domingo, 30 de octubre de 2011

Cuando el vino se tomaba en tren

¿En qué medio de transporte nos imaginamos, hoy en día, un servicio de bar o restaurante que incluya una completa carta de vinos, cócteles, licores y bebidas? Sólo en las clases tipo first o business de las aerolíneas, por supuesto. Sin embargo, durante la mayor parte del siglo XX, tales cosas fueron comunes en los trenes de larga y media distancia. Los viajes más largos por vía ferrea suponían todo un día o una noche (a veces más) a bordo del tren, para lo cual existían servicios que contaban con lujos y comodidades que hoy nos parecen increíbles. Espaciosos coches dormitorios, coches salón (que podía alquilar para todo el viaje un numeroso grupo familiar, empresarial o de amigos) y baños con los últimos adelantos de la época, que incluían calefacción y sanitarios de mármol, eran cosas comunes en las nobles formaciones que surcaban los lustrosos rieles de la época.



Un capítulo aparte lo consituían los servicios de bar y restaurante, en los que los pasajeros podían acceder a un buen trago, un refrigerio o una comida completa por precios casi siempre accesibles. Una guía comercial del Ferrocarril Provincial de Buenos Aires (hoy desaparecido en toda su extensión) del año 1927 permite apreciar la variedad de vinos y bebidas que se servían abordo, además de la sorpresa lógica por los precios, en un tiempo en que casi todo costaba centavos. Así, podemos descubrir que una taza de chocolate costaba 0,50 pesos, un café con leche solo 0,15 y uno completo 0,40.
Los aperitivos variaban desde un vermouth francés a 0,50 hasta un Ferro Quina o un Jerez Quina a 0,60. Siguiendo en el mismo segmento, al módico valor de 0,50 se podía tomar un vaso de los aperitivos Kalisay, Chinato Garda, San Martín o Amaro Monte Cúdine. Los que querían beber y a la vez alimentarse un poco, podían recurrir a una mezcla muy común en aquel entonces, ciertamente ofrecida por la carta: el Oporto o Jerez con huevo (yema batida con la bebida), por apenas 1 peso. Las cervezas estaban representadas por la Pilsen de litro a 0,80 y la Chancho (1) a 1,40.  Naturalmente, también había vinos. Como en los más modernos locales gastronómicos de hoy, los había por copa: el Marsala costaba 0,40, el Cordero (marca extremadamente popular desde 1880 a 1930) 0,30 y el Seco también 0,30.



Los envasados sólo se expendían en botellas de 1/2 o de 1 litro. En botella grande, las opciones eran el Reserva por 2 pesos, el Pinot o el Cachet Vert por 2,60 y el aristocrático Derby por 4 pesos. A la hora de las espirituosas y los bajativos las opciones eran cognac Martell o cóctel de champagne a 0,80. El rhum Negrita y el gin Néctar valían 0,60, mientras el Peper Mint se despachaba a 0,70. Una generosa media de los whiskys Gold o Canadian Club suponía un desembolso de 1,50 pesos. Finalmente, los abstemios también tenían opciones. El Naranjín costaba 0,30, la granadina o la grosella 0,40, el mazagrán 0,50 y la Orchata de Chufas 0,45, si se la tomaba sola, o 0,50, con soda.


Tengamos en cuenta que el Ferrocarril Provincial era una línea pequeña, cuya extensión de vías no alcanzaba los 1000 kilómetros, todos en la Provincia de Buenos Aires y sin tocar grandes centros urbanos, con excepción de La Plata (su cabecera), Azul, Olavarría y Pehuajó. Y sin embargo, tan completos eran sus servicios. ¿Cómo serían, entonces, los de los grandes ferrocarriles como el Sud, el Oeste, el BAP o el Central Argentino? A no desanimarse, que ya buscaremos y encontraremos respuestas a esos interrogantes, incluyendo el análisis de verdaderas joyas documentales que nos hablan del stock de alimentos, bebidas, cigarros y cigarrillos de una de esas grandes empresas ferroviarias argentinas de antaño, allá por 1898. Así que, muy pronto, volveremos a la vía para continuar con este mismo tema.

