El 25 de mayo de
1852, con motivo de la celebración de la fecha patria y a menos de un mes de su
fundación, el Club del Progreso ofreció un banquete con el siguiente menú: “mayonesa de pejerrey de Montevideo y dorado
del Plata, quibebe de gallina y fideos finos, pastel de fuente con rescoldo de
pichones, churrasco y pavo con ensalada, natillas, arroz con leche, cidra
cayota (1) y batata grande en dulce,
yema quemada y frutas de estación. Para beber: Gerez (sic) Priorato y Oporto”. Bien entendido,
semejante repertorio refleja el mayor grado de sofisticación gastronómica accesible en esos tiempos que guardaban
algunas reminiscencias coloniales,
cuando la variedad de platos incluía muchas preparaciones criollas y el uso de ingredientes autóctonos era una
constante, junto con el predominio de los vinos españoles. Algo muy diferente a
la realidad verificable pocos decenios
más tarde, época en que el refinamiento del comer y del beber despreció
las antiguas costumbres, transformándose en un sinónimo de todo lo que fuera francés.
A lo largo de 150 años de vida, la prestigiosa asociación
tuvo cuatro sedes: Perú 135 (1852-1857), Perú y Victoria (1857-1900), Avenida
de Mayo 633 (1900-1941) y Sarmiento 1334 (1941-actual). Cada de una de ellas
tiene su debida importancia histórica, pero la segunda expresa claramente una
época dorada en la vida del organismo social. Así queda demostrado en
innumerables testimonios y obras literarias que señalan de manera recurrente los memorables bailes y banquetes que allí se
llevaban a cabo. Uno de ellos fue Vicente Fidel López, quien se encargó de
recrear tal ambiente en La Gran Aldea. Otro
fue Lucio V. Mansilla, que lo menciona varias veces en Una excursión a los indios ranqueles, con algunas precisiones de
interés culinario en el contexto de la antítesis entre la dura existencia de
los fortines y los lujos de la vida
urbana, como el párrafo en el que refiere: “después
de una tortilla de huevos frescos en el Club del Progreso, una de avestruces en
el toldo de mi compadre el cacique Baigorrita”. Volviendo al fastuoso edificio,
era el llamado Palacio Muñoa, obra
del arquitecto Eduardo Taylor en tres amplias plantas: toda una audacia de la
verticalidad para esos años en que las cúpulas de las iglesias tenían sacra
supremacía. Cierta foto de 1867 permite apreciar la importancia edilicia de la
segunda casa del Club del Progreso, detrás del Cabildo, formando una auténtica
postal decimonónica.
En nuestros días, el Club del Progreso ha recuperado las
viejas glorias culinarias de su período de esplendor. De la mano de un joven
equipo profesional, el restaurante ofrece una amplia carta con las
preparaciones de la cocina clásica porteña tocadas por inteligentes arrebatos
de modernidad, todo ello en un ambiente variable a gusto del comensal (salones
señoriales en el piso superior o patio climatizado en la planta baja). También
es posible entregarse a las delicias de la parrilla y el horno de barro, junto
con una completa carta de vinos que se actualiza en forma permanente con las
mejores etiquetas nacionales e importadas. Por todo eso, vale la pena
conocerlo, recorrerlo y experimentar la sensación, aunque sea por un instante,
de pertenecer a aquella selecta minoría de patricios argentinos que dirigieron
los destinos del país.
(1) La cidra cayota no es otra que la llamada alcayota o alcayote, fruto que se prepara a la manera de dulce confitado en
España y en toda Latinoamérica.
No hay comentarios:
Publicar un comentario