martes, 28 de febrero de 2012

Cafés, Fondas, Boliches y Bodegones en Parque Patricios

La silueta histórica de algunos barrios porteños tiene una raíz muy profunda en el lejano pasado. Así, La Boca posee una estampa asociada a lo marino (a pesar de que ya no tiene barcos), y Flores a las quintas (a pesar de que desparecieron por completo hace mucho), entre otros numerosos ejemplos. En el caso de Parque Patricios, esa imagen tiene que ver con lo gauchesco, con los primeros guapos y  los malevos. No obstante, si nos trasladamos a los tres primeros tercios del siglo XIX, el vecindario de referencia era una tranquila zona de quintas donde los personajes más acaudalados de la época poseían plácidas y arboladas propiedades en las que pasaban sus fines de semana lejos del ajetreo del "centro". Pero en la década de 1870 ocurrieron dos hechos que transformaron para siempre aquella postal serena: la epidemia de fiebre amarilla de 1871 (1) y el traslado de los mataderos municipales en 1875 a la "meseta de los corrales", que era ni más ni menos el extenso solar que ocupa el Parque Patricios como tal (es decir, como espacio verde) en nuestros días.


Fue entonces cuando la comunidad barrial se vio transformada en una zona a la que arribaban tropas de vacunos con sus reseros y sus gauchos, en un ambiente áspero de gente curtida y rústica. Para la década de 1880 (2) existían allí curtiembres, graserías y otras industrias derivadas de la matanza de ganado, lo que reforzó la presencia de personajes de la mala vida que años después fueron inmortalizados a través del tango y de cierta literatura costumbrista con acento en los duelos criollos a puro facón (3).













Así las cosas, el eje arterial del suburbio, la Avenida Caseros, supo ser un polo gastronómico singular desde fines del siglo XIX hasta bien entrada la mitad del XX, con todo tipo de comercios del ramo. Una crónica de la época citada por el historiador Luis J. Martín rescata del olvido no pocos lugares perdidos en la bruma del tiempo. En la altura del 2900, esquina Zavaleta, existía un bodegón llamado Nápoles, especialista en buseca y pastifasule (4). En el número 40 de la misma cuadra se ubicaba la fonda El Pinchazo que remedaba a su similar del centro de la ciudad. Más adelante se podían encontrar la Rostisería de Suparo y luego otra llamada La Flor de Parque Patricios, en cuya vidriera se exponía una curiosa escenografía lacustre con una cascada, ranas y tortugas. En la vereda opuesta se erigía un café, bar y restaurante conocido vulgarmente como La Tapada, donde supo actuar el llamado "papá del tango", Angel Villoldo. Su verdadero nombre y el motivo de su apodo se descubren recurriendo a una publicidad de los diarios sureños que rezaba textualmente, a modo de verso con evidentes limitaciones literarias: "su gran especialidad son ñoquis, ranas, ravioles. Más limpieza que en los soles, todo bueno de verdad. Cancha de bochas tapada que evita el sol y la lluvia. La casa más afamada es la Antigua Rinconada de Don Alejandro Rubia". Hacia el oeste logró sentar querencia la Fonda y Posada de Santiago Cartasso; su existencia se remonta a los orígenes de los mataderos.


La cantidad de sitios establecidos a lo largo de 125 años es enorme, pero de todos ellos han quedado fijados en la memoria lugareña el boliche de Pipotto (Rioja y Chiclana), los almacenes La Estrella y Giacobini (Rioja y Brasil), la lechería de Cueto (Caseros y Monteagudo), el Café de Benigno (Rioja 1920) y el restaurante 43, llamado así por la fábrica de cigarrillos homónima situada en Uspallata y Antofagasta (actual Juan Carlos Gómez).


