De los tres grupos genéricos apuntados bajo el encabezamiento
de este blog, el tabaco es el menos estudiado por la investigación histórica.
Salvo dignísimas excepciones (1), lo que atañe al dispendio argentino de
cigarros, cigarrillos, rapés y demás derivados cuenta con escasas referencias
enfocadas en su pasado, no obstante haber sido uno de los segmentos más
dinámicos del comercio exterior y de la industria nacional. Incluso es bastante
ignorado por los historiadores economistas, quienes rara vez apuntan su
formidable papel como fuente de ingresos fiscales, tanto por los derechos aduaneros
de importación (dominante hasta 1890) como por la existencia posterior de una
manufactura vernácula considerada -en sus buenos tiempos- la más importante de
Sudamérica. También nosotros hacemos un mea
culpa: no le hemos brindado aquí
toda la atención que merece, pero al menos logramos subir algunas entradas relativas
al tema y crear Tras las huellas del
Toscano, que es una derivación para el examen específico de la rama italiana.
En ese orden de cosas, el repaso de antiguas estadísticas aduaneras
permite advertir cierta procedencia europea ubicada durante varios años entre
las primeras posiciones. Hablamos de Francia y de un éxito que comenzó a
finales de la década de 1860 y se extendió hasta 1880. El lapso en cuestión coincide
muy bien con los períodos presidenciales de Domingo Faustino Sarmiento (1868-1874)
y Nicolás Avellaneda (1874-1880) citados referencialmente a título de
encabezamiento. La data portuaria de la época abunda en ejemplos para referir,
pero elegimos un cuadro muy ilustrativo de importaciones arribadas en 1874
donde los ejemplares franceses encabezan con holgura el rubro cigarros acusando la friolera de
18.273.000 unidades, seguidos por los alemanes (9.187.000), italianos
(9.086.000) y paraguayos (7.029.000). Como dijimos, ese “veranito” del humo
francés en Argentina duraría sólo hasta fines del decenio (2), pero aun así
parece interesante conocer algo sobre tan curiosos especímenes, originados en
un país que hoy no asociamos ni remotamente con la industria de los cigarros de
hoja.
Lo cierto es que Francia supo ser una verdadera potencia tabacalera
reglamentada a modo de estanco (3) desde
1811, cuando Napoleón Bonaparte creó la Regie
des Tabacs. Hacia1870, en pleno auge del tabaco francés por nuestras
latitudes, dicha repartición controlaba enormes factorías, cuya nomenclatura
completa de ubicaciones llegó a ser la siguiente : Bordeaux, Châteauroux, Dieppe, Dijon, Issy-les-Moulineaux, Le Havre, Le
Mans, Lille, Lyon, Marseille, Metz, Morlaix, Nancy, Nantes, Nice, Orleans,
Pantin, Paris Reuilly, Riom, Satrsbourg, Tonneins, Toulouse y Vesoul. Las imágenes de abajo
corresponden a una de ellas, la Manufacture
Nationale des Tabacs de Nancy. Si
apreciamos la magnitud del edificio, imaginamos su volumen productivo, entendemos que había
más de veinte plantas similares y consideramos que existía una fluida relación
comercial con Argentina (gran importadora por entonces), ya no resulta tan sorprendente
aquel éxito de los tabacos galos en estas tierras lejanas. Con el paso del tiempo, la industria francesa
del puro se redujo a la mínima expresión y sus tabacos desparecieron de los
comercios argentinos.
Una caja de Picaduros comprada
en Burdeos hace casi una década que todavía obraba en mi poder me dio la idea
de fumar reflexivamente y volcar aquí algunas impresiones de comparación histórica.
Los Picaduros son unos legendarios
cigarros pequeños y económicos que se remontan
a finales del siglo XIX. Durante la mayor parte de su historia fueron
hechos con materia prima cultivada en la misma Francia (4), y aunque no sabemos si eso continúa
siendo así, el hecho de haber sobrevivido al eclipse de la industria gala de
los puros los convierte en símbolos del otrora popular y genuino tabaco europeo. De lo
que sí estamos seguros es de su armado a máquina, evidente por la prolijidad y
uniformidad de un formato cilíndrico con calibre apenas menor en lo que sería el lado
de la “boquilla”. El encendido es rápido al igual que toda su combustión y tiro;
no hay dudas de que estamos frente a un producto de consumo bien masivo,
pensado para reemplazar ocasionalmente al cigarrillo de papel (ver publicidad
de los setenta ubicada junto a este párrafo). No obstante, el sabor es rico, de
cuerpo medio -o sea, ni muy suave ni muy fuerte- levemente picante, generoso en humo y con
final agradable. No tiene la complejidad de un habano ni la potencia de un
toscano, pero se perfila como un cigarro abordable en cualquier momento del
día, y eso era una enorme virtud en las últimas décadas decimonónicas.
Seguramente experimentamos algo parecido a lo que percibieron
tantos argentinos y extranjeros residentes en los días formativos de nuestra
nación, hace ciento cuarenta años. Y precisamente de eso nos ocupamos en este
blog: rescatar del olvido viejos hábitos de la vida cotidiana argentina.
Notas:
(1) Que son el libro La
historia del tabaco de Juan Domenech (publicado en 1940) y el C.P.C.C.A (Cigarette
Pack Collectors Club of Argentina), cuya web compendia una excelente labor
surgida del coleccionismo de marquillas e incluye algunos trabajos
bibliográficos accesibles en soporte virtual. http://cpcca.com.ar/es-index.htm
(2) A partir de 1880 comenzó a verificarse un crecimiento sostenido
de los puros italianos, que se volvió
irreversible para 1885. Diez años después sus cifras de importación eran
mayores a las de todos los demás países
juntos. Nótese la importancia porcentual de cada procedencia en el siguiente
cuadro del bienio 1894-1895 (expresado en kilos: 1kilo equivale a 200 cigarros)
y compárese con el cuadro de 1874 subido antes (expresado en miles de unidades).
(3) Monopolio estatal
que regula la fabricación, comercialización y venta de ciertos productos. Desde
el siglo XVIII hasta la segunda mitad del XX fueron varias las naciones
europeas que utilizaron este sistema, en especial para tabacos y alcoholes.
(4) Le tabac en France
de 1940 a nos jours: histoire d’un marché. Eric Godeau, 2008.