Roberto Arlt (1900-1942) fue un escritor y periodista
argentino cuyo modo directo, incisivo y crudamente realista dio lugar a
numerosas críticas por supuestas “deficiencias de estilo”. Su obra comenzó a
ser valorada en los años posteriores a su muerte hasta convertirse en un autor de culto para la nueva generación de escritores surgida en la
segunda mitad del siglo XX. Entre las numerosas creaciones narrativas,
periodísticas y teatrales de su autoría figuran El juguete rabioso, El amor brujo, Noche terrible, El jorobadito y Saverio el cruel. En su actuación como
periodista se destacó por las agudas crónicas de la vida diaria, especialmente
a través de sus recordadas Aguafuertes
Porteñas, publicadas en el diario El
Mundo entre 1928 y 1933. Con el lenguaje intensamente mordaz que le era tan
característico, Arlt presentaba periódicamente algunas postales costumbristas
del Buenos Aires de entonces, haciendo hincapié en distintos temas sociales y
humanos propios del abigarrado mundo urbano. No fueron pocas las ocasiones en
que se ocupó de algunos asuntos que nos interesan en este espacio, como los
comercios del rubro alimenticio y gastronómico.
Un dato interesante es que Arlt era de origen netamente germánico
(hijo del prusiano Karl Arlt y la austríaca Ekatherine
Iostraibitzer), a pesar de lo cual no dudó en mostrar desde el ridículo
ciertas características del comportamiento teutón. Una de sus aguafuertes se refiere, precisamente, al
servicio exasperantemente lento de algún local alemán sito en el barrio de
Belgrano (1). Por ciertos rasgos señalados en el relato (por ejemplo, el
jardín), podría tratarse de la cervecería llamada Casa Grande, otrora ubicada en Cabildo 2259 y propiedad de un tal
Verlich. La siempre ácida pluma de Arlt comienza presentando al lugar del
siguiente modo: si usted quiere comer
mal, vaya a uno de esos bares. Pero si quiere pasar un rato de cursilería
deliciosa, de amigable espera, de dulce estar, de simpática concurrencia,
entonces entre a cualquier bar alemán de Belgrano, y le prevengo que pasará una
hora deliciosa. Se sentirá cómodo y reconciliado con la vida. ¿Por qué? Porque
el bar alemán es la síntesis de lo cursi; el bar alemán es la vulgaridad
elevada a la categoría de lo artístico.
Luego continúa: desde fuera lo recibe un gigante con librea
verde de pelo color remolacha. Y en vez de penetrar a un salón, usted entra a
un jardín cuidadosamente afeitado y civilizado, con canteritos de juguete y
cipreses bajo cuyas ramas se encuentran mesas rigurosamente pintadas de blanco,
como si terminaran de desinfectarlas en un autoclave. (…) Usted se sienta y un
mozo alemán, auténticamente alemán, que no lo han falsificado todavía, se
acerca a usted y con más respeto que si se tratara de atenderlo al Káiser o a
un “feld-mariscal”, le ofrece la lista. (…) No han pasado cinco minutos y de
pronto un caballero que tiene perfil de perro bulldog y cortesanías de gran
chambelán, le hace un saludo distinguidísimo. (…) A todo esto, usted ha pedido
hace siete minutos el morfi. Minga de mozo y minga de alfalfa. Y usted se dice:
¿quién será este caballero que me ha saludado tan cortésmente?
A esta altura, ya
se percibe la intención de Arlt. Veamos cómo sigue: al fin se da cuenta de que el autor de ese saludo tan magnífico, tan
severo y tan culto es el “trompa” del figón; el patrón que engorda el ganado
con sus monedas relojeando la clientela que mueve la cabeza cadenciosamente al
compás de un trozo de “La viuda alegre” (…) El mozo instala un chop en su mesa.
Vuelve a pasar el “trompa” y con una mirada que le envidiaría el Mariscal
Hindemburg al revistar las tropas que partían para los lagos Masurianos,
inspecciona su chop y repite el saludo como diciendo: “¡que se le convierta en
buena sangre mi cerveza, caballero!” Reaparece el mozo, reaparición que le
recuerda a la resurrección de Rocambole. (2) ¿No se había muerto? Parece que no. Trae una servilleta y los
escarbadientes. En el preciso momento en que me dispongo a entonar un elogio
interior en honor de la raza alemana, aparece el “crosta” con una bandeja. Se
va al diablo mi lirismo y el siervo, con más precauciones que si me ofreciera
un trocito de la cruz de Cristo, descarga un platito con rebanadas de pan negro
y otro platito con unas rosquillas de manteca. Y yo estoy tentado de gritar:
“pero, ¿el morfi? ¡El morfi! ¿Cuándo viene? ¿Se come aquí o no se come?” Yo
quiero comer, estoy harto de la literatura.
Dijimos que la pluma
de Arlt era ácida, y lo hemos comprobado plenamente. No obstante todo el
sarcasmo implícito en la nota, resulta una valiosa mirada personal de aquellos
viejos y desaparecidos locales de impronta germana en los que se podía disfrutar
de salchichas con chucrut, Gebratene
Fleisch, Nudel y Strudel de manzana. Además de la cerveza, claro…
Notas:
(1) Roberto Arlt
fue vecino de Belgrano durante la última etapa de su vida, que se extinguió el
26 de Julio de 1942 en una pensión de Olazábal 2031.
(2) Se refiere al célebre personaje del siglo XIX creado por el escritor francés Pierre Alexis
Ponson du Terrail.





Excelente. Uno mira con otros ojos lo que nos rodea cuando se lo acompaña con buena prosa.
ResponderEliminarSaludos
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