El vino es, sin ningún lugar a dudas, la bebida que porta
consigo el mayor caudal de historias, tradiciones y leyendas. Otros brebajes
milenarios también cuentan con su importante dosis de acervo histórico, pero el
principal derivado de la uva lleva la delantera a todas luces. No obstante,
existe un licor cuyo pasado se encuentra, más que el de ningún otro, inmerso en
un halo misterioso, oscuro, controversial, asociado a la clandestinidad, las
pasiones prohibidas y la locura. Tamaña fama merece una entrada en este blog,
especialmente si tenemos en cuenta que el producto de marras tuvo una amplia
difusión local durante la segunda mitad del siglo XIX y la primera década del
XX. En efecto, desde la música
hasta la
literatura argentina, pasando por los testimonios gráficos incontrovertibles
(como el libro del Ferrocarril Sud de 1898 que estamos analizando en distintos
capítulos) (1) se pone de manifiesto el alto consumo de ajenjo existente en aquellos
tiempos.


El origen de la preparación se remonta a la antigüedad, pero
su éxito como bebida de consumo masivo comenzó en Europa a principios del siglo
XIX y llegó a cobrar dimensiones de furor en Francia, donde numerosas destilerías
se abocaron a la tarea de elaborarlo, con la célebre
Pernod a la cabeza. Al igual que tantas otras bebidas, el ajenjo
original era utilizado como “tónico” con fines cuasi medicinales, gracias a las
propiedades digestivas que se le atribuían y atribuyen aún hoy al jugo de la
planta
Artemisia Absinthium , el principio activo básico de su composición
. Pero, por otra parte, la altísima graduación alcohólica que solía acusar
(entre 70 y 90 grados, por lo que rara vez era bebido solo) y la industrialización
consecuente con su progresiva popularidad (con muchas “fábricas de licor”
carentes de escrúpulos) (2) hicieron que pronto se hablara del ajenjo como una
bebida siniestra, capaz de producir alucinaciones, locura y hasta
muerte (3).


En nuestro país supieron convivir las principales marcas
importadas con algunos ejemplares nacionales. El auge del vermouth, los
aperitivos y los licores de todo tipo, así como la irresistible inclinación de
imitar las modas europeas, fortalecieron
ese consumo que quedó generosamente reflejado en distintas facetas de la
cultura vernácula. El tango, por ejemplo, logró expresar de un modo muy
elocuente el entorno bohemio que rodeaba al elixir que nos ocupa, a tal punto
de ser no sólo parte de muchas letras sino además el nombre mismo de una famosa
pieza:
Copa de ajenjo, de Canaro y
Pesce.

Diversas circunstancias históricas y económicas (4) hicieron
que, a principios del siglo XX, el ajenjo comenzara a marchar con paso firme
hacia la prohibición. Y así sucedió en 1915, cuando finalmente Francia, el
principal mercado de elaboración y consumo, suprimió por mucho tiempo la
posibilidad de producirlo y de beberlo. Era “el fin del hada verde”, según decían
entonces las propagandas triunfales de sus detractores. Durante las décadas
posteriores, el ajenjo entró dentro de la categoría de las drogas de alta
toxicidad. En la Argentina pasaron algunos años hasta que se hizo efectiva la medida
del Viejo Mundo, pero el hecho es que el
otrora famoso
licor verde perdió su
consumo y dejó de ser un hábito extendido. Hoy, de acuerdo con el código
alimentario argentino (
Art 1123 - Res 1389) "queda prohibida la
fabricación, tenencia y expendio de la bebida alcohólica preparada a base de
Ajenjo y de bebidas alcohólicas similares que lo contengan o imiten”. Y
aunque pululan por allí algunos émulos de difícil ubicación, no tienen nada que ver con aquella pócima potente que
supo cautivar a poetas, músicos, pintores y bohemios argentinos en cafés, bares
y confiterías de antaño.
Notas:
(1) Los ejemplares de ajenjo estarán incluidos en la próxima entrada de
la serie, correspondiente a licores y rones. De todos modos anticipamos que se
trata de las marcas Pernod y Cusenier.
(2) Algún día analizaremos debidamente el enorme y lucrativo negocio
que era, hacia 1900, la fabricación de bebidas alcohólicas de todo tipo,
desde licores hasta “vinos
artificiales”, con casi ningún control del estado.
(3) En 1905, un campesino suizo asesinó a su esposa embarazada y sus
hijos antes de intentar suicidarse. Capturado por las autoridades, aseguró que
una borrachera de ajenjo lo había arrastrado a esa conducta criminal extrema.
La versión fue rápidamente recogida y difundida por la prensa europea de la
época.
(4) En la década de 1910 se consumían 36 millones de litros
anuales de ajenjo solamente de Francia, lo que representaba un alto porcentaje
del total del segmento licores. Resulta muy lógico pensar en alguna especie de
“campaña” en contra del producto orquestada por otras industrias que veían un
peligro en tanta popularidad. Muchos historiadores sostienen esta hipótesis.
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