El Tío Pimienta fue
un personaje encarnado por el recordado actor argentino Luis Sandrini durante
la década de 1960, que dio lugar a toda una serie de versiones y secuelas en
teatro, cine y televisión. La idea central
del personaje consistía en un tío solterón que debe hacerse cargo de la
familia de su hermano mientras éste emprende largos viajes en compañía de una
amante. Llamado oficialmente Peregrino Ferrari, el tío de referencia pasaba por todas las alternativas propias del padre sustituto, especialmente aquellas relacionadas con el recelo y la
desconfianza hacia los jóvenes pretendientes de sus sobrinas. Precisamente, hoy
nos vamos a enfocar en dos valiosas secuencias relativas a ese “celo” cuasi
paternal, que pertenecen a la versión televisiva realizada en 1964. Además de
los puntos específicos de nuestro interés, su repaso permite regocijarse con la
actuación de tres figuras míticas del
humor nacional: el mismo Sandrini, Pepe Biondi y Carlitos Balá (1).
La primera escena que nos convoca presenta a la mayor de las
sobrinas (Diana Maggi) en el acto de recibir a su novio Ciriaco (Pepe Biondi). En pleno momento de flirteos y arrumacos,
los tórtolos son sorprendidos por el tío Pimienta que sale de la cocina, donde
se encuentra preparando un pollo al barro.
Luego de las incomodidades del caso, el tío invita a Ciriaco a sentarse
para probar “un vino que tiene treinta
años durmiendo en la botella”. Las cualidades del caldo son ensalzadas por
don Peregrino a las voces de “es un
néctar” y “para probar, nada más”.
Instantes después, la sobrina deja sobre la mesa el envase, ya con el
sacacorchos inserto, y dos vasos. La conversación entre Ciriaco y el tío se
extiende en base a permanentes comentarios irónicos de este último dirigidos a
la vestimenta del primero.
Mientras siguen las chanzas al respecto, Sandrini abre la
botella. El acto se ve coronado con el típico sonido del descorche, mientras su
abridor asegura “en el ruido del corcho,
no más, sabe la vejez que tiene”. Don Peregrino sigue haciendo gala de su sapiencia mediante el viejo
recurso -absolutamente falso, pero muy propio del folclore vínico en aquellos
tiempos- de oler el tapón, mientras exclama extasiado “la calidad, la calidad…”. Acto seguido extiende el tirabuzón al
novio de su sobrina y lo invita diciendo “huela”,
tal vez esperando alguno de esos adjetivos grandilocuentes y estereotipados. Pero Biondi, luego de
olfatear con atención, hace una pausa, mira a la cámara y afirma sin dudar: “corcho”.
Luego de tan sublime instante, la secuencia continúa con el
mismo tenor, entre chacotas y comentarios pseudoenológicos. El detalle
humorístico reside en que Biondi va solicitando y consumiendo un vaso tras otro hasta vaciar por completo la botella del añejo néctar. Sin embargo, a
juicio de quien suscribe, el remate del corcho delineado anteriormente
representa el punto máximo, el momento más logrado, entrañable e invalorable de
todo el cuadro.
Más adelante nos topamos con otra secuencia que integran el
protagonista y el más joven de los noviecitos,
personificado esta vez por el actual prócer del humor argentino Carlos Balá.
Recién arribado al domicilio familiar, el aterrado muchacho debe soportar la hostilidad del Tío Pimienta, consistente en desaprobar cada uno de sus actos. En
cierto momento lo convida con una copa de coñac,
pero cuando el mozalbete de marras tiene la osadía de ingerir su contenido
resulta insólita y duramente recriminado. Sandrini le retira la copa (aunque
poco queda de ella) y vuelca su contenido en la botella.
Si bien ya se puede adivinar la marca en las imágenes
previas a la llegada de Balá (el producto había sido servido unos segundos
antes), es en este momento cuando su identidad queda bien al descubierto. Se
trata de uno de los émulos argentinos del célebre destilado francés, quizás el
que alcanzó mayor éxito y difusión
comercial en nuestro país a lo largo de su historia alcoholera: Otard Dupuy – Reserva San Juan (2),
marca que aún existe acreditando ocho décadas en el mercado. No hace falta ser
un experto para tener esa seguridad, sobre todo si se recurre a una buena
imagen de su etiqueta más común por aquellos años. Todos los elementos
coinciden, pero nos detenemos en dos que resultan incontrovertibles: la banda roja sobre la parte superior (levemente más oscura
en el blanco y negro) y el “agujero” con forma de cucarda que señalamos en la
imagen que sigue. Esta última marca coincidía con un relieve en el vidrio de la
botella, por lo que (creemos) el etiquetado debía hacerse sí o sí de manera
manual.
Una escena olvidada de la TV argentina de los años sesenta
junto a tres queribles figuras de leyenda del humor nacional, con vinos y
destilados de por medio. ¿Qué más podemos pedir?
Notas:
(1) Dentro del numeroso elenco del programa (un especial
hecho por única vez) aparecen otras reconocidas figuras de la época como Palito
Ortega, Ubaldo Martínez y Juan Carlos Thorry, por mencionar algunas.
(2) Otard-Dupuy fue
una vieja marca de la Masion Otard,
de Francia, que tuvo su época de esplendor entre la segunda mitad del siglo XIX
y la primera del XX. Durante muchos años fue un artículo importado bastante
famoso en la Argentina, pero su alto consumo
llevó a la casa matriz a emprender la producción vernácula en los
albores de la década de 1930. En 1933 comenzaron los ensayos en el establecimiento
Santa Victoria, de la provincia de San Juan (perteneciente a Cinzano),
y hacia 1935 se inició la venta en todo el ámbito de la república. Una
publicidad datada el 21 de diciembre de 1960, bajo el encabezamiento de ¿Cómo se hace un verdadero Coñac?, dice lo siguiente: el vino blanco
cuidadosamente elaborado con uvas blancas seleccionadas se destila en
alambiques tipo Charentais utilizando el tradicional método de destilación en
dos etapas. Luego este coñac se añeja durante largos años en cascos de roble
importados de Francia de 500 litros de capacidad como máximo. A través del
mismo mensaje podemos conocer la diferenciación
nominal para sus dos productos emblemáticos: el Coñac Otard-Dupuy Añejo (3 años) y el Coñac Otard-Dupuy Extrañejo Reserva San Juan (6 años).
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