El sistema impositivo denominado monotributo no es, como muchos creen, un invento de los últimos
tiempos. Por el contrario, existieron numerosos antecedentes a lo largo de
nuestra historia, como el Impuesto de Patentes que debían pagar los comerciantes del siglo XIX en la Ciudad de
Buenos Aires. Diseñado y aplicado según los diversos rubros mercantiles, profesiones y oficios
ejercidos tanto en locales como en oficinas, depósitos y talleres, este método resultó
ser un modo sencillo para asegurar la recaudación del fisco mediante un tributo
único. En función de ello, cierta publicación oficial de 1870 presenta el
listado de todos los contribuyentes porteños, calle por calle, dividido de
acuerdo con la típica nomenclatura barrial de la época que reconocía los vecindarios por sus parroquias. Vamos
paseando así por Catedral al Norte,
Catedral al Sur, San Miguel, San Telmo, Socorro, San Nicolás, Pilar, Balvanera,
Santa Lucía, Piedad, San Cristóbal, Concepción y Monserrat. Lo bueno es que por allí podemos ubicar actividades
comerciales que ya no existen, oficios desaparecidos o muy raros en nuestros
días, y otras particularidades que resultan
comprensiblemente extravagantes a nuestros ojos, teniendo en cuenta que
se trata de un testimonio gráfico
impreso hace 145 años.
Ateniéndonos en principio a las labores vinculadas con el comer y el beber que aquí nos convocan, hallamos todas las variantes del comercio gastronómico
concebibles en aquel período. Aunque actualmente nos cuesta distinguir diferencias
entre ellas, cada una correspondía a tipos y jerarquías bien determinados. Yendo de mayor a menor, el repertorio abunda en infinidad de sitios declarados
como Confitería, Restaurante, Café,
Bodegón, Boliche, Fonda o Pulpería.
De todos modos, el valor de las “patentes” no parece estar determinado por esas
disparidades de escalafón, sino más bien por las dimensiones físicas de los
lugares y por la cantidad de público o de mesas que alcanzaban a cobijar. Por
ejemplo -según parece- un bodegón
grande pagaba mayor impuesto que un restaurante
chico. La perlita del rubro resulta ser un caso ubicado en cierta arteria
descripta como Estación Boca s/n y
regenteada por Luisa Gay, que conjuga
dos categorías aparentemente incompatibles: “Boliche
de Confitería”. Las explicaciones sobre la curiosa denominación del local,
así como del sitio en que se ubicaba, dan para un análisis más detallado que
desarrollamos en nota al pie (1).
Dentro de la dinámica actividad de las bebidas hay cosas de
interés, empezando por varios Licoristas que llegarían a desarrollar envergadura y
prestigio en las décadas siguientes (2). Un espécimen bien raro es el de J B Martini, dispuesto en la calle Piedad (Bartolomé Mitre) con la descripción textual de
Alambique. ¿Destilador de alcoholes,
tal vez? Sin llegar a la certeza, es muy probable. Observamos además una única Fábrica de Limonada (Pedro Geshardts,
Montevideo 119) y muchos introductores (importadores) de todo tipo de artículos,
aunque cierto caso aparenta especializarse en la cuestión vínica: Pedro Gremier, de la calle Cuyo (Sarmiento) apuntado como Introductor de
Vinos. También proliferan los “Depósitos de Vinos” dedicados a la estiba y la
distribución, pero sólo pudimos detectar un Embotellador
en toda la vieja metrópolis: Francisco Revelo, de la calle Cerrito.
No resulta sorpresiva la existencia de numerosos toneleros, ya que los recipientes de
madera constituían entonces el principal método para transportar y almacenar mercancías más allá de su tipo, naturaleza o
consistencia. Pero sí resulta interesante un establecimiento sin parangón
dentro del registro: el Lavadero de
Bordelesas (textual y guarramente abreviado Labadero Bordales.) que tenía un tal Juan Larrosa en el Bajo de la Recoleta (3).