Notas:

(1) En futuras entradas nos vamos a referir a la popular cerveza chancho, cuyo nombre no respondía a una marca comercial sino a un tipo de envase: la botella de gres, y particularmente al sello impreso en la parte superior de los tapones que mostraba una cabeza de chancho. No obstante, es necesario destacar que la importación (siempre de Inglaterra) y el uso de botellas de gres se detuvo en 1916, por lo que no se explica muy bien su presencia en esta carta de 1927. Los interrogantes estan servidos: ¿sería una marca comercial que emulaba aquel nombre, aprovechando su popularidad? ¿Se trataría de una genuina cerveza inglesa importada, presentada aún en botella de gres? En fin, todo ello es material de investigación para el que suscribe.

viernes, 28 de octubre de 2011

La edad de oro de los puros argentinos 1

Para todos aquellos que gustan de investigar el pasado de los consumos argentinos, existe un libro referencial en lo que a tabaco se refiere. Se trata de la Historia del tabaco, de Juan Domenech, editado por la vieja editorial Peuser en el año 1941. Lo bueno de la obra es que su autor era un veterano del ramo desde su más temprana edad, cuando comenzó como despalillador de tabaco en la gran fábrica "La Proveedora", allá por el año 1893. Precisamente en ese tiempo se ubica Domenech en uno de los capítulos de su libro, en el que rememora la gran cantidad de establecimientos fabriles tabacaleros que existían por entonces, y especialemnte aquellos que se dedicaban a la confección de puros, cuyo número y envergadura convertía a esa poderosa industria nacional en una de las más importantes de la región y el mundo.


Según este prestigioso personaje (en 1940, mientras escribía el libro, Domenech ya era un destacado directivo de importantes fábricas de cigarrillos y miembro de las principales agrupaciones empresariales de la actividad), hacia principios de la década de 1890 "existían centenares de fábricas y talleres que daban  bien remunerada ocupación a millares de obreros y empleados (1). La industria de cigarros de hoja estaba en pleno apogeo y en esta capital (Buenos Aires) centenares de talleres producían una elaboración de excelentes puros que consumía nuestro mercado y alcanzaba una regular exportación para países sudamericanos y algunas plazas de Africa del Sur y de Europa".
Este es el primer dato que impacta. ¿Cuántos argentinos saben, incluso aquellos aficionados a los puros de calidad, que su país supo ser, hace más de cien años, una potencia cigarrera de hoja, incluyendo la exportación a ciertos mercados contados entre los más exigentes, como los del Viejo Mundo? Pero eso no es nada, si se lo compara con la posterior enumeración de casas, lamentablemente reducida a la memoria del autor (que para el año 1940 ya contaba con alrededor de 60 años), pero no por ello menos remarcable.
Continuarermos entonces, sin más interrupciones que algunas imágenes ilustrativas, con el relato de Domenech: "Esta industria alcanzó una vasta producción del tipo fino de cigarros llamados "imitaciones", ya que eran una perfecta imitación de los puros de Cuba, Holanda, Bremen y Hamburgo. (...) Estos puros estaban elaborados con los mejores tabacos habanos, Brasil, Tucumán  y en menor proporción Misiones y Corrientes, para tipos de inferior calidad" (2)



"Aun viven claros en la memoria de los viejos cigarreros y constará en los archivos de la Administración de Impuestos Internos, los recuerdos de hace 45 años, cuando existían aquellas numerosas fábricas de cigarros que se llamaron "El Telégrafo", "Fábrica Nacional de Tabacos", situada en su propio gran local de la calle Castelli 250. (3) Era una poderosa sociedad anónima dedicada a la fabricación de cigarros de hoja y más tarde a toda clase de elaboración del tabaco. En esa fábrica trabajaban no menos 1.000 hombres y 600 mujeres, produciendo millares diarios de puros de variado vitolario y calidades.
"La Perla de Cuba", de Don Carlos María La Rocha, fábrica de producción fina que elaboraba "en habano"; trabajando en esa casa, situada en la esquina de Saavedra y Rivadavia no menos de 300 obreros. "La Vencedora", gran fábrica de tabacos de Don Pedro Somay, donde además de sus tabacos y cigarrillos se elaboraban cigarros para el interior. Situada en su amplio edificio de Santiago del Estero y 15 de Noviembre, tenía ocupados regularmente de 400 a 500 obreros elaborando puros de mediana calidad."



