domingo, 11 de enero de 2015

Justo Castro, el pionero olvidado de la vitivinicultura sanjuanina

Muchas veces la  historia suele ser injusta,  no tanto por lo que dice, sino más bien por lo que omite. En ese orden de cosas,   el descuido o la negligencia privan al porvenir de hechos y personajes cuya inclusión  en los anales del pasado es  casi imprescindible.   Los  registros  pretéritos  de  la vitivinicultura argentina no escapan a semejante fenómeno, con determinados ejemplos  realmente significativos. En este blog hemos dado cuenta de algún  caso muy notorio (1), tal cual vamos a hacer hoy con otro emblema  de  los  ilustres prohombres del vino nacional caídos en el olvido. Hablamos de  Justo  Castro,  considerado por muchos  historiadores especializados como el iniciador a gran escala de la actividad en la provincia de San Juan. Veremos que la importancia de su establecimiento y de sus productos quedó muy bien registrada en diferentes publicaciones de la época, lo que reafirma esa trascendencia histórica de la que hablamos. Pero lo más interesante es conocer la semblanza de este caballero de origen salteño, cuya vida estuvo estrechamente vinculada a grandes personalidades.


Justo Castro  nació en Salta el 17 de octubre de 1837, fruto de la unión entre  Manuela  Elizondo  y  Julián Castro,  un militar que combatió en las guerras de la Independencia bajo las órdenes de Rondeau, Belgrano y Güemes. Por 1856, contando con poco menos de 20 años, logró reunir un pequeño capital  y  se dedicó al comercio de mulas, tanto a su compra y venta como al transporte de mercaderías por ese antiquísimo medio de tracción a sangre. Pocos años después se dispuso a ampliar su radio de acción estableciendo caravanas hacia Cuyo  y  Chile,   lo que le permitió un contacto directo con varios personajes de la entonces incipiente industria vitivinícola. Fue en 1862 cuando conoció a Domingo Faustino Sarmiento, por entonces gobernador de San Juan,  quien  a  su  vez  lo  puso  en  contacto  con  dos eminencias del cultivo de la vid: los agrónomos franceses René Lefebre y Michel Aime Pouget (este último, nada menos que el introductor del Malbec en Argentina). No pasó mucho tiempo para el que el visionario  y emprendedor que nos ocupa se abocara a construir su nombre dentro de la industria. Así, en 1876, inicia la plantación de viñedos con uvas francesas importadas directamente de  Europa  según las sabias directivas técnicas de Pouget. Las crónicas hablan de un lote original de 500 cepas  Malbec que  rápidamente fueron extendidas a otras variedades hasta totalizar 52 hectáreas con una densidad de  4800  plantas por hectárea,   a lo que se sumó el emplazamiento de una bodega realmente holgada en la localidad de Caucete,  que tuvo el privilegio de ser la más grande de San Juan por mucho tiempo. La primera producción documentada data de 1882 en cantidad de1500 bordelesas (unos 300.000 litros), aunque los años posteriores serían testigos de un crecimiento meteórico en volúmenes, ventas y prestigio comercial.


