viernes, 25 de enero de 2013

Un bar alemán de Belgrano según la irónica pluma de Roberto Arlt

Roberto Arlt (1900-1942) fue un escritor y periodista argentino cuyo modo directo, incisivo y crudamente realista dio lugar a numerosas críticas por supuestas “deficiencias de estilo”. Su obra comenzó a ser valorada en los años posteriores a su muerte hasta convertirse en un autor  de culto para la nueva  generación de escritores surgida en la segunda mitad del siglo XX. Entre las numerosas creaciones narrativas, periodísticas y teatrales de su autoría figuran El juguete rabioso, El amor brujo, Noche terrible, El jorobadito y Saverio el cruel. En su actuación como periodista se destacó por las agudas crónicas de la vida diaria, especialmente a través de sus recordadas Aguafuertes Porteñas, publicadas en el diario El Mundo entre 1928 y 1933. Con el lenguaje intensamente mordaz que le era tan característico, Arlt presentaba periódicamente algunas postales costumbristas del Buenos Aires de entonces, haciendo hincapié en distintos temas sociales y humanos propios del abigarrado mundo urbano. No fueron pocas las ocasiones en que se ocupó de algunos asuntos que nos interesan en este espacio, como los comercios del rubro alimenticio y gastronómico.


Un dato interesante es que Arlt era de origen netamente germánico (hijo del prusiano Karl Arlt y la austríaca Ekatherine Iostraibitzer), a pesar de lo cual no dudó en mostrar desde el ridículo ciertas características del comportamiento teutón. Una de sus aguafuertes se refiere, precisamente, al servicio exasperantemente lento de algún local alemán sito en el barrio de Belgrano (1). Por ciertos rasgos señalados en el relato (por ejemplo, el jardín), podría tratarse de la cervecería llamada Casa Grande, otrora ubicada en Cabildo 2259 y propiedad de un tal Verlich. La siempre ácida pluma de Arlt comienza presentando al lugar del siguiente modo: si usted quiere comer mal, vaya a uno de esos bares. Pero si quiere pasar un rato de cursilería deliciosa, de amigable espera, de dulce estar, de simpática concurrencia, entonces entre a cualquier bar alemán de Belgrano, y le prevengo que pasará una hora deliciosa. Se sentirá cómodo y reconciliado con la vida. ¿Por qué? Porque el bar alemán es la síntesis de lo cursi; el bar alemán es la vulgaridad elevada a la categoría de lo artístico.


Luego continúa: desde fuera lo recibe un gigante con librea verde de pelo color remolacha. Y en vez de penetrar a un salón, usted entra a un jardín cuidadosamente afeitado y civilizado, con canteritos de juguete y cipreses bajo cuyas ramas se encuentran mesas rigurosamente pintadas de blanco, como si terminaran de desinfectarlas en un autoclave. (…) Usted se sienta y un mozo alemán, auténticamente alemán, que no lo han falsificado todavía, se acerca a usted y con más respeto que si se tratara de atenderlo al Káiser o a un “feld-mariscal”, le ofrece la lista. (…) No han pasado cinco minutos y de pronto un caballero que tiene perfil de perro bulldog y cortesanías de gran chambelán, le hace un saludo distinguidísimo. (…) A todo esto, usted ha pedido hace siete minutos el morfi. Minga de mozo y minga de alfalfa. Y usted se dice: ¿quién será este caballero que me ha saludado tan cortésmente?


A esta altura, ya se percibe la intención de Arlt. Veamos cómo sigue: al fin se da cuenta de que el autor de ese saludo tan magnífico, tan severo y tan culto es el “trompa” del figón; el patrón que engorda el ganado con sus monedas relojeando la clientela que mueve la cabeza cadenciosamente al compás de un trozo de “La viuda alegre” (…) El mozo instala un chop en su mesa. Vuelve a pasar el “trompa” y con una mirada que le envidiaría el Mariscal Hindemburg al revistar las tropas que partían para los lagos Masurianos, inspecciona su chop y repite el saludo como diciendo: “¡que se le convierta en buena sangre mi cerveza, caballero!” Reaparece el mozo, reaparición que le recuerda a la resurrección de Rocambole. (2) ¿No se había muerto? Parece que no. Trae una servilleta y los escarbadientes. En el preciso momento en que me dispongo a entonar un elogio interior en honor de la raza alemana, aparece el “crosta” con una bandeja. Se va al diablo mi lirismo y el siervo, con más precauciones que si me ofreciera un trocito de la cruz de Cristo, descarga un platito con rebanadas de pan negro y otro platito con unas rosquillas de manteca. Y yo estoy tentado de gritar: “pero, ¿el morfi? ¡El morfi! ¿Cuándo viene? ¿Se come aquí o no se come?” Yo quiero comer, estoy harto de la literatura.


Dijimos que la pluma de Arlt era ácida, y lo hemos comprobado plenamente. No obstante todo el sarcasmo implícito en la nota, resulta una valiosa mirada personal de aquellos viejos y desaparecidos locales de impronta germana en los que se podía disfrutar de salchichas con chucrut, Gebratene Fleisch, Nudel y Strudel de manzana. Además de la cerveza, claro…

Notas:

(1) Roberto Arlt fue vecino de Belgrano durante la última etapa de su vida, que se extinguió el 26 de Julio de 1942 en una pensión de Olazábal 2031.
(2) Se refiere al célebre personaje del siglo XIX creado por el escritor francés Pierre Alexis Ponson du Terrail.

1 comentario:

  1. Excelente. Uno mira con otros ojos lo que nos rodea cuando se lo acompaña con buena prosa.
    Saludos
    http://Misteriosabsas.blogspot.com

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