El término lingüístico misia
o misiá define un trato de
cortesía o respeto que se aplica a las mujeres de cierta edad, equivalente a
los más conocidos señora o doña. Hacia finales del siglo XIX el
vocablo de marras estaba extendido indistintamente en ámbitos rurales, pueblerinos y urbanos. Numerosas obras
literarias de la época dan fe de ello, como la que vamos a reseñar hoy
volviendo nuestra atención hacia el inefable Fray Mocho, el costumbrista argentino que supo
generar con la pluma auténticas litografías
sobre usos, costumbres y personas de su tiempo. Muestra cabal de ese estilo
criollista y conversado es Cuadros de la
Ciudad, una selección de treinta y cuatro cuentos cortos enfocados en las
contradicciones sociales porteñas a mediados de la década de 1880.
Según el relato de nuestro interés, titulado La economía es la madre de la riqueza,
durante algún momento de aquel período hicieron su aparición en las calles y
plazas de Buenos Aires los pasteles de una tal Misia Paca, los que, “vendidos
a precios increíbles por su baratura y rellenados con generosa liberalidad,
desalojaron a sus rivales en el comercio menudo y mataron toda competencia, produciendo una crisis espantosa en la antes boyante (1) industria pastelera.” Por supuesto,
semejante éxito despertó de inmediato una ola de envidias y recelos entre sus
competidoras desplazadas, quienes se abocaron a buscar desesperadamente el secreto profesional de la victoriosa oponente. Los comentarios al respecto
distaban mucho de ser piadosos. “¡Si
nunca hizo ni tortas fritas!”, decía una, mientras otra aseguraba: “dejen que venga la semana santa…¡el pescado
no tiene más que un precio!” Pero la semana santa llegó y Misia Paca vendió
sus pasteles con el suceso de siempre, baratos y tan bien rellenos que su jugo “chorreaba por los enemigos”, como decía
la clientela.
En un arrebato supremo de resentimiento y animosidad, las
comadres llegaron a propalar que los pasteles de Misia Paca se hacían con carnes de origen oscuro, ya no de mula o de caballo, sino con algo mucho menos inocuo. Hasta se habló de
“varios ingleses sin familia que habían
desaparecido”, así como de un carrero de la aduana atorado con un huesito
de tamaño y proporciones claramente antropomorfas. Entretanto, Misia Paca
estaba radiante. Desde su nueva
posición de triunfo, sentenciaba: “se han
fundido porque son haraganas y ambiciosas, y quieren ganar platales… Que
trabajen y se contenten con poco, como yo, y ya verán”. El reinado de la
susodicha se extendía por toda la ciudad, llegando sus pasteles a todos los
estómagos, “pues no quedó negro vendedor
que quisiera otra factura que no fuera aquella sin rival”. Ya no había
competencia: descartada la insidiosa calumnia de la carne de inglés y la
malévola especie de que tales pasteles eran aptos sólo para las personas sin estómago, se acallaron las protestas y los labios enmudecieron. Misia Paca fue
aclamada y su nombre inscripto en la lista de oro de las grandes damas
caritativas de la ciudad. Hasta su esposo, que era un triste capitán, ascendió
en el ejército para llegar a jefe de batallón.
Pero sucedió que una noche, habiendo reunión en una obra
caritativa presidida por la exultante Misia Paca, se atendía el pedido de una
pobre mujer cargada de hijos, viuda reciente de un viejo soldado. La
benefactora se dirigía a la infortunada
con una cierta superioridad aduladora. Y allí, en presencia de numeroso
testigos, se dio el siguiente diálogo:
- Bueno, usted es
pobre porque quiere… Trabaje y economice. ¡La economía es la madre de todas las
riquezas!
- Sí, señora.
- Yo también soy
esposa de soldado y ya ve, hasta donde he llegado haciendo pasteles.
- Pero para eso ya
estoy vieja y llena de hijos…
- ¿Eso qué importa? No
sea haragana.
- Si no es por
haraganería… sino porque no voy a hallar ninguno de tropa que me quiera pa’ casarme.
- ¿Acaso yo le
aconsejo eso?
- No, pero si no me
caso con un oficial que me mande las economías del batallón… la leña, la carne,
la grasa, la harina…que son tan caras, ¿cómo voy a fabricar pasteles tan
baratos, señora?
En palabras del autor, el argumento fue tan contundente y
explicaba de manera tan sencilla como inesperada el secreto profesional de
Misia Paca, que acabó su reinado, basado solamente en la economía… del cuerpo que mandaba su esposo y que
resultaba ser la madre de la riqueza, como ella pregonaba.
Notas:
(1) Boyante: próspero, feliz.
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