Si señalamos a Castro como un pionero de nuestra industria del vino equiparable a Civit, Arizu, Benegas,   Giol o Tirasso, no fue por un simple capricho, ya que su voluntad   de   crecimiento   cualitativo   e   innovación tecnológica lo pone a la par de otros grandes de la época. Para 1886, en la plenitud de su éxito como empresa, la bodega totalizaba una superficie plantada con 250.000 cepas y poco menos de un millón de litros de producción final, incluyendo depósitos y centros de distribución en Buenos Aires  y  La Plata bajo la razón social  “Castro Hermanos”.     Nuestro prócer no dudaba en contratar costosos asesoramientos externos (como el de un enólogo austríaco que hizo venir a la Argentina en 1887)  y  disponer los últimos adelantos en materia de insumos y procesos de producción: implantación de cepas finas (Cabernet, Pinot, Semillón),  toneles de roble de Nancy,  motores a vapor para la generación de energía y toda la parafernalia imaginable hace ciento treinta años.   Pero Castro tenía además  otras  ambiciones  personales,   que lo llevaron a vender en 1889 parte del establecimiento a tres socios bastante curiosos y por cierto notables: el italiano Conde de Médici, el catalán Luis Castells y su coterráneo Francisco Uriburu, salteño y hermano del luego  presidente  José  Evaristo  Uriburu.  Dedicado de lleno a la política en los años siguientes,  fue elegido vicegobernador de San Juan en  1893  y  en 1895  alcanzó la primera magistratura provincial al ocupar una banca de senador nacional su compañero de fórmula Domingo Morón, hasta entonces gobernador. Justo Castro falleció el 13 de octubre de 1900, a sólo cuatro días de cumplir 63 años.


No caben dudas de que la época dorada de la firma fue la década de 1880, cuando sus productos aparecían en todo tipo de publicaciones, entre las cuales escogimos dos casos paradigmáticos.  Uno es el apéndice comercial del Censo Municipal de Buenos Aires de 1887, donde podemos observar el Vino Embotellado Argentino Chateau Castro al precio de $ 1,80 por unidad.  Más tarde,  a comienzos del decenio de 1890 (2),  cierto aviso impreso en los periódicos porteños nos brinda valiosos indicios sobre la variedad de productos  ofrecidos.   Bajo  el  encabezamiento Vinos argentinos de pura uva del Establecimiento Vinícola de  Justo Castro,     el anuncio destaca que éstos han sido premiados en las exposiciones de Mendoza, San Juan y últimamente dos del Paraná, y que fueron analizados y aprobados por la Oficina Química Municipal.  Las “clases de vinos” enumeradas son Chateau Castro (el ícono de la casa), Castro Generoso, Uva Burdeos, Caucete, Caucete Especial, Andino Extra, Andino Especial, Lágrima Cuyo, Moscatel Especial,  Jerez Dulce,  Jerez Seco   y   Perla de San Juan. Semejante nomenclatura es otro indicio de la jerarquía   y   justa reputación que rodeaban a  la bodega, ya que hablamos de un tiempo en que más del noventa y cinco por ciento de la producción argentina estaba compuesta por vinos comunes fraccionados en barril con rótulos genéricos al estilo de tinto, blanco, dulce o seco y no mucho más que eso.


Entre 1900 y 1940 la bodega pasó a llamarse “Uriburu” por el socio mayoritario del viejo grupo al que vendió Castro en 1889. Desde 1920 entró en una pronunciada decadencia, hasta que fue rematada  y  adquirida en 1943 por la Sociedad Anónima El Parque.   Con  ese nombre se la conoció durante el resto de su vida, casi siempre vinculada a productos típicos regionales como moscateles, mistelas, vinos licorosos y también algunos blancos y tintos convencionales. Por la década de 1990 su actividad declinó hasta completar el cierre total    y definitivo que acabó resultando en un virtual abandono. Hoy  existen diferentes  proyectos  del  municipio  de Caucete para ocupar la vieja y enorme planta con actividades de utilidad pública (terminal de ómnibus, museo, camping municipal, cuartel de bomberos, entre otros), pero a la fecha el lugar continúa mostrando un aspecto que ni por asomo evoca los buenos tiempos de su fundador Justo Castro, el prócer desconocido del vino nacional.

Notas:

(1) Fue en la entrada del 18/04/2012,  “El primer bodeguero patagónico”,  donde recordamos a Carmelo Bottazzi, un precursor de la industria del vino en el sector austral de nuestro país.
(2) No tenemos la fecha exacta de publicación, pero un dato revelador nos acerca bastante: la frase "numeración nueva” aplicada al domicilio de Balcarce 476-478, dado que ese cambio se realizó entre los años 1892 y 1893.

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