En la entrada fundacional de este blog, en octubre del año
pasado, repasamos el origen artesanal de la industria argentina del tabaco
manufacturado y señalamos el inicio de la actividad en escala verdaderamente
significativa hacia mediados del siglo XIX,
de manera paralela a la veloz proliferación de los emprendedores especializados
del ramo. En la década de 1860 las
cigarrerías comenzaron a verse profusamente, tanto en Buenos Aires como en otras grandes ciudades y pueblos de la
Argentina. Poco a poco iban desapareciendo aquellos cigarreros que armaban y vendían sus productos en las
pulperías, para dar paso a todo un gremio comercial especializado que gozó de
las preferencias del consumidor hasta bien entrada la década de 1960. Durante
un siglo, el local de cigarrería no faltó en ningún lugar habitado de este país,
desde los diferentes barrios de las grandes urbes hasta los más modestos
pueblos del interior, ya que se trataba de un consumo tan regular y cotidiano como el de los alimentos y
las bebidas. Para 1900 había en nuestro territorio más de 6700 comercios detallistas del
tabaco, de los cuales 2200 estaban ubicados en la Capital Federal.


Como es lógico pensar, numerosos vestigios documentales que
nos permiten recrear la atmósfera reinante en las cigarrerías argentinas de
antaño se han preservado hasta la actualidad. Basándonos en esas huellas
históricas podemos afirmar que la especialización fue excluyente en los
primeros tiempos (1). Por ejemplo, tenemos una buena descripción de un negocio
del ramo en 1862. Se trata de
“Au
Gamin de Paris” de
Luis Geissel,
que reza: “
Cigarrería francesa del buen pito. Calle de Maipú 145.
Este establecimiento, creado en similitud con los de París, ofrece al
consumidor un excelente y variado surtido de cigarros de todas clases, Bahía,
Habanos, Suizos, Paraguayos, Criollos, etc. etc., ricos cigarrillos de papel de
tabaco negro y habanillos, tabaco francés de fumar. Virginia, Norte Americano,
Caporal y rapé francés legitimas de la Régie, sacados de la factoría imperial
de Burdeos. Recibe directamente las
novedades en artículos para fumadores. Especialidad en pitos de todas clases:
Fantasía, Belges, Neogénes, Gambier, Marseillaises, Écume Francaise, Kummer
(espuma de mar), Racine de Bruyére, armados y no armados. Primer introductor de
las pastillas preparadas de Cochou, al uso de los fumadores, para quitar el
gusto y el olor del tabaco, y perfumar el aliento” (2). Por la misma época
ubicamos, en el reverso de un boleto del
tranway
a caballo, una propaganda de la Cigarrería Francesa que alude a su amplia
oferta de tabacos y pitos, con especial énfasis en la variedad de “espuma de
mar” (3). Desde el punto de vista presencial, podemos imaginarnos a esas
tiendas finiseculares del XIX como sitios atiborrados de mostradores, vitrinas y
estanterías confeccionadas en maderas nobles, cuyo aroma se confundía con el de
los buenos tabacos ofrecidos a la venta (4)

A comienzos del siglo XX y de la mano de la generalización
del hábito de fumar cigarrillos, las cigarrerías fueron perdiendo su primitiva
dedicación por el tabaco y comenzaron a transitar por otros rubros que ayudaban
a captar clientes. Una causa de este fenómeno era la competencia generada por la venta de cigarrillos y cigarros en muchos
otros lugares. Así lo señala Juan Domenech en su Historia del tabaco, mientras
enumera todas las posibles bocas accesorias de expendio a fines de la década de
1930: “almacenes, bares, confiterías, hoteles, restaurantes, quioscos,
canasteros ambulantes y despensas”. En
ese contexto, los cigarreros propiamente dichos no tuvieron más remedio que
añadir actividades accesorias para subsisitr. Con el tiempo se creó otra
especie de rubro mixto bien determinado: el de las cigarrerías – librerías, muchas veces con
un anexo de venta de lotería (5).

Promediando los años cuarenta llegó el turno de los
kioscos, una nueva actividad comercial que rápidamente restó
clientela a los ya golpeados establecimientos que nos ocupan. Por otra parte,
la concentración del negocio del cigarrillo (con cada vez menos marcas en el
mercado) y la lenta pero inexorable caída del consumo de cigarros puros
hicieron de la cigarrería un comercio poco atractivo a la vez que anticuado.
Mucho después aparecieron las
tabaquerías, que vinieron a continuar y
dinamizar el sector hasta nuestros días, aunque con importantes diferencias
conceptuales: no venden cigarrillos y solo manejan productos de alta gama.
Ello, sumado a su escasa cantidad en toda la república, hace que no sean
comparables a las numerosas y populares cigarrerías de antaño. De aquellas, las de
antes, no queda ninguna, no al menos con el espíritu original. Pero podemos
rendirle tributo a través de la evocación
de su estampa singular.
Notas:
(1) Hasta el decenio de 1910, muchas cigarrerías combinaban la venta con la fabricación propia de cigarrillos y puros.
(2) Reseña obtenida del trabajo
Manuel Malagrida. Los orígenes de la industria del cigarrillo en la
Argentina, de Juan José Ruiz, con revisión y correcciones de Alejandro
Butera. El texto es de libre acceso en
la página del
Cigar Pack Collectors Club
of Argentina:
http://cpcca.com.ar Recomendamos su lectura a
todos los interesados en el tema, ya que se trata de un completo estudio del
pasado del sector tabaquero nacional a través de la vida de uno de sus
protagonistas más destacados.
(3) La “espuma de
mar” es un mineral llamado
sepiolita, de estructura rígida pero
maleable. Fue muy utilizado en otros tiempos para la fabricación de pipas
vistosas y ornamentadas.
(4) El autor de este blog, que no teme dar con sus huesos en
el averno, entregaría su alma al diablo con tal de viajar en el tiempo, visitar
uno de aquellos locales y experimentar esa sensación olfativa.
(5) Esta combinación puede parecer una especie de “cocoliche”
hoy en día pero resultaba común durante la mayor parte del siglo XX. Aun
subsisten algunos ejemplares de tal naturaleza, por ejemplo, en la Avenida de
Mayo de la Ciudad de Buenos Aires, y también en otras metrópolis del país.
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