miércoles, 6 de marzo de 2013

Viejos consumos en la literatura argentina: Rosas, Mansilla y los siete platos de arroz con leche

Lucio Victorio Mansilla (1831-1913), fue un militar, político y escritor argentino dotado de singulares características personales. A temprana edad descubrió el gusto de escribir, lo que dio lugar a varias obras de referencia en la literatura argentina del siglo XIX. Entre ellas se cuentan  De Adén a Suez, Máximas y Pensamientos, Retratos y Recuerdos y, muy especialmente, Una excursión a los indios Ranqueles, texto que describe la expedición pacífica a las tolderías efectuada durante su cargo como Comandante de Fronteras en el sur de Córdoba (1). También supo cultivar la veta periodística a través de numerosas colaboraciones en diarios de la época, como La Tribuna o Sud América. Fue precisamente en este último periódico donde publicó una serie de relatos breves, reunidos más tarde en forma antológica bajo el nombre Entre nos: causeries de los jueves. Uno de ellos, tal vez es más recordado de todos, es Los siete platos de arroz con leche, en el que relata cierta anécdota  juvenil ocurrida durante los últimos días de gobierno de su tío Juan Manuel de Rosas (2).


Así, recién  llegado a Buenos Aires de un viaje (realizaría muchos a lo largo de su vida) (3), el joven Mansilla se dirige a la legendaria casona que el Restaurador de las Leyes poseía en Palermo (4) para “recibir su bendición”, como se decía en aquel entonces. Tras una larga espera, los parientes se encuentran. Luego de charlar sobre diversos temas, Rosas le pregunta: “¿tiene hambre?” La respuesta afirmativa del visitante no se hizo esperar, a lo que siguió una directiva de su anfitrión para agasajar al muchacho con un “platito” de arroz con leche. Mansilla refiere entonces lo siguiente: “el arroz con leche era famoso en Palermo, y aunque no lo hubiera sido, mi apetito lo era; de modo que empecé a sentir esa sensación de agua en la boca ante el prospecto que se me presentaba de un platito que debía ser un platazo, según el estilo criollo y de la casa”. Y así fue: la propia Manuelita Rosas le trajo un plato…y luego otro, y otro, y otro, hasta que el muchacho sentenció el conocido “ya, para mí, es suficiente”. Pero los platos siguieron llegando, sin que el mozalbete se animara a rechazarlos. Al final, cuando no daba más, pudo irse a su casa.


Muchos años después, ya en su exilio de Southampton, Rosas fue visitado nuevamente por su sobrino. El propio Mansilla rememora entonces la siguiente anécdota como para completar la historia, que refleja bastante bien la enigmática personalidad del ex “hombre fuerte” del Río de La Plata:

Mi tío y yo permanecimos un instante en silencio. Yo lo miraba con el rabo del ojo. Creía que él no me veía… ¡me había estado viendo! De repente miróme y me dijo:
- ¿En qué piensa, sobrino?
- En nada, señor.
- No es cierto; está pensando en algo.
- ¡No, señor, si no pensaba en nada!
- Bueno, si no pensaba en nada cuando le hablé, ahora está pensando ya.
- ¡Si no pensaba en nada, tío!
- Si adivino, ¿me va a decir la verdad?
Me fascinaba esa mirada que leía en el fondo de mi conciencia, y maquinalmente, porque habría querido seguir negando, contesté:
- Sí
- Bueno –repuso él- ¿A que estaba pensando en aquellos platitos de arroz con leche que le hice comer en Palermo, pocos días antes que el loco (el loco era Urquiza) llegara a Buenos Aires?
No me dio tiempo para contestarle, porque prosiguió:
- ¿A que cuando llegó a su casa a deshoras, su padre (e hizo con el pulgar y la mano cerrada una indicación hacia el comedor) le dijo a la Agustinita “¿no te digo que tu hermano está loco?”
No pude negar; estaba bajo la influencia del magnetismo de la verdad, y contesté sonriéndome:
- Es cierto
Mi tío se echó a reír burlescamente…
 

El arroz con leche, un postre tan frecuente en las mesas de la época, sirvió entonces como excusa para la crónica del encuentro entre dos figuras de la historia nacional. Bien vale recordar aquel plato de los comienzos  de la argentinidad, así como a los personajes y  su tiempo.
 
Notas:

(1) Ese emprendimiento fue fruto de una iniciativa absolutamente personal, ya que nunca recibió la debida autorización de sus superiores. Como consecuencia de ello fue relevado, sumariado  y pasado a disponibilidad.
(2) Mansilla era hijo de Agustina Ortiz de Rosas, hermana menor del Gobernador de Buenos Aires.
(3) La del viajero es una de sus muchas características, que incluían una cultura sumamente elevada (hablaba y escribía perfectamente en francés, además de dominar  el inglés, el italiano, el alemán y el  latín), gustos refinados y cierta extravagancia en el vestir.
(4) En realidad, la quinta de Rosas se llamaba Palermo desde mucho antes que el propio barrio, que tomó su nombre años más tarde. 

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