A pesar del traslado de los mataderos a su ubicación actual en 1900, la populosa barriada continuó su crecimiento y se convirtió en un activo centro comercial e industrial del sector sur de la metrópolis. Los cafés y demás modalidades del ramo de la gastronomía continuaron existiendo, aunque su mención sería tan larga como imprecisa por los muchos que seguramente han quedado sepultados frente al paso ineludible de las décadas. Sin embargo, vaya el recuerdo de los señalados en esta entrada como homenaje a todos ellos.

Notas:

(1) La epidemia provocó la virtual huida de las familias que vivían allí hasta entonces. Paralelamente, en lo que hoy es el Parque Florentino Ameghino se instaló un cementerio "de emergencia" para sepultar a las víctimas de la fiebre amarilla, que en los días más severos del azote llegaban a 500 por jornada.
(2) En 1880, la zona de los corrales fue escenario de duros combates entre las fuerzas nacionales y las porteñas, durante el levantamiento revolucionario de Carlos Tejedor.
(3) La foto de la derecha al lado de la estampa de los duelistas pertenece al Archivo General de la Nación y muestra a una especie de "pulpería al paso" ubicada en la puerta de los corrales hacia 1899. Seleccioné su extremo derecho para agrandarlo y analizar algunos puntos interesantes que no se pueden observar en el formato pequeño.


Detrás de los personajes que parecen estar jugando a las cartas (todos de neto perfil gauchesco, bien alejado del estereotipo urbano de entonces) hay dos carteles señalados con el número 1 que rezan: "los cigarrillos argentinos han sido, son y serán los mejores", uno, y "el mejor cigarrillo a diez centavos", otro. Evidentemente tenían un buen efecto entre el público, ya que los individuos 2, 3 y 4 se encuentran fumando cada uno su ejemplar. El 2, además, está tomando mate con su otra mano.
(4) La palabra pastifasule deriva del italiano Pasta e Fagioli, que significa "pasta y porotos". Se trata de una antiguo plato campesino del sur de Italia, compuesto básicamente por los dos ingredientes mencionados además de caldo, ajo, cebollas y eventualmente alguna otra verdura. También llamada "sopa de los pobres", la preparación se caracterizaba por no tener carne, lo que le daba esa aureola humilde. En algunos dialectos meridionales de la península el vocablo se acerca mucho al pastifasule señalado por las crónicas locales hace más de 100 años. En Nápoles, por ejemplo, se lo llama pasta fasul, y en Sicilia pasta fasulu.



viernes, 17 de febrero de 2012

Historia de los toscanos Regia Italiana 2

"Con un cigarro cualquiera se echa humo. Con los tradicionales productos elaborados por la Regia Italiana se goza el placer de fumar”, Así rezaba textualmente un eslogan publicitario de la SATI hacia finales de los años treinta, con el claro fin de distinguir sus toscanos importados y "legítimos" del resto de la producción nacional. Y para ello no había escatimado esfuerzos, por cierto. El primer número de la publicación de la Asociación de Fomento de Villa Real (barrio que cobijaría a la nueva factoría por el resto de su vida) informaba que el domingo 9 de abril de 1933 fue un día de fiesta para la vecindad. Se preparó un homenaje a los concejales que habían proyectado la ordenanza de afirmado de las calles y, por su parte, la novel empresa hizo provecho del acontecimiento para inaugurar oficialmente el nuevo local. Según la mencionada crónica, "después de servir el vermouth en la sede de la Asociación pasaron a la SATI, engalanada con los colores de los pabellones italianos y argentinos, donde fue servido un almuerzo. Todo el acto resultó  rebosante de camaradería, armonía y buen humor".


