Hoy se los suele
recordar bajo el apelativo de “almacenes”, pero los comercios de ramos generales llegaron a
ser mucho más que simples sitios destinados a la provisión de mercaderías. Su presencia
resultaba crucial en los caseríos, las inmediaciones de las estancias y todos
aquellos lugares verdaderamente aislados de los centros urbanos, puesto que no sólo se dedicaban a la venta de bebidas, alimentos y tabacos, sino también a
los productos textiles de la indumentaria campestre (alpargatas, botas, boinas,
bombachas) y a los de limpieza, bazar, talabartería y ferretería, entre muchos
otros. Completaba el cuadro la distribución zonal de ciertas marcas de
cervezas, vinos, soda o gaseosas, así como el despacho de combustibles y acopio
de cereales. A diferencia de los pueblos urbanamente constituidos, donde era
factible el arraigo de diferentes tiendas y negocios, los ramos generales conjugaban
un poco de todo e incluso más, siempre en puntos donde la presencia humana no superaba
las 400 o 500 almas. En cierta forma, podríamos decir que no eran nada específico, pero mucho en general. Ni siquiera
ostentaban la chapa de auténticos boliches o pulperías rurales, pero la escasez
de alternativas los volvía un imán irresistible para todos aquellos que
deseaban disfrutar un trago en tan solitarios parajes. Así, sobre sus
mostradores, nunca se mezquinaba el vasito de vino, caña o ginebra.
Si buscamos reseñas visuales podemos hallar una muy
evocadora en Las cartas, de Jorge
Lovalvo (1). El texto afirma que: “un
almacén de ramos generales era, en aquella época, realmente eso: la más
diversa muestra de artículos necesarios para la vida y trabajos en el campo (…)
Se construía con un gran sótano como depósito. Sobre él y con pisos casi
siempre de madera, mercaderías, mostradores, estantes y vitrinas. Las balanzas
para el despacho al menudeo eran de doble plato (2) (…) En los patios exteriores, el despacho de combustible y cereales a
granel. Productos de gran consumo como yerba, azúcar, arroz, harina y porotos
también se vendían a granel y al peso; esto es que llegaban al almacén en
bolsas de cuarenta y cinco kilos y se despachaban según la cantidad pedida. En
el salón estaban las especias, en frascos de vidrio que guardaban pimienta,
comino, nuez moscada, anís en grano, canela y clavo de olor. El vino se recibía
en bordalesas hechas con maderas nobles y normalmente de 225 litros.”
Frente a tamaña multiplicidad de actividades parece difícil agregar algún rubro adicional, pero los añejos registros indican
que allí también era costumbre hospedar a pasajeros ocasionales, casi siempre viajantes
de comercio sorprendidos por la noche o las inclemencias del tiempo. Para comprobarlo recurriremos a un par de ejemplos sustentados -por enésima vez- en bibliografía ferroviaria, en este caso la Guía Comercial de los ferrocarriles Sud
y Oeste del año 1942, que contiene completa descripción del entorno social, industrial y mercantil adyacente a las
estaciones dispuestas en sus respectivos recorridos. Empezaremos con el paraje
y estación Vergara, del partido
de Magdalena, que acusaba entonces un población de 330 habitantes. El texto nos
indica que, entre los escasísimos emprendimientos de la comarca, tres
pertenecían a Juan D. Novas: el
almacén de ramos generales, el hospedaje y el surtidor de nafta, obviamente
dispuestos todos en un mismo lugar. El comercio en cuestión aún se hallaba en
pie y formalmente abierto hasta hace algunos años, como puede verse en la primera imagen debajo (3).
Mucho más al sudoeste, cerca del final de la “panza” costera de Buenos Aires, una excelente
descripción de Sergio García volcada
en la revista Todo Trenes nos acerca
una postal del típico ramos generales,
pero esta vez con más de treinta años de abandono al momento de la visita descripta, hecha hacia 1992. En este caso se trata del caserío sito frente a la
estación Energía (400 habitantes en
1942), del ramal Dorrego a Defferrari (4): “cruzando la calle y haciendo esquina estaba un viejo almacén
abandonado y detenido en otra época. Era posible entrar y notar que su notable
abandono no lo había borrado sino que simplemente lo había maquillado un poco,
posándose mansamente como una inmensa montaña de polvo y telarañas sobre las
variadas formas de sus mostradores, estanterías que llegaban hasta un techo
lejano, botellas vacías olvidadas en algunos estantes y hasta alguna mercadería
abandonada, como sogas y latas de quién sabe qué cosa (…) El almacén se
comunicaba con un enorme depósito adoquinado con madera cuya entrada daba hacia
una calle lateral. (…) Un tercer edificio de ladrillos rojos y altas cornisas
invadidas por algunas plantas era el cascarón distinguido de un hotel.
Reconocimos la recepción con su mostrador y los casilleros donde se ordenaba la
correspondencia y se colgaban las llaves…”.
Por supuesto, el completo nomenclador del ferrocarril de
1942 nos aclara el cómo y el porqué del
negocio y sus dependencias anexas: todo pertenecía a la sociedad Yraola, Soldavini y Cía, que de hecho explotaba comercios similares en
varias localidades cercanas. En Energía,
por lo pronto, su órbita abarcaba el almacén de ramos generales, el acopio de
cereales, la feria de remates ganaderos, el taller de reparación de maquinaria
agrícola y el hotel, amén de un servicio público: el de estafeta postal.
¿Quién no quisiera tener la experiencia de bajarse de un viejo
tren con coches de madera y locomotora a vapor, en una mansa jornada invernal,
buscando el abrigo del almacén de ramos
generales para saborear una bebida espirituosa mientras la vista recorre el
ejército de botellas, cajas, paquetes, prendas y enseres dispuestos en sus
prolijas estanterías? Algo ciertamente imposible, y ni siquiera hablamos del
tren: lo más parecido que existe en nuestros días es alguna de esas “pulperías”
aggiornadas para el turismo -con
precios acordes- bien distintas a sus similares de otros tiempos. Pero es lo único que queda, además de las fotos y los recuerdos.
Notas:
(1) Editorial Dunken, 2005.
(2) Modelo sumamente común en otras épocas. En uno de los
platos se colocaba la mercadería y en el otro pesas (casi siempre de bronce)
hasta lograr el equilibrio.
(3) Obtenida y publicada por el sitio del Mueso Ferroviario Ranchos http://flavam.com/museo_ferroviario_ranchos/indexesp.html
(4) El ramal de Dorrego a Defferrari (202 km) fue construido
por el FCS a comienzos de la década de 1910. La crisis producida por la Primera
Guerra Mundial impidió completar su recorrido (faltaba sólo un tramo de 50 km),
que pudo inaugurarse de punta a punta recién en 1929. Además de las mencionadas
terminales, contaba con las estaciones Faro,
Gil, Zubiaurre, Oriente, Copetonas, Claromecó,
Bellocq, Orense, Cristiano Muerto, Energía y Ramón Santamarina. Varios de
esos nombres se convirtieron en pueblos pujantes que hoy subsisten gracias a la
cercana presencia de balnearios de veraneo. Su traza fue clausurada para todo tráfico en 1961,
durante la primera gran racionalización del sistema ferroviario.
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