"¿Quién de los viejos fumadores no recuerda la famosa casa Daumas, situada en la calle Cangallo al 700? Cigarrería de lujo y fábrica de puros finos y de los acreditados cigarrillos Daumas y Tip Top. En sus talleres siempre hubo abundante labor y daba ocupación a unos 200 obreros cigarreros de hoja. "La Virginia", fábrica de cigarros puros y de toscanos de Don Donato Didiego (padre), que estaba ubicada en la calle San José 2140, con talleres que ocupaban a unos 600 obreros, hombres y mujeres; estas últimas hacían los cigarros toscanos y brisagos (4), que fueron famosos".
"La Magnolia", de Lloveras, Lloredas y Cía, situada en la esquina de Pasco y Méjico; en esta fábrica solamente se elaboraban cigarros puros de toda clase de vitolas y calidades y daba trabajo permanente a más de 800 hombres y mujeres. "Loureiro Ubal y Cía.", gran fábrica de cigarros puros que daba ocupación a unos 200 obreros. "La hija del Toro", poderosa fábrica de Agustín León y Cía, situada en Cangallo entre Artes (5) y Suipacha, producía toda clase de elaboraciones de tabaco y tenía amplios talleres donde varios centenares de mujeres hacían cigarros de hoja de tipo barato. "El Toro", fábrica similar a la anterior que producía cigarros baratos ocupaba no menos de 100 obreros y estaba situada en Victoria 650". (6)



¿Creen que eso es todo? No, para nada. Esta entrada es apenas la primera de una serie de al menos tres (quizás más) sobre esta "edad de oro" de la industria argentina de puros, donde continuará la extensa enumeración de fábricas existentes en la década de 1890. Y vale la pena hacer algunas reflexiones. En primer lugar, la envergadura de la industria se evidencia en la enorme cantidad de obreros involucrados en cada establecimiento (que puse en negrita para resaltar), con números que superan holgadamente a los de muchas de las grandes fábricas cubanas actuales. En segundo, salta a la vista el contraste entre esta realidad de 1890 y la existente apenas unos cincuenta o sesenta años antes, época de la manufactura individual y ambulante, según vimos en la entrada anterior. Sin dudas, la historia del tabaco argentino va de la mano de la propia historia del país y pone de manifiesto el formidable caudal inmigratorio arribado por esos años, el cual, junto a los adelantos propios de la época (como el vapor, la electricidad, el ferrocarril y otros), lograron forjar industrias prósperas en todos los rubros que nos interesan en este blog: tabaco, bebidas y alimentos. Ya tendremos tiempo de hablar de eso, y de continuar con este interesantísimo relato de Juan Domenech.

                                                               CONTINUARÁ...

Notas:

(1) Según otras fuentes consultadas, el Censo Nacional de 1895 acusa un total de 400 "fábricas de tabaco", donde seguramente se agrupan grandes establecimientos y muchas pequeñas cigarrerías que hacían alguna elaboración propia y artesanal de puros y cigarrillos.
(2) Domenech se refiere a los tipos más conocidos de tabaco según la nomenclatura común de la época, que los rotulaba según su provincia o país de origen. De todos modos, por ejemplo, en el caso del tabaco "habano" existían una importación directa de Cuba (no nos referimos a los cigarros terminados, sino al tabaco en rama) y una propia producción de cultivos locales en Tucumán, Corrientes y Misiones.
(3) No es muy seguro guiarse por la numeración de las calles porteñas de entonces (por si alguien tiene la inquietud de pasar por tales direcciones, donde obviamente ya no existen aquellos edificios), dado que en ese mismo año al que se refiere Domenech (1893) se realizó un cambio que llevó a la actual nomenclatura. Por eso, es difícil saber si se refiere a la antigua o a la nueva, o a ambas según el caso.
(4) Los cigarros brisagos tienen su origen en un cantón homónimo (aunque con doble s) del sur de Suiza. Allí existió durante décadas una manufactura de Toscanos, por lo que es lógico inferir que se trataba de cigarros parecidos a éstos. En otros testimonios y documentos históricos argentinos que obran en mi poder (y de los que nos ocuparemos debidamente en el futuro), aparecen los cigarros brisagos. La siguiente es una foto de una antigua caja de toscanos italianos Toscanelli (toscanos presentados en mitades o "mezzo toscanos"), hechos en la fábrica de Brissago.