En los años posteriores, el crecimiento fue vertiginoso y obligó a una rápida diversificación productiva para abastecer un mercado del tabaco que venía creciendo desde principios del siglo. A la importación de toscanos y cigarrillos italianos se sumó la elaboración propia de ambos productos. Las marcas nativas de cigarrillos pronto reemplazaron a sus equivalentes de la península (1) e incluso llegaron a sumar una buena cantidad de nuevos nombres. Así, los consumidores argentinos se fueron acostumbrando a ver en las estanterías los cartones y atados de Baltimore, Boston, Broadway, Charleston, Ducal, Hierromat, Macedonia, Madison, Morescos y Garufa, entre otros célebres rótulos. Como señalamos en la primera entrada del tema que nos ocupa, muchos de estos artículos se hicieron famosos por la característica peculiar de estar manufacturados a partir de una mezcla de tabacos nacionales e importados, lo cual constaba debidamente en los envases.



Algo similar ocurría con los toscanos. La presencia de expertos itálicos en nuestro territorio fue, sin dudas, una buena excusa para comenzar a fabricarlos en la sede de Buenos Aires con la misma particularidad que los cigarrillos, es decir, con un blend de materia prima doméstica y extranjera. Por estas latitudes, la SATI producía y compraba tabaco en la provincia de Misiones (Criollo y bastante Kentucky, suponemos), el que llegaba a la ciudad en fardos de 50 kilos. Según expresa Susana Boragno, que trabajó en la fábrica, "la planta venía atada en forma de ramos. Se abrían los paquetes y se ponían en remojo en una pileta con agua, se escurrían y se llevaban a un depósito para su secado y fermentación, donde se utilizaban unas horquillas para darlos vuelta. Luego, la despalilladora le quitaba el nervio central a la hoja. Cada obrera maestra pesaba y controlaba a un grupo de 50 que debían cumplir cierta producción. Las más expertas hacían los toscanos, se ponían en un molde y se cortaban todos de igual tamaño. Los restos se vendían con la marca “despunte” para fumar en pipas. Los toscanos terminados se ponían sobre unos telares de arpillera que recibían ventilación y calefacción para completar su secado (2). Se empaquetaban de a 10 unidades, enteros, o por mitades en paquetes de 4 unidades".

Durante la segunda mitad de la década de 1930, Regia Italiana fue la única marca capaz de competir en ventas y fama con los legendarios Avanti de la CIBA. Si ésta se acercaba a los 70 millones de unidades hacia 1937, la SATI alcanzaba la no menos remarcable suma de 42 millones y medio, entre los ejemplares italianos propiamente dichos y los cigarros de producción vernácula (3). La empresa contaba con una activa y dinámica red de distribución en Buenos Aires y el interior del país, además de ser un destacado avisador en medios gráficos y callejeros de todo tipo. Tal vez los Regia Italiana nunca llegaron a ser tan famosos como sus competidores (4), pero lo cierto es que su celebridad era casi similar en los tiempos de la pre y la posguerra mundial de 1939. Así lo testimonian infinidad de fotos, relatos y diferentes documentos del pasado.


Con todo, el paso del tiempo fue implacable para la escudería cigarrera en cuestión. El mundo de los años cincuenta era completamente diferente a todo lo anterior: se imponían los cigarrillos rubios con filtro incorporado (un invento que llegó a nuestro país en 1938) y los toscanos pasaban a ser, de modo lento pero sostenido, un consumo anticuado.
En 1956, la central italiana decidió el cierre de todas las fábricas de ultramar, incluyendo a la de nuestro país. La noticia cayó como un balde de agua fría para la otrora próspera SATI de Argentina, pero la orden no tenía contramarcha. De acuerdo con una negociación que involucró a empleados y clientes, la empresa fue comprada por una red de mayoristas de cigarrillos y  golosinas formada por pequeñas firmas  como Billone, Morandeira García Hnos. (Cigoper). Muchos obreros cobraron sus indemnizaciones con acciones de la nueva empresa, que mantuvo la sigla SATI a partir de un nuevo significado: Sociedad Anónima de Tabacos Industrializados. Todo indica que la cosa funcionó bien algunos años, pero luego se volvió inmanejable. En 1965, el emprendimiento tuvo que abandonar el espacioso sitio de José Pedro Varela 5651 para alojarse en un pequeño galpón de la calle Tinogasta 5540, y sólo por pocos meses, que fueron los útlimos.
Fue el fin de los Regia Italiana, tanto de los importados desde la península como de  esos curiosos blends argentinos que aquellos talleres del barrio de Villa Real supieron hacer por más de veinticinco años. ¿Cómo serían? Ya lo sabremos, pues el autor de este blog tuvo la enorme fortuna de conseguir un par de cajas de auténticos, genuinos y bien conservados toscanos de la SATI de la década de 1940, y de fumarlos en una memorable degustación. Y no sólo eso: también hizo lo propio con otros no menos raros Avanti fechados en la década de 1950.
Todo ello, en próximas entradas...

