la
masiva llegada de pobladores extranjeros - algunos deseosos de producir vino y
muchos de consumirlo - habían acelerado considerablemente el fenómeno, como lo
demuestra el siguiente cuadro comparativo.

Evolución del viñedo
argentino entre 1872 y 1910
(cifras expresadas en hectáreas)
1872 3.650
1888 25.654
1895 33.459
1907 55.529
1910 121.137

En los primeros años del siglo XX ya existía una importante
oferta de vinos finos, generalmente imitaciones de algunos productos europeos
que constituían la base del consumo de las clases acomodadas, junto a una
fuerte importación de los vinos franceses más famosos. Además se elaboraban
vinos de menor valía destinados a las clases menos pudientes, pero todos los
registros hacen suponer que las etiquetas más modestas de la época eran
significativamente superiores a sus similares de cincuenta o sesenta años
después. Los indicios sobre esa actividad vitivinícola de hace cien años
resultan sorprendentes por la cantidad de circunstancias comparables a las
actuales. No deja de asombrar, por ejemplo, el amplio predominio de las
variedades finas por sobre los cepajes comunes, con el Malbec a la cabeza de
las tintas y el Semillón reinando entre las blancas. Los viñedos también
rebosaban de Cabernet, Verdot, Pinot Noir, Torrontés y Sauvignon, como
exponentes emblemáticos de una clara y genuina intención de producir vinos
respetables. El marcado interés en experimentar con nuevas variedades de
calidad
es una circunstancia de la época
históricamente incuestionable; bien puede afirmarse que el abanico
ampelográfico tan propio de los viñedos argentinos empezó a gestarse durante la
primera mitad de esa década de 1910, cuando no faltaba mucho para que entraran
en escena más cultivares prestigiosos como el Merlot, el Syrah y el Chardonnay.
Otra acentuada semejanza con la industria de hoy es la proliferación de nuevos
establecimientos, especialmente por el carácter pequeño, artesanal y familiar
de muchos de ellos, en contraste con la tendencia al gigantismo que
caracterizaría al sector a partir de la Segunda Guerra Mundial.
Producción de vino
por cantidad y capacidad de bodegas, año 1910
(en todo el territorio nacional)
2564 bodegas de menos
de 500 hectolitros: 16.725.719
litros
468
bodegas de 500 a 2000 hectolitros:
28.492.319 litros
165
bodegas de 2000 a 5000 hectolitros:
41.230.369 litros
125
bodegas de 5000 a 20.000 hectolitros:
112. 197.406 litros
25
bodegas de 20.000 a 40.000 hectolitros:
73.638.426 litros
10
bodegas de 40.000 a 80.000 hectolitros:
50.099.316 litros
2
bodegas de más de 100.000 hectolitros:
41.229.237 litros
3361 bodegas
363.602.792 litros
Pero también se perciben, en otros sentidos, diferencias
abismales. El virtual monopolio de las provincias cuyanas en materia de vinos
estaba lejos de materializarse durante los primeros decenios del siglo XX.
Aunque Mendoza y San Juan se situaban en primer lugar en las estadísticas (con
una sorprendente similitud de hectáreas dedicadas a la vid), existía un
importante desarrollo en otras provincias que décadas más tarde acabarían por
desaparecer del mapa vitivinícola nacional, como Entre Ríos y Buenos Aires.
Algunas regiones actualmente reconocidas, en cambio, apenas daban sus primeros
pasos en la actividad y su presencia en las estadísticas era casi marginal. Tal
es el caso de Río Negro y Neuquén, que hacia 1910 atesoraban sólo 557 y 24
hectáreas de vid, respectivamente, frente a las 596 de Santiago del Estero o
las 333 de Santa Fe.

En esa realidad dinámica y esperanzadora, no obstante, se
estaba gestando el germen de la lucha entre calidad y cantidad. Un informe
privado de 1912 ya señalaba que los 400 millones de litros de vino producidos
en el país apenas constituían la mitad de las necesidades de consumo para los
habitantes de aquel tiempo, cálculo basado en la prudente estimación de los
requerimientos de la dieta del argentino normal: un mínimo de medio litro
diario. Así, no eran pocos los viñateros entregados incipientemente a producir
vinos de uvas criollas con el propósito de aumentar rápidamente el volumen, si
bien todavía eran poco frecuentes los vinos elaborados únicamente en base a
variedades comunes. Lamentablemente, en contraste, empezaba a ser normal la
práctica de cortar los vinos de Malbec, Cabernet, Pinot o Semillón con esos
caldos de calidad inferior, como señala el informe del doctor Pedro Arata
publicado en el año 1905. Todo esto se producía en medio de un verdadero
frenesí por encarar la producción y abastecer al anhelante mercado doméstico,
al punto tal que la superficie dedicada al cultivo de la vid en todo el país se
duplicó entre 1907 y 1910.
Distribución del
viñedo argentino, año 1910
(cifras expresadas en hectáreas)
Mendoza 48.500
San Juan 48.432
Catamarca 7.129
Entre Ríos 4.875
Buenos Aires 3.256
La Rioja 3.245
Córdoba 1.594
Salta 1.121
San Luis 1.105
Otras provincias 1.880
TOTAL 121.137
CONTINUARÁ…
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