Lo repasado hace dos entradas nos permitió apreciar el grado
de informalidad que existía en la industria argentina de bebidas a finales del
siglo XIX, así como algunos de sus ejemplares más emblemáticos. Sabemos también
que las denominaciones empleadas para definir ciertos brebajes típicos del
período en cuestión no eran oficiales ni precisas, haciendo que un mismo
producto pudiera ser identificado de múltiples maneras. El vino de pasas, el caldo de
pasas, la bebida artificial y el vermouth artificial eran, entre otros, los
componentes de aquel elenco caracterizado por su presencia generalizada y su naturaleza difusa. Así se desprende con
claridad de los fundamentos incluidos en la norma publicada por el Boletín
Oficial el 9 de Julio de 1895 que citamos en la ocasión anterior. Fue entonces
que nos preguntamos si acaso habrán existido fabricantes oficialmente
registrados, ya que la actividad -si
bien huidiza y evanescente a la hora de su fiscalización impositiva- no era, de hecho, ilegal.
La respuesta es contundente en sentido afirmativo. No hace
falta investigar muy a fondo para toparse con los vestigios del caso, toda vez
que durante su “época de oro” (1880 a 1900) quedaron asentadas innumerables
evidencias gráficas en forma de menciones literarias, propagandas y textos de carácter público. Quizás la mejor
fuente al respecto es el Censo Nacional de 1895, cuyo apéndice de industria presenta
todos y cada uno de los establecimientos grandes, medianos y chicos que
funcionaban en el país. Dado que los
bebestibles constituían uno de los sectores más dinámicos en la economía de la
época, el hallazgo de bodegueros, cerveceros, licoristas y demás elaboradores o
fraccionadores es harto común entre sus páginas, así como también de quienes
fabricaban los fluidos que nos ocupan. Una investigación documental llevada a
cabo en el Archivo General de la Nación hace
algún tiempo me permitió obtener imágenes de ciertos casos evidentes y
paradigmáticos, entre los cuales seleccioné una terna ubicada en la Capital
Federal: Victorio Briola (fábrica de
bebida artificial), José Stabon (fábrica
de vino de pasas) y Feretti Adano (caldo de pasas de uva). En el segundo caso me
ocupé luego de indagar algunos apuntes
personales volcados en la parte poblacional del censo (1).
No obstante la abundancia oficialmente registrada de
estos “emprendedores”, hay indicios todavía mejores para comprobar que los productos
resultantes eran algo cotidiano en las proximidades históricas del 1900. Como
ejemplo de ello, vaya la siguiente publicidad de la santafecina Licorería Franco Argentina, de Luis
Gilomen y Cía, que anunciaba sin mayor tapujo su “especialidad en vino blanco
artificial”.
También nos comprometimos a aclarar un poco la utilización
que se les daba a los bebistrajos de referencia. Todo indica que el consumo “puro”
(si de pureza se puede hablar) no conformaba su destino mayoritario, sino que
eran adquiridos en grandes cantidades para cortes con otros productos, y muy
especialmente con vinos de distintas procedencias. Hemos analizado
reiteradamente la gran variedad de orígenes que presentaba entonces el mercado
vinícola patrio, cuando abundaban los artículos importados de Francia (Burdeos), Italia
(Barbera), España (Carlón, Priorato), Portugal, Alemania, y los nacionales de Mendoza, San Juan, Salta o la propia Buenos Aires, entre otros. Pero que se los vendiera bajo esas
denominaciones no implicaba necesariamente que el 100% del contenido fuera lo
que decía la etiqueta; bien al contrario, la práctica del “corte” era no sólo
habitual sino también aceptada como parte del negocio, más allá de las críticas
que recibía por su tendencia al engaño y la falsificación. Veamos a dos imágenes significativas al respecto: un extracto del texto del
Boletín Oficial que resume en qué consistía la cosa, y otra prueba documental
del censo 1895, esta vez sobre un
establecimiento que declara como actividad el “corte de vinos” (2).
Podríamos seguir detallando otros párrafos de aquella nota
publicada hace poco más de ciento veinte años, pero nos
limitaremos a decir que ya entonces se vislumbra la debacle progresiva de los
procedimientos del fraude, al menos tal como se los practicaba en ese momento.
La persecución por parte de las autoridades (que buscaban recaudar), los magros
márgenes de ganancia y el lento pero seguro crecimiento de la industria del
vino genuino (en volumen y calidad), eran algunas de las realidades que iban acorralando
poco a poco a los fabricantes de bebidas artificiales. Incluso el texto que nos
convoca así lo manifiesta, afirmando que “ya
hay fabricantes que han resuelto suspender la elaboración del caldo de pasas y
sustituirla por la del 1 por 3” . Más allá del interrogante que plantea
esta última y misteriosa denominación (3), sabemos que menos de diez años
después se constituyeron las primeras asociaciones de productores de vinos para
defender el honor del gremio frente a las prácticas de fraude. Mientras tanto,
las normativas del sector se hacían más específicas y los controles más
severos.
En otras palabras: la Argentina se modernizaba en todos los
órdenes, incluyendo la industria de bebidas que tan singulares especímenes del
timo y la picardía llegó a producir en algún momento de su historia.
Notas:
(1) El austríaco José
Stabon, de 23 años al momento del censo y ocupación Fabricante de Vinos, vivía
en un inmueble propio sito en la misma sección que figura como lugar de su
actividad industrial (casi con seguridad, fábrica y casa eran lo mismo) junto a
su esposa argentina Emilia de Stabon
, de 22, con quien llevaba dos años de casado. El joven matrimonio declara
haber tenido un hijo que no aparece allí censado. Hay varias explicaciones para
esto último, pero me temo que la más verosímil es un fallecimiento prematuro,
tal como era común en aquellos días de elevada mortalidad infantil.
(2) No nos consta que sus prácticas fueran las que aquí
estamos planteando. Tal vez Costa, Motto
y Cía. era una firma irreprochable, o tal vez no. Subí esa imagen a título
de ejemplificar la existencia de empresas especialmente dedicadas a cortar
vinos.
(3) No he logrado hallar otras referencias sobre el
sugestivo “1 por 3”. ¿Uno de agua por tres de vino? Esto es muy probable, ya
que de ese modo el fraude se hacía más simple y menos costoso, evitando las
fermentaciones, las maceraciones y todos los agregados que fueron descriptos en
la entrada anterior del tema.
Muy buena página. No paro de recurrir a ella para saciar mi curiosidad y ver si puedo plagiarle algo :)
ResponderEliminarLe dejo un gran abrazo y no deje de deleitarnos con sus informes. La vida de un blogger es hermosa siempre que no se espere reconocimiento.
Un abrazo.
Gracias por comentario. Saludos.
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