Notas:

(1) Recordemos que la SATI llegó a la Argentina en 1928 como una importadora de los productos europeos, nada más.
(2) Volvemos a preguntarnos aquí, tal como hicimos en la primera entrada de la historia de Avanti, ¿ese "secado" sería a fuego y humo de leña, como en el caso de los toscanos clásicos? En esta ocasión hay aún más probabilidades a favor de esa teoría que en el caso de la CIBA: empresa del estado de Italia, directores de producción nativos de ese país, necesidad de mantener el prestigio de los toscanos legítimos, etc.


(3) Tal cifra responde a la suma de las categorías "toscanos importados", que acusa 28.111.700 unidades, y "toscanos similares italianos" (no pueden ser otros que los "blend" de la SATI), que suma 14.605.000.
(4) Sin dudas, Avanti pasó a la posteridad como el toscano argentino por excelencia. Mucha gente veterana aún hoy utiliza la expresión "fumaba Avanti" para referirse a cualquier persona que los consumía, no importa cual fuera su verdadera marca.

lunes, 13 de febrero de 2012

Descubrimientos arqueológicos bajo el mítico Café de Hansen

"El viejo Café de Hansen, donde se interpretaron y bailaron los primeros tangos..." Pero, ¿fue así en verdad? No hay demasiados sitios en Buenos Aires que hayan generado semejante leyenda sobre hechos que no cuentan con ningún tipo de registro ni testimonio concreto. Hay quienes aseguran, incluso, que allí nunca se tocó ni bailó tango alguno. Sin embargo, el mito continúa vigente, en parte gracias a la amplia difusión que tales versiones han tenido a través de los medios masivos de comunicación, al punto de haberse realizado una película sobre el tema con sus propios original y remake (1).
De cualquier manera, lo que nos interesa en este espacio es el consumo de alimentos, bebidas y tabacos. Y sobre eso sí existe un amplio abanico documental que nos da una idea de lo que se bebía, comía y fumaba dentro de aquel renombrado local, que existió en lo que hoy es la vereda opuesta al célebre Planetario desde 1875 hasta 1912, si bien su fama logró perdurar para siempre. Hace pocos años, excavaciones arqueológicas realizadas allí lograron descubrir interesantísimos objetos que echan luz sobre algunos puntos difusos que generaron controversia entre los historiadores porteños durante décadas.

El Parque Tres de Febrero, como tal, fue inaugurado el 11 de noviembre de 1875 y desde sus incios contó con la presencia de un comercio arrendado por el inmigrante alemán Juan Hansen . Su denominación oficial era la de Restaurant del Parque Tres de Febrero, aunque para la posteridad fue siempre el "Café de Hansen" o simplemente "lo de Hansen", incluso mucho después de la desaparición física de su encargado original. De hecho, sólo tras la muerte de éste (3 de abril de 1892)  podemos obtener las primeras informaciones sobre lo que allí se consumía. Y es entonces cuando surge ese punto tan controversial para los estudiosos, casi como el tema del tango y el baile (2): el de la actividad gastronómica. ¿Se comía en lo de Hansen, o era simplemente un lugar de copas? En principio, el propio nombre del comercio debería ser un dato de validez incontrovertible, pero parece ser que la discusión se mantuvo, pese a todo, por muchos años. Quizás el punto de conflicto haya sido ni más ni menos que la vajilla, cuya nomenclaturra parece poco significativa en relación a la cantidad de mesas.