(5) Actual Carlos Pellegrini.
(6) Actual Hipólito Irigoyen

jueves, 27 de octubre de 2011

Los primeros cigarreros

En su libro Buenos Aires, desde 70 años atrás, escrito en 1878 y publicado en 1881, José Antonio Wilde (1813-1885) nos ofrece una formidable radiografía de la vida en aquella Buenos Aires que va desde la Revolución de Mayo hasta la caída de Rosas. Las costumbres, los modos de beber, fumar, alimentarse, vestirse y comportarse socialmente son minuciosamente descriptos por un privilegiado testigo que presenta los acontecimientos de una manera históricamente correcta, pero además amena, divertida y salpicada de anécdotas y vivencias personales.
En uno de sus mejores capítulos (al menos para el autor de este blog), Wilde nos habla de las primitivas modalidades de producción y consumo de cigarros y cigarrillos. Por ejemplo, señala que "las cigarrerías propiamente dichas no se conocían en los tiempos a los que nos venimos refiriendo. Las vimos con profusión en Montevideo de 1842, donde probablemente existían desde época anterior. Luego que la emigración argentina regresó después de la memorable batalla de Caseros, las cigarrerías empezaron a establecesrse entre nosotros en la forma que hoy las conocemos".
¿Dónde se hacían y vendían los productos de la manufactura del tabaco, entonces? Wilde aclara bien este punto: "Antiguamente, los cigarros se expendían en almacenes y pulperías. Hubieron después algunas casas especiales como el Almacén del Rey, el de Villariño, el Poste Blanco de Muñoz, de Giménez, de Sánchez al lado de la confitería de Baldracco, etc, donde se vendían cigarros y cigarrilos muy buscados por los aficionados al buen tabaco".


Casi todos los almaceneros tenían su picador de tabaco, "especie de profesor ambulante que iba de almacén en almacén, permaneciendo en cada uno el tiempo suficiente con arreglo al despacho de cigarrillos o de tabaco picado. También tenían su cigarrero, que colocábase en paraje a resguardo del viento (a fin de que el tabaco no se aventara), con una fuente de lata o cosa parecida puesta sobre los muslos, con tabaco picado y una provisión de hojas de papel de hilo, envolviendo y cabeceando sus cigarrillos con admirable prontitud y destreza".
Vale la pena aclarar que Wilde, obviamente, se refiere en muchas ocasiones a "cigarrillos" y "cigarros" como un mismo producto, pero el desliz propio de su entusiasmo por la descripción precisa y colorida no le quita mérito ni rigor histórico al relato. Luego sigue: "No envolvían los cigarros en papel de plomo ni tenían envelope con etiqueta"(...)"se ataban simplemente por ambas extremidades con hilo negro o colorado en número de 16 a 20".
Ahora bien, ¿cómo serían esos cigarros y cigarrillos? Muy rústicos, por cierto, habida cuenta de que no se utilizaban entonces los métodos de secado, curado y estacionamiento de los tabacos, amén de los problemas que seguramente acarreaba la falta de conocimiento en las etapas del cutlivo y el desconocimiento sobre las diferentes variedades. Sin embaro, existía una dinámica importación de productos extranjeros que se sumaba a la producción local, como bien señala Wilde al decir que "aunque se vendían cigarrillos hamburgueses, de Virginia, paraguayos, correntinos y aún algunos habanos, el que mas se consumía era el cigarro de hoja, que podía llamarse del país, fabricado aquí con tabaco de Paraguay, de Corrientes, de Tucumán y, algunas veces, del cultivado en esta provincia (Buenos Aires)".


¡Qué estampa, la de los parroquianos saboreando alguna de esas "tagarninas" junto a una ginebra o cierto vaso de vino carlón! Así eran las cosas en "la gran aldea" hasta la década de 1850, ya que luego de la caída del Restaurador de las leyes los comercios especializados del ramo (las cigarrerías, actuales "tabaquerías") empezaron a proliferar por las ciudades y pueblos, y la costumbre del fabricante cigarrero artesanal y ambulante comenzó a correrse hacia la campaña para luego desparecer (no confundir con el vendedor cigarrero ambulante, ya que éste gozó de buena salud hasta bien entrado el siglo XX). Sin embargo, como veremos en próximas entradas, tal evolución permitió el desarrollo de una gran industria cigarrera argentina entre 1880 y 1900, que llegó, en su apogeo, a ser una de las más poderosas de América.