sábado, 8 de octubre de 2016

La Guía Kunz 1886 y sus anuncios de gastronomía y alimentación 2

Luego de varios años de investigación en el tema de los viejos consumos argentinos, una de las certezas cronológicas que mejor podemos avalar con  testimonios documentales es aquella relativa al despegue definitivo operado por  industria nacional de bebidas en el decenio de 1880. Si bien es cierto que los años previos fueron testigos de incipientes elaboraciones efectuadas por pioneros de acreditada trayectoria posterior (Bagley con su Hesperidina o los hermanos Pini con el Pineral, por ejemplo), se trató de casos aislados inscriptos en lo que podríamos denominar “prehistoria” de los bebestibles argentinos: una etapa aún titubeante y experimental. Lo dicho puede aplicarse a las manufacturas de licores, aperitivos, refrescos y soda (en ese entonces, muy vinculadas entre sí) y al sector cervecero, así como también a la elaboración de vinos cuyanos, que cobró gran empuje con la llegada del ferrocarril a Mendoza (1884) y San Juan (1885).


No debe pensarse que por tal motivo la importación se retrajo. Los fabulosos índices de crecimiento poblacional experimentados por nuestro país en ese tiempo, que eran el resultado combinado de la  inmigración y de una altísima fecundidad, volvían escasa cualquier proyección sobre consumo de  artículos cotidianos básicos. Recién en la década de 1930 aparecerían los primeros vestigios de autoabastecimiento en ciertos sectores específicos de la actividad que nos ocupa, confirmados más adelante gracias a una forzosa sustitución de importaciones impuesta por la Segunda Guerra Mundial (1). Pero durante las décadas finales del siglo XIX, cualquier interesado en el tema de bebidas tenía realmente muchas opciones disponibles en términos de calidad, variedad, precio y procedencia, tanto foráneas como autóctonas. Así lo refleja -y muy bien- la Guía Kunz 1886 de la ciudad de Buenos Aires que empezamos a analizar en la entrada anterior. En esta segunda parte pondremos nuestra mirada en todo lo que tiene que ver con los líquidos aptos para beber, con o sin alcohol, nacionales e importados, a los que eventualmente se suman algunos interesantes ejemplos de artículos típicos regionales.


En vinos hay tres casos destacados, correspondiendo el primero a Marenco y Cereseto, titulares de un establecimiento vinícola sanjuanino premiado con diversas cucardas en las exposiciones de París (1876), Continental (1882) y Ferial de San Juan (1883). Por su parte, Guiñazú Hermanos se publicitaba como “gran depósito de artículos de las provincias”, entre los cuales hallamos (omitiendo numerosos espantos tipográficos y ortográficos) vinos de La Rioja, Catamarca y Mendoza en bordalesas y damajuanas, pasas especiales de San Juan, de Moscatel Extra y de higo, tabletas finas de Mendoza (2), dulce de Mendoza “en ollitas”, arrope de uva y tejidos de vicuña. El Depósito de vinos de Oporto de Antonio Conceiçao tenía su especialidad en los susodichos y también en Jerez , Madeira y diversos efectos de obvia ascendencia brasilera y portuguesa tipo café, dulces y cigarros.


La naciente y a la vez pujante industria nacional posee otros tantos ejemplos alegóricos, uno de cerveza y dos de licores. El primer caso es el de la Cervecería 11 de Septiembre de Juan Schellenschläger (vaya apellido), cuyas especialidades eran Lager Bier, cerveza negra y cerveza en barriles. Luego, la Fábrica de Licores de Adone y Desprez, ubicada no muy lejos del establecimiento anterior (3) y productora de licores finos, aguas gaseosas y refrescos, divulgaba una expertise en bitter y fernet. Francisco Braida y su firma de Victoria (actual Hipólito Yrigoyen) 769 difunde el acento en las ramas  vermouth, vinos blancos y licores de todas clases.


Los nombres conocidos no están ausentes, tal cual queda demostrado por la presencia de Aperital y Pini Hnos., que simbolizan a su vez el modo en el que convivían serenamente los más renombrados rótulos marcarios de origen nacional y extranjero.  El primero exhibe una gráfica con estética símil a la tradicional etiqueta que embanderó la escudería por un siglo, incluyendo un aditamento en su parte superior indicativo de los premios obtenidos en Burdeos (1882) y Ámsterdam (1883). Resulta interesante cierta leyenda envoltoria del círculo inferior, en la que se lee no obstante su tamaño reducido: “la marca es registrada. Los falsificadores serán perseguidos.”  Por su parte, la Gran Fábrica de Licores de Pini Hnos., con planta enclavada en Lorea (hoy Luis Sáenz Peña) 444/454 y escritorio en Piedras 41, asegura ser “privilegiada por el Exmo. Gobierno Nacional y premiada en varias exposiciones.”


Por último, la Bodega, Destilería y Licorería de Joselín B Huergo y Cía. no disimula su orgullo por la obtención de cuatro medallas de oro  en la Exposición Interprovincial de Mendoza de 1885 para sus productos Ajenjo, Carabanchel, Bitter y Anís. Lo bueno es que abajo aparecen otros competidores del mismo certamen con detalle de productos presentados y premios obtenidos. No pasa desapercibido el nombre de Justo Castro, figura fundacional del vino sanjuanino, sobre el cual subimos una reseña hace tiempo (4).


La vez pasada comunicamos  nuestra decisión de terminar las tres entradas de la serie con imágenes típicas de Buenos Aires en los tiempos finiseculares del XIX, siempre sirviéndonos de aquellas postales coloreadas a mano. Ahora se trata del Riachuelo a escasos 500 metros del Puente Pueyrredón, visto en dirección  río arriba. La instantánea fue tomada entre 1890 y 1903, ya que  bien al fondo se observa el puente de hierro del Ferrocarril a Ensenada (erigido en 1889), pero no está emplazado aún el Pueyrredón levadizo (inaugurado en 1903). Adicionalmente, el Mercado de Frutos de Avellaneda (enorme edificio en la orilla izquierda) se terminó de construir hacia 1890. En la próxima y última nota de esta secuencia nos vamos a dedicar preferencialmente a los importadores y sus productos.


                                                         CONTINUARÁ...                                                                    
Notas:

(1) Algo similar ocurrió durante la Primera, entre 1914 y 1918, pero se trató de sustituciones temporales. Para 1920 la importación de vinos y licores volvió a dominar el mercado, aunque la experiencia obtenida durante el conflicto tuvo gran importancia para muchas empresas locales que se vieron obligadas a ensayar nuevas modalidades de producción, a veces con un éxito comercial que terminó prolongándose en el tiempo. Caso emblemático es el de los vinos espumantes argentinos, que hasta entonces eran prácticamente desconocidos (salvo excepciones puntuales) y tuvieron  gran desarrollo de 1915 en adelante.
(2) Las tabletas mendocinas son unas antiquísimas y típicas preparaciones estilo “alfajor” rellenas con dulce. Su masa se compone básicamente de harina, huevo, grasa de cerdo y el imprescindible toque de licor de anís.


(3) Ambas muy cercanas a Plaza Miserere. De hecho, el nombre 11 de Septiembre es claramente alusivo a la estación de trenes . Así lucía dicha plaza por esos años (circa 1890) según quedó registrado gracias a la siguiente toma de Samuel Boote (prestigioso fotógrafo de la época) con vista de la acera sur del espacio verde y el frente de edificios sobre Avenida Rivadavia.

 

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