Las referencias al vino Carlón
constituyen casi un lugar común en
la historia argentina. Este tinto de origen no siempre bien esclarecido (1) estuvo
presente en las mesas patrias desde el período colonial hasta los tiempos del
primer centenario, y no existen dudas acerca de su masiva popularidad. Sin
embargo, poco se habla sobre otro vino ibérico que acredita méritos bastante
similares de antigüedad y extensión de consumo. Quizás su fama no haya sido tan prolongada ni su mención tan
frecuente en la antigua cultura popular, pero lo cierto es que continúa
produciéndose en el mismo sitio que lo vio nacer hace siglos (a diferencia del
Carlón, desaparecido hace mucho de la nomenclatura vitivinícola mundial), y
todo ello sin haber perdido su esencia ni sus atributos emblemáticos. Lo
interesante es que el nombre de su cuna geográfica, de un modo asombrosamente
imperecedero, sigue detentando una sonoridad que nos recuerda a sol y a vino
dulce. ¿Cuál es? Málaga.
La zona que produce el vino a protegido bajo tal
Denominación de Origen se ubica en Andalucía, al sur de España, comprendiendo
67 municipios donde se cultivan las variedades Pedro Ximénez y Moscatel.
Todos los vinos resultantes son blancos, pero existen diferentes jerarquías de
acuerdo con el contenido azucarino y el
envejecimiento. Los hay secos (pocos), semidulces y dulces, incluyendo algunos denominados
“vinos de licor”, es decir, encabezados con la adición de alcohol vínico. Ahora
bien: aquí nos interesa la historia, y en ese sentido hay mucha tela para
cortar. La elaboración del vino de Málaga es realmente antigua -se remonta al
período pre cristiano- pero su fama comenzó a extenderse a partir del siglo
XVIII merced a la navegación y la expansión colonial. Considerando semejante
contexto, no es extraño que pronto cobrara un gran impulso en las colonias del
reino de España, especialmente en América, hacia donde se dirigía el mayor
volumen de exportaciones. El consecuente suceso comercial se explica además por
otra razón: los vinos malagueños dulces acreditaban la misma ventaja técnica que
tenían muchos caldos exitosos de la época, como el Madeira y el Oporto. ¿La
clave? Su alto contenido de azúcar y
alcohol, que los hacía muy aptos para soportar los largos viajes en barco, sin
sufrir las alteraciones físicas y biológicas tan frecuentes en los frágiles e
inestables vinos secos convencionales.
Verificar lo
antedicho por medios documentales es bastante sencillo, empezando por uno de
los primeros órganos de prensa que editó el incipiente gobierno de las Provincias Unidas del Río de la Plata entre
1810 y 1820: la Gazeta de Buenos Ayres,
especie de novel Boletín Oficial . Gracias a los reservorios virtuales de
internet (2) es posible acceder a tan pretéritas páginas y sorprenderse (además
de regocijarse, en mi caso) con la presencia de noticias que van desde
acontecimientos épicos de la historia americana (3) hasta las
cuestiones domésticas urbanas más triviales. Como si fuera poco, un dato vital
para los intereses de nuestro blog aparecía apuntado con perseverante
meticulosidad: la “relación” (carga) de los buques arribados periódicamente al
puerto de Buenos Aires. El análisis somero de aquellos datos permite afirmar lo
sostenido al principio, es decir, que el Carlón
y el Málaga conformaban casi
excluyentemente el renglón de bebidas alcohólicas de ultramar, junto con alguna
que otra aparición del Burdeos francés
y la Caña o el Aguardiente de Brasil y las Antillas.
Escogimos el ejemplar del 27 de setiembre de 1817 para señalar
dos típicas menciones del vino de Málaga. La primera tiene que ver con la
antedicha relación de buques fondeados en el Río de la Plata, en este caso la
fragata sueca “Fortuna” procedente de Cádiz (4). Según el matutino
gubernamental, junto con otros enseres, en sus bodegas comparecieron 100 barriles y 6 pipas de vino de Málaga.
La segunda cita es aún más notable, puesto que demuestra todavía mejor la
profusión del producto entre el comercio minorista de la época. En lo que
parece ser una especie de “sección policiales” bajo el título Comisión de Hurtos, podemos saber que a
don Domingo Gallino se le habían sustraído seis
barriles de vino de Málaga de su local, incluyendo el relato detallado de
las circunstancias del hecho.
Desde luego, no olvidamos degustar un espécimen
ejemplificador. Para ello recurrí a una vieja botella (15 años, al menos) de
cierta etiqueta bastante famosa: Quitapenas
Dorado, perteneciente a la bodega Hijos
de José Suárez Villalba. Un color dorado oscuro y profundo fue el anticipo
de los aromas plenos y envolventes, cargados de analogías a frutas secas confitadas que revalida la boca bien dulce, melosa, con mucho sabor a pasas de uva. De
hecho, este último matiz define prácticamente el perfil del producto y nos
brinda una buena aproximación a la respuesta del por qué tanta fama en los viejos tiempos. A las explicaciones
históricas (región cercana a los puertos
del sur de España, con una antigua
tradición vitivinícola) y técnicas (vinos que soportaban bien los viajes
gracias al elevado contenido de alcohol y el azúcar), se suman entonces las propias
virtudes de una bebida perfecta para acompañar postres, dulces y repostería, sin
olvidar que también existían versiones secas, utilizadas tal vez para hacerle
los honores a las típicas viandas hispanas basadas en embutidos y frutos de
mar.
Descubrimos así algunos secretos de aquel vino legendario,
tan presente en los hogares fundacionales de nuestro país.
Notas:
(1) Por una cuestión de sonoridad, suele afirmarse que el
Carlón era originario de la región de Benicarló,
sobre las costas del Mediterráneo, pero lo cierto es que la vitivinicultura nunca
fue allí una actividad lo suficientemente importante como para satisfacer el
abastecimiento de las colonias españolas en América. Mucho más lógico resulta considerar que dicho rótulo no estaba
relacionado con Benicarló como zona
productora, sino como puerto de procedencia. Así, la vastamente extendida gracia “Carlón”
designaba prácticamente a cualquier tinto de la península ibérica embarcado en
ese punto, e incluso a muchos otros que ni siquiera provenían de allí. A partir
de 1850 pasó a ser un nombre genérico
aplicable a la mayoría de los vinos rojos fuertes, oscuros, comunes y baratos que se expendían en el país, tanto
nacionales como importados.
(2) En este caso, el siempre útil archive.org
(3) Obsérvese, por caso, la siguiente nota publicada el
mismo 27 de septiembre de 1817, cuyo contenido habla por sí solo.
(4) Es muy lógico preguntarse cómo llegaban con tanta
facilidad a nuestras tierras los productos de España, reino con el cual
estábamos en guerra. La respuesta es larga y compleja, pero se puede resumir en
dos puntos. Primeramente, no era fácil en aquellos días reemplazar
determinados artículos provistos hasta
entonces por la península ibérica, por lo cual no había más remedio que
continuar abasteciéndose de ellos. En segundo lugar, las evidencias dejan claro
que aunque ya casi no anclaban en Buenos
Aires los buques españoles, tales mercaderías llegaban a bordo de naves con bandera de terceros
países, especialmente Inglaterra y Suecia.
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