Los locales dedicados a la proveer los productos básicos de
la alimentación no difieren mucho de los principalmente conocidos: carnicerías,
panaderías, almacenes, etcétera. No obstante, hay un detalle que nos habla de
cierta distinción de envergaduras mediante nombres que el tiempo hizo
desaparecer. Hablamos de los cuartos y
de los puestos, pequeños sitios de
carácter precario dotados de las mínimas
comodidades para el despacho. Así, por ejemplo, no era lo mismo la Panadería que el Cuarto de Pan o el Cuarto de
Masas, ni la Carnicería que el Puesto de Carne. Claras diferencias en
el valor de las respectivas patentes así lo confirman.
Habría mucho más para señalar, especialmente aquello referido a la ubicación insólita de algunos comercios si
practicamos la fantasía cronológica de concebirlos en los mismos lugares, pero trasladados a nuestra Buenos Aires del siglo XXI. Verbigracia, ¿quién se
imagina Puestos de Leña sobre la calle Charcas o la Avenida Santa Fe? ¿O un
Tambo en Suipacha al 300? Lo dicho:
la historia tiene mucho para contarnos, incluso cosas que despiertan de inmediato la sonrisa asombrada. Para
terminar con algo de eso (y saliendo un poco de los temas centrales del blog),
aquí va una selección hecha entre algunas de las tantas denominaciones de
oficios, comercios y fábricas presentadas en el registro de 1870, que pueden
resultar simpáticas por lo extrañas o anacrónicas:
Oficios: Anteojero, Cohetero, Mercachifle, Lampista,
Lanchero, Limpiador de sombreros, Partera, Pisador de drogas, Sangrador,
Velero.
Comercios y fábricas:
Abaniquería, Agencia de carruajes,
Almacén de pianos, Agencia de conchavos (empleos), Almidonería, Barbería, Botería, Caballeriza, Canastería, Carbonería,
Casa Amueblada (prostíbulo), Cajonería
fúnebre, Catrería, Fábrica de estearina (con la que se hacían velas), Fábrica de cola y aceites, Fidelería,
Fosforería, Guitarrería, Hojalatería, Jaulería, Lavadero de lana, Litografía (imprenta), Matadero de carneros, Maizería,
Miriñaquería, Paragüería, Persianería, Ropería, Ropavejería, Sombrerería,
Talabartería, Yesería.
Notas:
(1) La Estación Boca
(posteriormente llamada Estación Brown)
pertenecía al FCBAPE, siglas del Ferrocarril
Buenos Aires al Puerto de Ensenada. Tenía su enclave junto al actual predio
del estadio de Boca Juniors y contaba con
pequeños talleres y depósitos adyacentes. Creemos por lo tanto que la calle Estación
Boca de 1870 puede ser alguno de los
dos pasajes conocidos hoy como Práctico Poliza y Juan de Dios Filiberto, que corren a ambos lados de la vía entre
Brandsen y Suárez delimitando el predio en donde se levantaban los galpones de
la empresa. Por su parte, lo de Boliche
de Confitería podría deberse a un simple acto de sinceramiento sobre el
aspecto del lugar. De acuerdo con los usos coloquiales de la época, todos los
comercios gastronómicos situados en cercanías o dentro de las mismas estaciones
ferroviarias eran llamados genéricamente
“confiterías”, pero tal vez en este caso la denominación tiene un significado
traducible como “boliche que hace las
veces de confitería”. La que sigue es una foto reciente de otra modesta estación del FCBAPE en el barrio de La
Boca, llamada Barraca Peña. Desde
luego que ya no funciona como tal, pero ha sido felizmente preservada y
declarada bien cultural de la ciudad.
(2) Como arquetipos de ello podemos citar a Marius Berthe y a Juan
Inchauspe. En el caso del primero, vemos a su viuda e hijo a cargo del
negocio hacia 1895 según importantes avisos publicitarios. Inchauspe, junto a
sus hermanos Pedro y Andrés, fue precursor de las bebidas gaseosas en la Argentina.
(3) No era en realidad una calle sino todo un sector, que en
ese barrio correspondía a la franja entre Avenida Libertador y el río.
Hola buenos días , necesito más información sobre marius berthe y su licorería , será que puede ayudarme? Dejo mí correo alexis.eduardo.urbaneja@gmail.com
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