En efecto, sendos inventarios realizados tras la muerte de Juan Hansen, primero, y luego tras la de su esposa Inés Ana Anderson, dan cuenta de que allí había 54 sillas, 40 "banquitos" y 135 bancos de madera con respaldo que medían 1,50 metros de largo, lo que da una capacidad total estimable en 365 personas. Los indicios y relatos nos dicen asimismo que en verano se colocaban mesas afuera, todas ellas de madera y mármol o de hierro y mármol. En contraposición, sólo contaba con 112 servilletas, 11 manteles grandes y 19 chicos, 48 platos para sopa, 28 fuentes de loza, 10 ensaladeras y 12 soperas, 103 cucharas, 78 tenedores, 73 cuchillos y 14 cuchillos de postre. Es decir, muy poco si los comparamos con las 440 copas de diferentes tipos: para refresco, para cognac, para vino (sólo 58), para cerveza (188), para vino Oporto, para champagne y para bitter, todo ello complementado con la debida existencia de las tazas, pocillos, teteras, cafeteras y azucareras del correspondiente servicio de infusiones calientes.


En la misma lista se declaran 1192 botellas de cerveza de todo tipo (grandes y chicas, de vidrio y de gres), 978 de vino (contradictorias con la cantidad de copas), 37 botellas grandes de Champagne y 16 medianas, 44 de vermouth, 11 de whisky y 54 de cognac, además de varios licores. En cuanto a marcas, había una interesante variedad de vinos franceses (donde no faltaban las grandes etiquetas como Chateau Margaux o Lafite) y buena oferta de cigarros, amén de conservas y múltiples aderezos. Esto nos deja con tantas respuestas como preguntas, pues está claro que se comía pero, ¿qué se comía? Afortunadamente, en el año 2009 un equipo de arqueólogos de la Ciudad de Buenos Aires encabezado por Daniel Schavelzon logró dar con los cimientos del local, en el que se desenterraron piezas de vajilla, materiales de construcción y (lo más importante) huesos de diversos animales comestibles.


No mucha gente sabe que la arqueología profesional cuenta con la ayuda de una ciencia adjunta, la zooarqueología, que analiza los abundantes restos óseos del mundo animal hallados en las excavaciones. La observación atenta (con un nivel científico de alto vuelo que recuerda a la medicina forense)  puede encontrar marcas de cuchillos o serruchos que indican un propósito netamente alimenticio, sin otra razón posible que justifique su hallazgo en viejos aljibes o pozos de basura doméstica.
Las conclusiones de estos estudios fueron categóricas: las viandas servidas estaban basadas, principalmente, en carne de vaca y oveja, con muy poco asado (no hay casi evidencias de exposición de los huesos al fuego o las brasas) y bastantes pucheros y guisos. Quizás haya habido también platos elaborados con aves o pescados, pero la conservación de tales osamentas resulta difícil en suelos alterados y húmedos.

Pues bien, tal vez nunca sepamos si en lo de Hansen se tocaba tango o se bailaba, pero sí podemos estar seguros de que se consumía comida contundente, junto con una amplia variedad de bebidas y tabacos. Y si hubo guapos, compadritos y mal entretenidos, es seguro que no se no privaban de nada.

Notas:

(1) Se trata de Los muchachos de antes no usaban gomina, filmada por primera vez en 1936 por el director Manuel Romero y luego en 1969 por Enrique Carreras. Las dos obras se basan en la tradicional fama tanguera y maleva con que el Café de Hansen se perpetuó a través de la historia.


