Así, recién llegado a
Buenos Aires de un viaje (realizaría muchos a lo largo de su vida) (3), el
joven Mansilla se dirige a la legendaria casona que el Restaurador de las Leyes poseía en Palermo (4) para “recibir su bendición”, como se decía en aquel entonces. Tras
una larga espera, los parientes se encuentran. Luego de charlar sobre diversos
temas, Rosas le pregunta: “¿tiene
hambre?” La respuesta afirmativa del visitante no se hizo esperar, a lo que
siguió una directiva de su anfitrión para agasajar al muchacho con un “platito”
de arroz con leche. Mansilla refiere entonces lo siguiente: “el arroz con leche era famoso en Palermo, y
aunque no lo hubiera sido, mi apetito lo era; de modo que empecé a sentir esa
sensación de agua en la boca ante el prospecto que se me presentaba de un
platito que debía ser un platazo, según el estilo criollo y de la casa”. Y
así fue: la propia Manuelita Rosas le trajo un plato…y luego otro, y otro, y
otro, hasta que el muchacho sentenció el conocido “ya, para mí, es suficiente”. Pero los platos siguieron llegando,
sin que el mozalbete se animara a rechazarlos. Al final, cuando no daba más,
pudo irse a su casa.
Muchos años después, ya en su exilio de Southampton, Rosas
fue visitado nuevamente por su sobrino. El propio Mansilla rememora entonces la
siguiente anécdota como para completar la historia, que refleja bastante bien
la enigmática personalidad del ex “hombre fuerte” del Río de La Plata:
Mi tío y yo
permanecimos un instante en silencio. Yo lo miraba con el rabo del ojo. Creía
que él no me veía… ¡me había estado viendo! De repente miróme y me dijo:
- ¿En qué piensa,
sobrino?
- En nada, señor.
- No es cierto; está
pensando en algo.
- ¡No, señor, si no
pensaba en nada!
- Bueno, si no pensaba
en nada cuando le hablé, ahora está pensando ya.
- ¡Si no pensaba en
nada, tío!
- Si adivino, ¿me va a
decir la verdad?
Me fascinaba esa
mirada que leía en el fondo de mi conciencia, y maquinalmente, porque habría
querido seguir negando, contesté:
- Sí
- Bueno –repuso él- ¿A
que estaba pensando en aquellos platitos de arroz con leche que le hice comer
en Palermo, pocos días antes que el loco (el loco era Urquiza) llegara a Buenos
Aires?
No me dio tiempo para
contestarle, porque prosiguió:
- ¿A que cuando llegó
a su casa a deshoras, su padre (e hizo con el pulgar y la mano cerrada una
indicación hacia el comedor) le dijo a la Agustinita “¿no te digo que tu
hermano está loco?”
No pude negar; estaba
bajo la influencia del magnetismo de la verdad, y contesté sonriéndome:
- Es cierto
Mi tío se echó a reír
burlescamente…
El arroz con leche, un postre tan frecuente en las mesas de
la época, sirvió entonces como excusa para la crónica del encuentro entre dos
figuras de la historia nacional. Bien vale recordar aquel plato de los
comienzos de la argentinidad, así como a
los personajes y su tiempo.
Notas:
(1) Ese emprendimiento fue fruto de una iniciativa
absolutamente personal, ya que nunca recibió la debida autorización de sus
superiores. Como consecuencia de ello fue relevado, sumariado y pasado a disponibilidad.
(2) Mansilla era hijo de Agustina Ortiz de Rosas, hermana
menor del Gobernador de Buenos Aires.
(3) La del viajero es una de sus muchas características, que
incluían una cultura sumamente elevada (hablaba y escribía perfectamente en
francés, además de dominar el inglés, el
italiano, el alemán y el latín), gustos
refinados y cierta extravagancia en el vestir.
(4) En realidad, la quinta de Rosas se llamaba Palermo desde
mucho antes que el propio barrio, que tomó su nombre años más tarde.
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