miércoles, 26 de octubre de 2016

La Guía Kunz 1886 y sus anuncios de gastronomía y alimentación 3

Al finalizar la entrada anterior anticipamos que en esta última parte de la serie nos ocuparíamos de los importadores y sus productos. Olvidamos así mencionar un complemento importante: los incipientes fabricantes argentinos del ramo alimenticio, quienes tienen un espacio destacado dentro de espacio destacado dentro  en la Gran Guía 1886 de la Ciudad de Buenos Aires escrita e impresa por la editorial de Hugo Kunz. En efecto, el período que nos ocupa resulta bien ilustrativo de esa duplicidad de orígenes, observable tanto en la enorme cantidad de productos extranjeros como en el creciente número de emprendedores locales dispuestos a fabricar y comercializar los artículos de consumo cotidiano. Como dijimos en cierta ocasión, el típico cuadro según el cual nuestra industria era prácticamente nula puede resultar cierto hasta el decenio de 1870, pero ya no lo era a fines de la década de 1880, y mucho menos en los tres ramos que nos interesan: los comestibles, los bebestibles y los fumables.


Si bien las mercancías de origen foráneo seguían “copando la plaza”, por decirlo de alguna manera, cada año se percibía una progresivo aumento en la oferta de producción nacional. Hablando específicamente de 1886, el segmento de artículos de lujo era terreno casi exclusivo del comercio exterior (vinos y bebidas finas, alimentos envasados de tipo gourmet, etcétera), mientras que la competencia vernácula se manifestaba más acentuadamente en los productos económicos y en el granel. Pero eso comenzaba a cambiar, toda vez que iban consolidándose lentamente los elaboradores argentinos de conservas, dulces y demás rubros del mismo tenor, tal cual lo demuestran numerosas publicidades como las que veremos a continuación. Por su parte, la fuerza importadora quedaba fielmente registrada en documento oficiales A modo de ejemplo, el Registro Estadístico de 1887 indica que ese año desembarcaron en nuestros puertos  5.646.026 kilos de aceite de oliva, 16.099.471 de arroz, 22.912.687 de azúcar, 120.668 de chocolate, 239.045 de confites y dulces, 1.771.338  de frutas secas, 1.509.581 de pesca en conserva y 13.565.427 de yerba .


¿Qué encontramos entonces en la guía? Comencemos con una casa introductora capaz de ilustrarnos bien sobre el tipo de enseres ingresados vía importaciones hace ciento treinta años. Se trata de la Viuda Sand e Hijo, que ofrece una nutrida batería de vinos, aperitivos, destilados, conservas alemanas finas, salchichones hamburgueses, jamones, tocino, salchichas y chorizos de varias clases (en latas), frutas secas (guindas, manzanas, bickbeeren) (1), quesos Gruyere, Emmental, Chester, Stilton, Roqeufort, Pategras, Suizo, de Holanda y Limburgo, arenques, anchoas (anchovis), sardinas (sardellen) y salmón ahumado en aceite. Finalmente, en la parte inferior anuncia sus “especialidades”: cerveza embotellada de Munique (Munich) con las marcas Gallo y Pschort, chucrut de Magdeburgo y manteca salada dinamarquesa.


Para ilustrar sobre la embrionaria industria alimenticia criolla empezaremos por dos casos análogos. La Fábrica de conservas de Amadeo Gruget propone una notable pluralidad de preparaciones saladas y dulces, desde aves de caza (perdices, batitus, becasas, becasinas, chorlitos y martinetas) hasta pescados, embutidos y sopa de tortuga, pasando por hortalizas, frutas al natural, frutas en almíbar y mermeladas. Romani y Cía. se destaca por sus patos escabechados, así como por una singular carne de vaca en gelatina, que promociona asegurando su condición de “preparación única” que “puede tomarse fiambre y para obtener una buena sopa agréguesele un litro de agua.” Y concluye: “para la gente de a bordo, para la campaña y en general para todo punto donde no haya carne fresca. Es el fiambre más nutritivo y sano, así como el más barato.”


Repasemos brevemente otros tres ejemplos variados. La Fábrica a vapor de arroz de maíz de Ángel Podestá , ubicada en el Camino de Gauna (actual avenida Gaona), producía “arroz de maíz para pucheros, guisos, etc.” y también “maíz pisado para mazamorra y locro”. La Chocolatería Franco-Americana de H. Leroux afirmaba que sus productos rivalizaban “con éxito, tanto en precio como en calidad, con los chocolates más acreditados.”  Cerrando el repertorio de manufacturas argentinas, La Industrial, Fábrica a Vapor de Aceites Vegetales producía y vendía “aceites comestibles y para máquina”. Nos preguntamos cuán delgada sería la línea que separaba una categoría de la otra.


Terminamos parabólicamente de regreso a los importadores, en este caso enfocados en las riquezas del Paraguay. Primero con la publicidad de la yerba mate El Cacique “suave, aromática, estimulante y nutritiva” y luego con El Plata, casa especializada en artículos paraguayos de L. Coxola, donde ubicamos una perlita relativa a la singular descripción de sus heterogéneos productos: yerba mate, tejidos de ñandutí, cigarros, dulces, caña paraguaya… y flechas de los indios.


Tal cual hicimos en las ocasiones previas, rematamos esta última entrada de la serie con una antigua postal porteña: los viejos Portones de Palermo, que hasta comienzos del siglo XX eran el marco de ingreso a los bosques por  Avenida Sarmiento.


Notas:

(1) Arándanos.

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