lunes, 16 de enero de 2012

Cuando San Nicolás era una potencia vitivinícola 1

Cualquier persona que transite por la autopista Buenos Aires - Rosario puede observar una enigmática construcción  a la altura del kilómetro 234 , sobre el costado derecho en el sentido mencionado, cuyo frente se encuentra surcado por la inscripción "Bodega El Rosario". Más allá de la notable coincidencia entre ese nombre y el destino de la ruta,  la visión fugaz del edificio con su leyenda debe haber llamado la atención de miles de viajeros a lo largo de muchos años. Por eso, las preguntas del observador casual deben haber sido las mismas hasta el día de hoy.  ¿Será esa una "bodega" en el sentido más conocido de establecimiento vitivinícola? ¿Hubo, acaso, vinos en San Nicolás alguna vez?
En contraposición, muy pocos deben haber llegado a conocer las respuestas a esas preguntas. Casi todos, seguramente, se hubieran sorprendido al enterarse de que San Nicolás supo ser el polo productor de vinos más importante de la provincia de Buenos Aires, con una historia que alcanza la centuria perfecta, desde 1886 hasta 1986, cuando la última de las bodegas cerró sus puertas. A lo largo de ese período hubo decenas de familias que se abocaron a la noble tarea de cultivar vides y hacer vinos. Y no lo hicieron de manera improvisada, ni "casera", sino todo lo contrario: plantaron cepas finas, construyeron edificios para la elaboración con los mejores adelantos tecnológicos disponibles y llegaron a contar con enólogos nativos recibidos en Mendoza, así como con sus propias delegaciones locales del Centro Vitivinícola Nacional y del Instituto Nacional de Vitivinicultura. En ese siglo tampoco faltaron los avances, los retrocesos, las satisfacciones, los sinsabores y  todos aquellos aspectos sociales, económicos y humanos que son propios de cualquier región productora de vinos en el mundo (1).
Los primeros registros de vinificaciones exitosas datan de 1886, cuando los inmigrantes genoveses afincados en el lugar comenzaron a elaborar vinos en escala algo mayor que la del simple consumo familiar. La colaboración de los padres Salesianos de Don Bosco fue fundamental para ayudar a esos pioneros a encontrar las uvas y métodos agronómicos que mejor se adaptaran a la ecología húmeda y los suelos pesados de la comarca, aunque la lógica climática del terruño marcó para siempre el estilo de cultivo. Por eso,  las tareas de campo requerían un sacrificio ostensiblemente mayor al de cualquier zona tradicional de la vitivinicultura argentina, pero el esfuerzo daba sus frutos. A mediados de la década de 1890, los vinos nicoleños eran bien conocidos y consumidos en un amplio radio que comprendía el norte bonaerense y el sur de Santa Fe. La distribución se hacía generalmente en barriles de 200 litros, que eran  transportados en carros hasta los destinos más cercanos y por ferrocarril hasta los más alejados.


A comienzos del siglo XX, la producción vitivinícola se mostraba como una de las actividades más atractivas y rentables de toda la región. El 21 de Septiembre de 1902 se realizó en San Nicolás una Exposición Vitivinícola que contó con la participación de treinta bodegas. El presidente Julio A. Roca envió un telegrama de adhesión y designó un delegado del Ministerio de Agricultura para integrar el jurado. El período que abarcaron los vinos inscriptos en este notable antecedente de concurso enológico estuvo comprendido entre las cosechas 1887 y 1901. Muchos vinos jóvenes recibieron premios en las categorías de blancos y tintos, pero vale la pena señalar los ganadores en el rubro de "vinos añejos": Francisco Cámpora (blanco 1901), Carlos Cámpora (tinto 1899 y tinto 1891), Antonio Vigo (tinto 1899) y Juan Montaldo (blanco 1891).


Es un hecho documentado que las variedades fundacionales de la vitivinicultura nicoleña fueron Pinot Gris y  Harriague (Tannat), traídas desde Uruguay. Años más tarde se incorporaron otros cepajes llegados desde Cuyo, especialmente Malbec, Merlot, Cabernet Sauvignon, Moscatel y Cinsault. Pero las uvas con las que se forjó el auténtico estilo del vino de San Nicolás fueron dos: Pinot Gris y Refosco. La primera, como dijimos, posee antecedentes que se remontan a los orígenes del viñedo local y resultó ser la eterna favorita en proporciones que nunca bajaron del ochenta por ciento. Con ella se elaboraban vinos blancos y claretes de escaso color y poco alcohol, que oscilaba entre los 9 y los 11 grados, dependiendo de los años lluviosos o secos. La falta de graduación era un problema recurrente para los productores locales, hasta que uno de ellos, Héctor Ponte, viajó a Mendoza en la década de 1930 y trajo consigo la llamada Refosco (Lambrusco Maestri), cuyo color y capacidad de madurar permitió obtener vinos de hasta 14,5 grados en las mejores añadas. Así se logró el corte que predominó en los caldos de la zona desde entonces hasta el final: una base de Pinot Gris, que aportaba frescura y aroma, junto al poderoso Refosco, que entregaba alcohol, color y cuerpo. Casi todos esos vinos fueron históricamente fraccionados, rotulados y vendidos en damajuanas de 5 y 10 litros como "vinos de mesa", aunque en su composición (y en todo el viñedo nicoleño) no hubiera un solo gramo de uvas criollas.

Al ritmo del sostenido crecimiento de la industria, las bodegas fueron tecnificándose paulatinamente. El primer Censo Vitivinícola Nacional de 1936 indica que ese año existían 297 viñedos y 54 bodegas homologadas en la región que nos ocupa, las cuales elaboraban 1.797.995 litros de vinos tintos y 534.846 de vinos blancos. Todo ello contabilizado en 1.522 vasijas de madera (toneles y cubas) y 316 piletas de mampostería. La capacidad de los establecimientos oscilaba entre 10.000 y  600.000 litros, pero la tendencia general no iba en dirección de aumentar la cantidad, sino de mejorar la calidad  y modernizar los sistemas de producción. Como parte del fenómeno, varios integrantes de las familias del vino viajaron a Mendoza para estudiar enología en la Escuela Don Bosco de Rodeo del Medio. Allí se recibieron Julio Monti (1926), Héctor Ponte (1929), Antonio Clérici (1949), Carlos Cámpora (1951), Angel Del Vecchio (1958) y Pedro Garetto (1964).
Los vinos de San Nicolás ya eran tan famosos regionalmente como en la periferia de la Ciudad de Buenos Aires y en numerosas localidades de la provincia, en Rosario y el sur de Santa Fe, en Entre Ríos, en La Pampa y en otras plazas de consumo de todo el país. La actividad alcanzó su apogeo a mediados de la década de 1950, cuando se llegaron a elaborar más de siete millones de litros en 55 bodegas, con uvas provenientes de 1.300 hectáreas de viñedos cultivados por 403 productores y quinteros. Pero, como dice el dicho, "la vida acecha a los felices". Los años siguientes se presentaron llenos de frustraciones, mientras la industria del vino perdía su atractivo y se apagaba lentamente al ritmo de otros negocios más rentables.

                                                              CONTINUARÁ...

Notas:

(1) Artículo publicado en la revista El Conocedor N° 65, Abril de 2010

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