Desde el punto de vista estrictamente lingüístico, la
palabra supervivencia define la
capacidad para conservar la vida, en
especial durante situaciones o hechos de peligro. No obstante, sabemos que la
definición es mucho más amplia y se extiende a todo proceso mediante el cual lo seres vivientes
prolongan su existencia, no sólo en ocasiones puntuales y situaciones de riesgo, sino también en condiciones normales y a lo largo del tiempo. El término es
utilizado incluso para aludir a cosas abstractas o inanimadas, cuya “vida” no
pertenece al mundo orgánico: podemos hablar, por ejemplo, de la supervivencia
de una empresa, de un viejo edificio o de una cultura. En esta entrada
perteneciente a la serie de las antologías agruparemos cinco ocasiones en las
que publicamos apuntes sobre lo que daremos en denominar gastronomía de supervivencia. El significado de la idea es simple,
ya que se refiere a diferentes modos de procurarse la comida en lugares
aislados de nuestro país, con escasez de recursos, durante coyunturas
peligrosas o de maneras poco ortodoxas.
Así, la “supervivencia gastronómica” que veremos tiene que
ver con cuestiones múltiples que pueden variar desde la caza de animales terrestres, voladores y marinos en los mares del sur hasta la preparación de asados,
empanas o pizzas en el horno de las viejas locomotoras a vapor. Tan variado es
el ingenio humano a la hora de saciar el hambre, y tan singulares las personas,
los entornos y las épocas que recopilamos en la lista que sigue. Como siempre,
se incluyen los links a las entradas correspondientes para los interesados y
curiosos que quieran leerlas o releerlas.
Cuando el fruqui, el
maranfio y la bataclana se cocinaban en bandolión
Aunque muchas veces se lo utiliza erróneamente como sinónimo
de ciruja o de pordiosero, el auténtico linyera era una especie de orgulloso vagabundo
que jamás se quedaba a vivir en lugares determinados y estables. Su vida
transcurría como polizón en trenes de carga, yendo de aquí para allá en busca
de empleos ocasionales relacionados con
la cosecha de diferentes productos a lo largo del país. Por estas latitudes, los linyeras tuvieron su “auge” entre1920 y 1940. El entorno especial en el que
vivían acuñó un idioma propio del tipo jerga,
cuyo significado era entonces conocido solamente por sus integrantes. Revivimos
algunos de esos vocablos, entre los cuales ubicamos varios que tienen relación
con elementos cotidianos del comer, el beber y el cocinar. http://goo.gl/plNpxq
Churrascos de potro,
avestruces y otras viandas de la vida en los fortines
Los fortines eran
precarias instalaciones provisorias de carácter militar situadas en la que
durante casi cuatro siglos dio en llamarse “frontera contra el indio”. El
carácter temporal de tales parapetos estaba relacionado con la fluctuación
permanente de la línea de combate, y ello no hacía más que reforzar la casi
patética miseria en la que vivían los milicos
allí instalados, pletórica de privaciones y peligros. Con todo, existe
abundante literatura referida a ese singular marco histórico y a la dura
cotidianeidad de sus protagonistas. Muchas de ellas describen las peripecias que realizaban los
infortunados soldados al momento de procurarse el sustento, incluyendo la caza
de animales salvajes y su posterior preparación culinaria. http://goo.gl/Sufjmu
Cuando el mate con
churrasco era almuerzo de maquinistas
Ya no quedan locomotoras a vapor efectuando servicios
ferroviarios regulares de pasajeros o carga, excepto casos muy concretos
relacionados con la actividad turística. Pero ese método de tracción tuvo una
dilatada vida en la Argentina, que se extendió a lo largo de los ciento
veintidós años transcurridos entre 1857 y 1979. Desde luego, el personal que
daba vida a los caballos de hierro (formado siempre por el dueto de maquinista
y foguista) llegó a constituir un
gremio muy apreciado dentro de la actividad e incluso fuera de ella. Lo cierto
es que algunos viajes implicaban más de diez o doce horas de servicio
ininterrumpido a bordo de semejantes portentos, y la pregunta que surge de
inmediato es la siguiente: a la hora de almorzar o cenar, con el tren en
marcha, ¿qué comían aquellos trabajadores en tan reducido e incómodo espacio? Todos
pensamos de inmediato en sándwiches o viandas frías del mismo tipo, pero no siempre era así. El personal de
locomotoras se las arreglaba para asar carnes, embutidos y otros elementos
similares en el mismo horno de las locomotoras, e incluso era capaz de preparar
pizzas o empanadas. http://goo.gl/YbZQhc
Cormorán al horno,
guiso de pingüino y milanesas de foca: platos de rutina para los viejos
expedicionarios del mar austral
Las actuales instalaciones ubicadas en la Antártida y demás
territorios patrios del extremo sur gozan de todos los adelantos tecnológicos
disponibles en estos días. Ello no hace menos loable el trabajo de los científicos, técnicos, empleados y operarios que allí mantienen la soberanía nacional, pero
no caben dudas de que el desarraigo provocado por la distancia se ve bastante
mitigado por la relativa comodidad, la buena alimentación y las comunicaciones
casi ilimitadas con el mundo exterior. Muy diferente era el panorama hace noventa
años, cuando reducidos contingentes de expedicionarios pasaban un año completo
a merced de las inclemencias climáticas y en total aislamiento con el resto del
planeta. Un interesantísimo libro escrito por el líder de cuatro expediciones
realizadas en la década de 1920 relata los pormenores de sus aventuras, con
detalles reveladores sobre lo que se comía y bebía en los confines australes de
la Argentina y del mundo. http://goo.gl/YfUIuW
Tribulaciones
alimenticias de un inglés desde Valparaíso hasta Buenos Aires
Cruzar la Cordillera de los Andes a lomo de mula nuca fue
fácil, pero mucho menos lo era en los tiempos en que no existía manera alguna
de prever los accidentes climáticos. Poderosas tormentas y ventiscas de nieve
podían azotar a los viajeros en cualquier momento de la travesía, sobre todo
durante la etapa crucial en que transitaban los vertiginosos senderos ubicados
en las altas cumbres. Un inglés que conoció bien la Argentina a mediados del
siglo XIX narra los episodios propios de uno de esos aventurados periplos de
montaña, comenzando en la ciudad chilena de Valparaíso y culminando en Buenos
Aires. En su entretenido relato nos habla de los alimentos y bebidas más
recomendables al momento de afrontar semejantes expediciones. http://goo.gl/royeFe
Una vez más revivimos la historia mediante los usos
gastronómicos, pero esta vez desde un punto de vista de lo menos frecuente. Es
que la comida es una de las necesidades básicas humanas, y satisfacerla solía
implicar, hace mucho, no pocos actos de
esfuerzo e ingenio en los lugares más recónditos de la patria.
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