(2) La opinión del autor de este blog es que nada de tango ni baile hubo en las épocas del propio Hansen (1875-1893) ni en las de sus sucesores Enrique Lamarque (1893-1900) y Baltasar Mousch (1900-1903). Tal vez sí se hayan intepretado algunos rudimentos tangueros durante la gestión de su último dueño, Anselmo Tarana (1903-1912), y quizás bailado algunos pasos en el sector externo del local, en las noches de verano, al abrigo de la gran arboleda.

martes, 7 de febrero de 2012

Un revelador libro ferroviario de stock de 1898 2

Los cálculos previos, muchas veces, resultan completamente desacertados cuando la cuestión de fondo comienza a mostrarse tal cual es. Y así sucede en este caso, ya que lo previsto para el desarrollo del tema del formidable libro de stock del Ferrocarril Sud de 1898 que aventuramos en la primera entrada de presentación ("a la que seguirán no menos de otras cinco"), resulta ahora decididamente errado por lo pequeño. Es que el volumen tiene tanto para analizar, para comentar y para descubrir, que parece más inabarcable en cada lectura. Pero a no desesperarse, que para la tarea de marras nació este blog, y por eso le dedicaremos al invalorable y antiguo ejemplar tantas entradas como sean necesarias.
Hoy nos vamos a consagrar de lleno a dos bebidas en particular, cuya variedad y calidad en el servicio ferroviario de referencia nos comienza a dar una idea de la envergadura del mismo. Antes que nada, aclaremos que un fortuito hallazgo en el propio libro despejó nuestra dudas sobre el destino final de las mercaderías entregadas y asentadas por el depósito del FCS: ya no caben dudas de que ese destino era mixto, es decir que los artículos se destinaban tanto para el consumo en los coches bares y comedores de los trenes como para las confiterías de las estaciones dispersas por toda la línea (1).


En lo que a cervezas se refiere, la diversidad no tiene, seguramente, nada que envidiarle a las mejores cervecerías de entonces. Una docena de variedades, sin contar las presentaciones múltiples dentro de una misma etiqueta (botellas de litro y de medio litro, por ejemplo) y con la presencia de algunas importadas, puede ser algo envidiado incluso hoy por cualquier local gastronómico. En los 16 meses abarcados por el registro encontramos las siguientes, siempre hablando, salvo excepción aclarada en el ítem o por nota adjunta, de botella de litro. Los precios, expresados en pesos, surgen de la división del precio total de venta asentado cada mes por la cantidad de unidades declaradas (2):

Negra Inglesa (3)           1,00
Negra Chancho (3)        1,00
Pilsen                             0,75                                  
Palermo                         0,65
Quilmes                          0,75
Quilmes Bock                 0,85
Río II Blanca                  1,25
Río II Negra                    0,80
Nacional                         0,80
Kops Ale (4)                   0,35
Kops Staut (sic) (4)        0,35
Cerveza Alemana (5)     0,80

Si tomamos la suma total de unidades entregadas por el depósito desde abril de 1898 hasta julio de 1899, notamos que la clara favorita era la Quilmes (10.783), seguida de lejos por la santafesina Pilsen (5.268). En el estudio detallado mes a mes también se nota la fuerte estacionalidad de la cerveza, cuyo consumo en verano es abrumadoramente superior al del invierno.


Si nos sorprende la variedad de cervezas pasemos a la de whisky, que acusa diez marcas, todas ellas provenientes de las islas británicas . Sin dudas existía un alto consumo de esta bebida, seguramente ayudada por el hecho de que el FCS estaba repleto de funcionarios ingleses y escoceses que con regularidad viajaban en los trenes y/o asistían a las confiterías de las estaciones. Veamos entonces su nomenclatura siguiendo el mismo esquema anterior:

Old Smuggler (6)    6,85
VVO  (7)                 8,00
DCL (8)                  6.70
Crabbie                  8,50
Ben Ledi                8,50
Buchanan               8,00
Canadian Club       6,50                    
Pattison                 7,25
Deward                  6,50
Sanderson             8,00

Otra notable multiplicidad de propuestas. En este caso, los precios corresponden a los envases cerrados y completos porque así los entregaba el depósito y así se asentaban a los efectos contables, pero desde ya queda claro que el servicio en trenes y confiterías era mayoritariamente en vasos o medidas, por lo que se haría un cálculo de éstas por cada botella. Los favoritos del whisky durante el período abarcado por el documento contable, en cantidad de unidades, son el Old Smuggler (1400) y el DCL (379), pero vale la pena reiterar lo abultado de la lista. ¿Cuántos bares o pubs pueden ufanarse hoy de semejante carta?


