miércoles, 18 de abril de 2012

El primer bodeguero patagónico

Muchas de las hoy llamadas “nuevas regiones del vino argentino” son en realidad terruños seculares en la producción de la más noble de las bebidas, que vieron declinar su industria durante largo tiempo  y volvieron a surgir a principios del siglo XXI. Por eso, si hablamos de la historia  de los vinos del sur argentino, y más exactamente del Valle de Viedma - amén de los productores artesanales y  los establecimientos instalados en los últimos años (1)-  no podemos omitir  la existencia pasada de una gran bodega que fue orgullo de la industria vitivinícola austral, cuya fama logró trascender ampliamente las fronteras regionales y se anticipó varios años a todas las demás. Su impulsor fue un  italiano llamado Carmelo Bottazzi, nativo de Pozzolo Formigaro y actual prócer de la bella ciudad de Carmen de Patagones (2).


Este visionario, vecino ilustre y agente consular de su país en esa ciudad, comenzó hacia 1900 un proyecto  tan ambicioso como audaz. En su estancia San José (3)  plantó la friolera de cien hectáreas de un viñedo modelo, irrigado con molinos de viento y enfocado en las cinco cepas finas que mejor se habían adaptado al lugar, luego de casi una década de investigaciones y ensayos intensivos. Ellas eran Cabernet Sauvignon, Petit Verdot, Malbec, Pinot Noir y Sauvignon Blanc. En 1909 formó una sociedad con otros vecinos empresarios para encarar la construcción  de una bodega en Carmen de Patagones, llamada primero "La Viti-Vinícola" y más tarde "Compañía Vitivinícola de Río Negro". El establecimiento estaba dirigido técnicamente por el enólogo mendocino Pedro Boffa y constaba de cuatro salas de fermentación (la mayor, de 9 x 50 metros), equipadas con la tecnología importada más moderna de la época: una máquina moledora saca escobajos Marmonier, dos bombas Fafeur con 150 metros de cañería, un alambique sistema Deroy de fuego directo, un filtro sistema Casquet con capacidad para 200 litros de filtración horaria y una máquina de embotellar sistema Papin. Por el lado de la vasija de madera, poseía diez cubas de 10.000 litros y cuatro de 6.000 litros de la famosa casa Fruhinsholz de Nancy, 380 "bocoys" de roble y castaño de 700 litros, además de un centenar de cascos norteamericanos de 250 litros.


El suceso de la formidable empresa, única en la Patagonia de entonces por capacidad y calidad, no se hizo esperar. Según consta en un antiguo relato del escritor local Crispín Guerra, "sus vinos fueron servidos durante un banquete celebrado en Buenos Aires, que el excelentísimo señor Gobernador del Río Negro, Ingeniero Carlos Gallardo, ofrecía a distinguidos miembros del Superior Gobierno de la Nación y al Centro Viti-Vinícola Nacional; banquete en el que participaba también la flor y nata de los bodegueros de Mendoza. Benegas, Giol y Gargantini pidieron más adelante muestras y datos, interesándose en las cualidades excepcionales de los vinos del sur". Por otra parte, señala que "el mismo año (1910), la plaza de Bahía Blanca daba entrada por primera vez a los vinos de Patagones, que merecían el aplauso de la prensa local y plena benevolencia de los centros comerciales. Las muestras expedidas han tenido por lo visto la mejor acogida, desde el momento en que los pedidos superan ya a las existencias".  Para principios del decenio de 1910  el proyecto se había materializado por completo: elaboraba casi medio millón de litros de vinos tintos y blancos, además de haber comenzado una comercialización regional que tuvo particular suceso en el sudoeste bonaerense.


No obstante aquel comienzo promisorio, los vaivenes de la historia terminaron por vencer al osado emprendedor peninsular. Hacia 1916, en plena crisis producida por el apogeo de la Primera Guerra Mundial, las líneas de crédito que soportaban su negocio de largo aliento se interrumpieron, haciendo que la compañía quebrara irremediablemente. Algunos veteranos referentes del vino regional hablan también de los problemas constantes que acarreaba por entonces el trabajo de regar un sitio tan extremadamente desértico, con un suelo compuesto mayoritariamente por arenas muy finas cuya retención hídrica es casi nula. De un modo u otro, ese fue el fin de nuestra historia de hoy. Los años posteriores vieron surgir al vino en otras zonas de la Patagonia, pero Carmelo Bottazzi, su finca San José y la Compañía Vitivinícola de Río Negro fueron, sin dudas, precursores indiscutidos de la noble actividad viñatera en el sector austral de nuestro país.

Notas:

(1) Se trata de las bodegas Océano y Lapeyrade. Existe también un pequeño establecimiento familiar situado en la Isla Churlaquín (en medio del Río Negro) llamado “Familia Henry”, pero su producción se encuentra detenida al día de hoy, a pesar de estar homologada por el Instituto Nacional de Vitivinicultura.
(2) Tanto la bodega como el viñedo se encontraban  ubicados en el extremo sur de la provincia de Buenos Aires: una en la ciudad de Carmen de Patagones propiamente dicha y el otro a 20 kilómetros al noreste de allí, muy cerca de la Bahía San Blas. Ello los excluiría de su condición patagónica según los límites políticos actuales, pero la opinión del autor de este blog (como la de muchas otras personas) es que al sur del Río Colorado se entra realmente en la Patagonia por historia, clima y topografía, más allá de lo meros condicionamientos cartográficos formales.
(3) La Estancia San José todavía existe como único vestigio de aquella infortunada aventura empresarial. En la actualidad se dedica exclusivamente a la ganadería, aunque en el patio posterior del casco (el mismo edificio de la época de Bottazzi, casi sin modificaciones) perdura una pequeña superficie cultivada con cepas viejísimas, cuya edad es difícil de calcular. Otros lugares del Valle de Viedma (generalmente,  antiguas chacras abandonadas junto al río) son profusamente adornados por imágenes similares.

1 comentario:

  1. Otra historia más de cómo los vaivenes económicos sufridos por el país impidieron la concreción y estabilización de los grandes proyectos que los inmigrantes europeos soñaron para nuestra Argentina. Nos quedamos a medio camino.

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