jueves, 28 de junio de 2012

El hada verde de poetas y bohemios

El vino es, sin ningún lugar a dudas, la bebida que porta consigo el mayor caudal de historias, tradiciones y leyendas. Otros brebajes milenarios también cuentan con su importante dosis de acervo histórico, pero el principal derivado de la uva lleva la delantera a todas luces. No obstante, existe un licor cuyo pasado se encuentra, más que el de ningún otro, inmerso en un halo misterioso, oscuro, controversial, asociado a la clandestinidad, las pasiones prohibidas y la locura. Tamaña fama merece una entrada en este blog, especialmente si tenemos en cuenta que el producto de marras tuvo una amplia difusión local durante la segunda mitad del siglo XIX y la primera década del XX. En efecto, desde la música  hasta la literatura argentina, pasando por los testimonios gráficos incontrovertibles (como el libro del Ferrocarril Sud de 1898 que estamos analizando en distintos capítulos) (1) se pone de manifiesto el alto consumo de ajenjo existente en aquellos tiempos.


El origen de la preparación se remonta a la antigüedad, pero su éxito como bebida de consumo masivo comenzó en Europa a principios del siglo XIX y llegó a cobrar dimensiones de furor en Francia, donde numerosas destilerías se abocaron a la tarea de elaborarlo, con la célebre Pernod a la cabeza. Al igual que tantas otras bebidas, el ajenjo original era utilizado como “tónico” con fines cuasi medicinales, gracias a las propiedades digestivas que se le atribuían y atribuyen aún hoy al jugo de la planta  Artemisia Absinthium , el principio activo básico de su composición . Pero, por otra parte, la altísima graduación alcohólica que solía acusar (entre 70 y 90 grados, por lo que rara vez era bebido solo) y la industrialización consecuente con su progresiva popularidad (con muchas “fábricas de licor” carentes de escrúpulos) (2) hicieron que pronto se hablara del ajenjo como una bebida siniestra, capaz de producir alucinaciones, locura y hasta  muerte (3).



En nuestro país supieron convivir las principales marcas importadas con algunos ejemplares nacionales. El auge del vermouth, los aperitivos y los licores de todo tipo, así como la irresistible inclinación de imitar las modas europeas, fortalecieron  ese consumo que quedó generosamente reflejado en distintas facetas de la cultura vernácula. El tango, por ejemplo, logró expresar de un modo muy elocuente el entorno bohemio que rodeaba al elixir que nos ocupa, a tal punto de ser no sólo parte de muchas letras sino además el nombre mismo de una famosa pieza: Copa de ajenjo, de Canaro y Pesce.

Diversas circunstancias históricas y económicas (4) hicieron que, a principios del siglo XX, el ajenjo comenzara a marchar con paso firme hacia la prohibición. Y así sucedió en 1915, cuando finalmente Francia, el principal mercado de elaboración y consumo, suprimió por mucho tiempo la posibilidad de producirlo y de beberlo. Era “el fin del hada verde”, según decían entonces las propagandas triunfales de sus detractores. Durante las décadas posteriores, el ajenjo entró dentro de la categoría de las drogas de alta toxicidad. En la Argentina pasaron algunos años hasta que se hizo efectiva la medida  del Viejo Mundo, pero el hecho es que el otrora famoso  licor verde perdió su consumo y dejó de ser un hábito extendido. Hoy, de acuerdo con el código alimentario argentino (Art 1123 - Res 1389) "queda prohibida la fabricación, tenencia y expendio de la bebida alcohólica preparada a base de Ajenjo y de bebidas alcohólicas similares que lo contengan o imiten”. Y aunque pululan por allí algunos émulos de difícil ubicación, no tienen  nada que ver con aquella pócima potente que supo cautivar a poetas, músicos, pintores y bohemios argentinos en cafés, bares y confiterías de antaño.

Notas:

(1) Los ejemplares de ajenjo estarán incluidos en la próxima entrada de la serie, correspondiente a licores y rones. De todos modos anticipamos que se trata de las marcas Pernod y Cusenier.


(2) Algún día analizaremos debidamente el enorme y lucrativo negocio que era, hacia 1900, la fabricación de bebidas alcohólicas de todo tipo, desde  licores hasta “vinos artificiales”, con casi ningún control del estado.
(3) En 1905, un campesino suizo asesinó a su esposa embarazada y sus hijos antes de intentar suicidarse. Capturado por las autoridades, aseguró que una borrachera de ajenjo lo había arrastrado a esa conducta criminal extrema. La versión fue rápidamente recogida y difundida por la prensa europea de la época.
(4) En la década de 1910 se consumían 36 millones de litros anuales de ajenjo solamente de Francia, lo que representaba un alto porcentaje del total del segmento licores. Resulta muy lógico pensar en alguna especie de “campaña” en contra del producto orquestada por otras industrias que veían un peligro en tanta popularidad. Muchos historiadores sostienen esta hipótesis.

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