Un material para la sorpresa, ¿no es verdad? Pues bien, ya veremos próximamente lo que corresponde a vinos nacionales e importados, ginebras, cognac, licores diversos, vermouth, tabacos y alimentos, tanto simples como de lujo (foie gras, caviar, trufas, etc). Y allí, seguramente, la sorpresa será todavía mayor.

                                                          CONTINUARÁ...
Notas:

(1) Hacia fines de 1898, las principales terminales del FCS eran Constitución, La Plata (no la actual, construida en 1906, sino la que estaba en 7 y 50, convertida hoy en el pasaje Dardo Rocha) y Bahía Blanca. Es razonable pensar que allí y en los trenes de larga distancia estaban los consumos más importantes.
(2) El libro expresa precio de venta del total de unidades, por eso es necesario hacer la división para saber el precio por unidad.
(3) Cerveza en botella de gres. Probablemente se trate del mismo producto, asentado con una denominación diferente en distintos meses. Hay muchas razones, además del precio coincidente, para pensarlo así.
(4) Sólo aparecen registradas en un mes, octubre de 1898. No se aclara el contenido pero es lógico pensar que sería un envase más pequeño. Kops es una marca inglesa de 1890 desaparecida hace muchos años.
(5) Sólo aparece registrada en un mes, noviembre de 1898.
(6) Es el importado sin lugar a dudas. El nacional comenzó a elaborarse recién en 1949.
(7) Todo indica que no es una marca sino la denominación de calidad utilizada tanto para whisky como para cognac, que significa Very Very Old. Una de las destilerías escocesas que hace uso de ella es James Martin, así que podría tratarse de esa etiqueta.


(8) DCL es la sigla que identifica a la Distiller Company Ltd., empresa creada en 1877 por la fusión de 6 antiguas destilerías: Macfarlane, Bald, Haig, MacNab, Mowbray y Stewart. 

miércoles, 1 de febrero de 2012

Viejos consumos en el cine nacional: El Viejo Hucha (1942)

No solo de libros se nutre la investigación histórica sobre los consumos del pasado. También el cine suele contener valiosos testimonios  acerca de las costumbres del ayer, a veces con un grado de detalle que ni los propios registros escritos (por obvias razones visuales) son capaces de ofrecernos. En esta nueva serie que abriremos hoy vamos a analizar ciertas escenas de diversas películas argentinas que nos permiten tener una imagen de lo que se comía, bebía y fumaba en la Argentina del siglo XX. Y empezamos con un clásico del cine vernáculo, realizado en 1942 por el prestigioso director Lucas Demare. Se trata de El Viejo Hucha, un personaje de ficción que pasó a la historia como el arquetipo del avaro, del que intenta ahorrar todo a costa de una vida casi miserable.


Pero no vamos a profundizar en la trama sino en una escena en particular, en la que se aprecian tres consumos tan habituales en la década de 1940 como raros (o imposibles) en nuestos días. Ellos son los ravioles de seso, el vino común en botella de litro con tapón de corcho y los toscanos. Todo ocurre en el transcurso de un típico almuerzo familiar de domingo (que casi puede ser rotulado también como una costumbre desaparecida), donde nuestro Viejo Hucha preside la mesa en compañía de sus hijos. Desde el punto de vista actoral, vale la pena observar aquí las actuaciones de los grandes Enrique Muiño y Francisco Petrone, así como la de algunas jóvenes figuras como Osvaldo Miranda y Gogó Andreu (1).
El hecho es que la familia se sienta a comer en una ambiente algo ríspido por una discusión entre el Hucha y su hijo mayor. Apenas se aquietan los ánimos, la madre sirve la fuente conteniendo un manjar que solía ser extremadamente frecuente en ese tiempo: los ravioles de seso (2).


