Luego de varios años de investigación en el tema de los
viejos consumos argentinos, una de las certezas cronológicas que mejor podemos
avalar con testimonios documentales es
aquella relativa al despegue definitivo operado por industria nacional de bebidas en el decenio de
1880. Si bien es cierto que los años previos fueron testigos de incipientes
elaboraciones efectuadas por pioneros de acreditada trayectoria posterior (Bagley
con su Hesperidina o los hermanos
Pini con el Pineral, por ejemplo), se
trató de casos aislados inscriptos en lo que podríamos denominar “prehistoria”
de los bebestibles argentinos: una etapa aún titubeante y experimental. Lo
dicho puede aplicarse a las manufacturas de licores, aperitivos, refrescos y soda (en ese entonces, muy
vinculadas entre sí) y al sector cervecero, así como también a la elaboración
de vinos cuyanos, que cobró gran empuje con la llegada del ferrocarril a
Mendoza (1884) y San Juan (1885).
No debe pensarse que por tal motivo la importación se
retrajo. Los fabulosos índices de crecimiento poblacional experimentados por
nuestro país en ese tiempo, que eran el resultado combinado de la inmigración y de una altísima fecundidad,
volvían escasa cualquier proyección sobre consumo de artículos cotidianos básicos. Recién en la
década de 1930 aparecerían los primeros vestigios de autoabastecimiento en
ciertos sectores específicos de la actividad que nos ocupa, confirmados más
adelante gracias a una forzosa sustitución de importaciones impuesta por la
Segunda Guerra Mundial (1). Pero durante las décadas finales del siglo XIX,
cualquier interesado en el tema de bebidas tenía realmente muchas opciones disponibles
en términos de calidad, variedad, precio y procedencia, tanto foráneas como autóctonas.
Así lo refleja -y muy bien- la Guía Kunz 1886 de la ciudad de Buenos Aires que
empezamos a analizar en la entrada anterior. En esta segunda parte pondremos nuestra
mirada en todo lo que tiene que ver con los líquidos aptos para beber, con o
sin alcohol, nacionales e importados, a los que eventualmente se suman algunos
interesantes ejemplos de artículos típicos regionales.
En vinos hay tres casos destacados, correspondiendo el
primero a Marenco y Cereseto,
titulares de un establecimiento vinícola sanjuanino premiado con diversas
cucardas en las exposiciones de París
(1876), Continental (1882) y Ferial de San Juan (1883). Por su parte,
Guiñazú Hermanos se publicitaba como
“gran depósito de artículos de las provincias”, entre los cuales hallamos
(omitiendo numerosos espantos tipográficos y ortográficos) vinos de La Rioja,
Catamarca y Mendoza en bordalesas y damajuanas, pasas especiales de San Juan,
de Moscatel Extra y de higo, tabletas
finas de Mendoza (2), dulce de Mendoza “en ollitas”, arrope de uva y tejidos de
vicuña. El Depósito de vinos de Oporto de
Antonio Conceiçao tenía su
especialidad en los susodichos y también en Jerez , Madeira y diversos efectos
de obvia ascendencia brasilera y portuguesa tipo café, dulces y cigarros.
La naciente y a la vez pujante industria nacional posee
otros tantos ejemplos alegóricos, uno de cerveza y dos de licores. El primer
caso es el de la Cervecería 11 de
Septiembre de Juan Schellenschläger (vaya
apellido), cuyas especialidades eran Lager
Bier, cerveza negra y cerveza en barriles. Luego, la Fábrica de Licores de Adone y
Desprez, ubicada no muy lejos del establecimiento anterior (3) y productora
de licores finos, aguas gaseosas y refrescos, divulgaba una expertise en bitter y fernet. Francisco
Braida y su firma de Victoria (actual Hipólito Yrigoyen) 769 difunde el acento
en las ramas vermouth, vinos blancos y licores de todas clases.
Los nombres conocidos no están ausentes, tal cual queda
demostrado por la presencia de Aperital
y Pini Hnos., que simbolizan a su vez
el modo en el que convivían serenamente los más renombrados rótulos marcarios
de origen nacional y extranjero. El
primero exhibe una gráfica con estética símil a la tradicional etiqueta que
embanderó la escudería por un siglo, incluyendo un aditamento en su parte superior
indicativo de los premios obtenidos en Burdeos (1882) y Ámsterdam (1883).
Resulta interesante cierta leyenda envoltoria del círculo inferior, en la que
se lee no obstante su tamaño reducido: “la
marca es registrada. Los falsificadores serán perseguidos.” Por su parte, la Gran Fábrica de Licores de Pini Hnos., con planta enclavada en Lorea (hoy Luis
Sáenz Peña) 444/454 y escritorio en Piedras 41, asegura ser “privilegiada
por el Exmo. Gobierno Nacional y premiada en varias exposiciones.”
Por último, la Bodega,
Destilería y Licorería de Joselín B
Huergo y Cía. no disimula su orgullo por la obtención de cuatro medallas de
oro en la Exposición Interprovincial de Mendoza de 1885 para sus productos
Ajenjo, Carabanchel, Bitter y Anís. Lo bueno es que abajo aparecen otros
competidores del mismo certamen con detalle de productos presentados y premios
obtenidos. No pasa desapercibido el nombre de Justo Castro, figura fundacional
del vino sanjuanino, sobre el cual subimos una reseña hace tiempo (4).
La vez pasada comunicamos nuestra decisión de terminar las tres entradas
de la serie con imágenes típicas de Buenos Aires en los tiempos finiseculares
del XIX, siempre sirviéndonos de aquellas postales coloreadas a mano. Ahora se trata
del Riachuelo a escasos 500 metros del Puente Pueyrredón, visto en
dirección río arriba. La instantánea fue
tomada entre 1890 y 1903, ya que bien al
fondo se observa el puente de hierro del Ferrocarril a Ensenada (erigido en
1889), pero no está emplazado aún el Pueyrredón levadizo (inaugurado en 1903). Adicionalmente,
el Mercado de Frutos de Avellaneda (enorme edificio en la orilla izquierda) se
terminó de construir hacia 1890. En la próxima y última nota de esta secuencia
nos vamos a dedicar preferencialmente a los importadores y sus productos.
CONTINUARÁ...
Notas:
(1) Algo similar ocurrió durante la Primera, entre 1914 y
1918, pero se trató de sustituciones temporales. Para 1920 la importación de
vinos y licores volvió a dominar el mercado, aunque la experiencia obtenida
durante el conflicto tuvo gran importancia para muchas empresas locales que se
vieron obligadas a ensayar nuevas modalidades de producción, a veces con un
éxito comercial que terminó prolongándose en el tiempo. Caso emblemático es el
de los vinos espumantes argentinos, que hasta entonces eran prácticamente desconocidos
(salvo excepciones puntuales) y tuvieron gran desarrollo de 1915 en adelante.
(2) Las tabletas mendocinas
son unas antiquísimas y típicas preparaciones estilo “alfajor” rellenas con
dulce. Su masa se compone básicamente de harina, huevo, grasa de cerdo y el imprescindible
toque de licor de anís.
(3) Ambas muy cercanas a Plaza Miserere. De hecho, el
nombre 11 de Septiembre es claramente
alusivo a la estación de trenes . Así lucía dicha plaza por esos años (circa
1890) según quedó registrado gracias a la siguiente toma de Samuel Boote (prestigioso fotógrafo de
la época) con vista de la acera sur del espacio verde y el frente de edificios
sobre Avenida Rivadavia.
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