La carencia casi crónica de documentos específicos sobre
el pasado de los consumos argentinos se ve compensada, muchas veces, con el
hallazgo de testimonios circunstanciales volcados en antiguos diarios, revistas
y demás publicaciones de alcance masivo. Distintas narraciones periodísticas suelen ser bastante
ilustrativas para el investigador que explora entornos, modalidades y marcas transitadas
a lo largo de la historia patria. Como para enriquecer el interés propio de esa
búsqueda, también ocurre que el carácter incidental de la información está
ligado a las más curiosas vivencias sociales. En ese orden de cosas, hoy vamos
a repasar la reiterada relación entre la
actividad comercial cigarrera y el mundo del delito a principios del siglo
pasado, tal como lo registraron algunos medios gráficos de la época. Una
seguidilla de robos cometidos contra cigarrerías rosarinas y la misteriosa
muerte de un conocido miembro del gremio en la ciudad de Paraná, serán los
respectivos cuadros de situación.

Comenzamos con
varios casos aparecidos en el veterano diario La Capital, de la ciudad de Rosario, que en ediciones de los
primeros años del siglo XX da cuenta de los frecuentes pillajes que sufrían los
cigarreros de la urbe. La primera de las crónicas, publicada en 1905, informa
sobre dos hechos ocurridos en la misma jornada. Con el irónico título de
“Fumadores de arriba”, el relato asegura que Don Gabriel Fabre denunció en la comisaría 2a que al abrir ayer el café del Centro
Comercial, de que es propietario, notó que durante la noche le habían sido
sustraídos 50 paquetes de cigarrillos Americana, 25 Radicales, 25 Bouquet, 10
Sublimes, 16 Segalés, 20 París, 4 cigarros Excepcionales y 75 pesos en
efectivo. También ayer Don Santiago Palacino, domiciliado en el boulevard
Argentino esquina Moreno, se presentó a la comisaría 7a comunicando que le
habían hurtado de una jardinera (1) que tenía
en el patio de su casa 15 cajas de cigarrillos Ideales, 5 de Americana, 8 Sin
Bombo, 4 Bahía, un paquete de fósforos Estandarte, 300 cigarros toscanos, 50 de
la paja (2) y otros tabacos más cuya clasificación no recuerda. Pocos momentos
después de haber sido hecha esta denuncia las mercaderías fueron halladas en un
almacén del boulevard Argentino y España, donde se detuvo a dos desconocidos
que se supone autores del robo."

Hallamos algo similar en el año 1908, con otro sugestivo
y mordaz encabezamiento (“Tabaquería
lunfarda”), (3) que reza “entre las dos y las cuatro de la madrugada
de ayer, conspicuos miembros del gremio lunfardo llevaron a cabo una feroz
acometida contra la manufactura de tabacos que don Lucas Salmerón tiene
establecida, junto con una agencia de billetes de lotería, en la calle Maipú
1074. Cuando ayer a la mañana el señor Salmerón fue a abrir su negocio se
encontró de lleno con un desorden importante que reinaba en todo el lugar y
prontamente se dio cuenta que había sido víctima de un robo. "A lo hecho,
pecho", se dijo, y acto continuo se dedicó al recuento de mercaderías para
ver qué era lo que los ladrones se habían llevado. El recuento dio por
resultado las siguientes mercaderías esfumadas: 8.950 cigarros toscanos; 1.100
atados de cigarrillos "43" y otros tantos de "Casino",
"Siglo XX" y "Emperadores", lo que sumaría un total de 809
pesos en pérdidas. El damnificado se dirigió luego a la comisaría 1ª donde
radicó la denuncia, pero hasta ahora los ladrones siguen hechos humo." Más
allá del lenguaje siempre chancero que ostentan las dos notas (tal vez escritas por el mismo
cronista), surgen algunos puntos interesantes, entre los que destacamos la
superioridad numérica de los toscanos entre los cigarros puros, como índice
manifiesto de su vieja popularidad.

Mucho
más grave fue lo que le sucedió a Antonio
Reviriego, un empresario porteño de origen andaluz que tenía campos en Paraguay
y comercios en la Capital Federal. El industrial tabacalero solía hacer un
itinerario que consistía en seguir la misma ruta que su mercadería, es decir,
una travesía fluvial ida y vuelta
uniendo Buenos Aires con las plantaciones de tabaco en el territorio guaraní.
En ese trayecto que realizaba con puntual regularidad, Paraná era un punto de
parada obligado, a tal punto que el comerciante ibérico decidió quedarse allí
para vivir junto a su familia. Instaló su fábrica y negocio por 1880 en la céntrica
esquina de las calles Urquiza y Buenos Aires, donde además vivía con su esposa
Antonia y cinco descendientes. Antonia estaba embarazada del sexto hijo cuando
el empresario tomó la decisión de ir a vender sus fincas, ya que el local
prosperaba y seguir viajando se hacía dificultoso. Así, Reviriego se lanzó al cumplimento de su meta:
viajó a Paraguay, vendió los campos y remontó la vuelta, dejando atrás las
extensas plantaciones de tabaco. A cambio de ello traía consigo una maleta
llena de dinero en efectivo. Esta vez, el infortunado personaje eligió viajar en tren, un medio considerado
históricamente más rápido y más seguro. Pero no resultó nada tranquilo ese
mundo de rieles que tantos novelistas eligieron como escenario de viajes
misteriosos. Los últimos minutos de vida del pasajero Reviriego, antes de que
su cadáver apareciera tirado en las vías del tren, son un misterio, como lo fue
el destino de la maleta que encerraba una fortuna en sus entrañas de cuero… El
edificio de la cigarrería perduró por muchos años en su enclave primitivo como testimonio de aquel sonado caso policial.

Notas:
(1) Se refiere a un vehículo tipo “sulky” muy utilizado
en esos tiempos.
(2) Los cigarros que se denominaban comúnmente “de la
paja” o “de la paglia” no eran otros que los brissagos. Estos productos, originarios de Suiza, llegaron a tener
gran éxito en nuestro país y no fueron pocas las manufacturas nacionales que se
lanzaron a fabricarlos para el mercado local. El nombre tiene que ver con la
hebra de paja que los atraviesa y que debe ser retirada antes del encendido.
Actualmente, los cigarros brissagos se han convertido en un artículo raro y
poco conocido, aunque se consiguen sin inconvenientes en el centro de Europa,
especialmente en Austria, donde también se los llama Virginier.
(3) Es curioso el
uso del apelativo “tabaquería” en lugar de “cigarrería”, que resultaba mucho
más habitual a principios de la centuria pasada.
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