Ahora bien, ¿cómo sabemos que son de seso? Porque el mismo protagonista se encarga de aclararlo. Ante el comentario de uno de sus hijos sobre lo escueto de la raviolada (3), el padre sentencia con severidad: "es que el seso está muy caro". Acto seguido, el pater familias abre una botella de vino común cerrada a la manera de entonces: con corcho, el mismo que hoy se usa en los mejores vinos finos (4). Si lo pensamos un poco, ya ni las botellas de vidrio subsisten en el ámbito de los vinos de mesa. Luego podemos apreciar al veinteañero Osvaldo Miranda sirviéndose la bebida de los pueblos fuertes en su copa. Y en el fondo, como no podía ser de otra manera, el tradicional sifón.



Una vez concluida la comida (en la que no faltan otras discusiones y roces entre el avaro Hucha y sus hijos), el protagonista procede a encender un toscano mientras le ordena a la sumisa esposa y ama de casa: "tráigame el sombrero". Más tarde lo vemos salir por el patio en medio de su "fumata" con el célebre ejemplar cigarrero, que para ese entonces se consumía por millones (5).



Son apenas unos cuantos minutos, pero en tan corto tiempo se da la feliz existencia de los tres consumos mencionados, muy propios de la década en cuestión. Seguramente los realizadores del film nunca pensaron que con esta escena iban a dejar un testimonio invalorable para el futuro, ni que semejante material serviría a los que nos gusta investigar el pasado. Pero es así, nomás: nadie sabe que está haciendo historia hasta que sus actos se convierten en historia.

Notas:

(1) Breve ficha técnica: "El Viejo Hucha". Dirección: Lucas Demare. Guión: Ulises Petit de Murat y Homero Manzi. Intérpretes: Enrique Muiño, Francisco Petrone, Nury Montsé, Ilde Pirovano, Osvaldo Miranda, Roberto Airaldi, Gogó Andreu, Haydeé Larroca. Estrenada el 29 de Abril de 1942.
(2) La receta típica de aquel plato familiar incluía casi siempre espinaca u otra verdura, junto con el seso.
(3) Casi sin quererlo, el comentario pone al descubierto uno de esos errores casi ridículos que a veces se dan en las películas. La fuente que se observa, más que escueta, es absurdamente pequeña para una familia de 7 personas: el padre, la madre, dos hijas y tres hijos.
(4) Todos los vinos comunes embotellados se fraccionaron con tapón de corcho hasta finales de la década de 1960. Recién ahí comenzó a utilizarse la tapa rosca o pilfer, que requirió una nueva tecnología en la industria del vidrio y nuevas líneas de fraccionamiento en las bodegas.
(5) Hay otra escena que involucra a los toscanos algunos minutos más tarde. En ella, el padre le ordena a su hijo menor (Gogó Andreu) que vaya a comprar toscanos a la cigarrería. El muchacho le pregunta fastidiado por qué no los compra en el almacén, que está más cerca, a lo que Hucha contesta: "porque en la cigarrería los dan más frescos". Y acota, tratándolo de usted al igual que a su esposa y sus demás hijos: "y no se olvide de traer los fósforos gratis". Desde luego, este segundo propósito era el que guiaba al mezquino personaje. Pero el tiro le sale por la culata, dado que cuando el hijo retorna con los toscanos le informa que en la cigarrería ya no regalan los fósforos. Entonces el viejo, furioso, sentencia: "A partir de mañana los compra en el almacén. Yo le voy a enseñar a ese a ser avaro".