Cuando buscamos descripciones técnicas precisas y
definidas, pocos términos asociados al
mundo de las bebidas son tan esquivos como el de Cordial. Sin embargo, sus distintos significados sobrevuelan
siempre alrededor del universo de los licores dulces. Tanto Cordial a secas como Cordial Medoc o Cherry Cordial nos llevan invariablemente hacia dicho grupo de
productos, aunque es posible encontrar otros usos no alcoholíferos referidos al
vocablo que nos ocupa, tanto entre los bebestibles (1) como fuera de ellos (2). Revisando someramente la historia de los cordiales,
podemos concluir lo siguiente: el Cordial
es un licor basado en la maceración de alguna fruta roja de baya como
la frambuesa o la cereza, mientras que el Cherry
Cordial se refiere específicamente a esta última, además de incorporar el
ingrediente visual del color rojo (el Cordial
común es casi incoloro, con una leve inclinación hacia el amarillo
verdoso). Por su parte, el Cordial Medoc fue una variante elaborada en Francia en base a destilados de vinos, también
oscura, tan famosa en su tiempo como lo fueron las otras dos. Pero este blog se
ocupa específicamente de las historia de los consumos en la Argentina del ayer,
y veremos que hay mucho para decir sobre el particular, lo cual avalamos
degustando una antigua botella de afamada marca internacional.
No es la primera vez que hacemos mención del profuso
dispendio de licores dulces que se hacía en estas tierras durante la segunda
mitad del siglo XIX y la primera del XX. Si hablamos en concreto de Cordial en cualquiera de sus formas,
podemos encontrar muchas referencias históricas de tipo documental y
testimonial ubicadas entre 1880 y 1920. Ese dato nos llevó a titular esta
entrada tal como lo hemos hecho, dado que los licores cordiales en Argentina parecen
haber transitado su edad de oro en
concordancia con aquel período llamado comúnmente Belle Époque. Las evidencias que podríamos señalar para sostenerlo
son incontables, desde escritos literarios hasta propagandas en diarios y
revistas, pero preferimos volcar un par de textos oficiales por su carácter
incontrovertible. A uno de ellos lo hemos pormenorizado aquí mismo hace muy
poco: el capítulo de comercio del Censo 1887 de la Ciudad de Buenos Aires,
donde se incluyen dos marcas de Cherry
Cordial asequibles en las tiendas
porteñas de esos días: Peter Herenges y
Peter Jurgenzen. Años más tarde, el
29 de diciembre de 1904, el Boletín Oficial de la República Argentina dejó
constancia de la solicitud de la marca genérica Cordial Medoc por parte del reconocido fabricante galo G.A. Jourde , de Burdeos (podemos ver
una añosa botella al costado de este párrafo ).
La buena fortuna, sumada a la gentileza de un amigo, nos puso frente una botella de Cordial Campari con más de treinta años de antigüedad, perteneciente a uno de los tantos y entrecortados períodos en que nuestro país
recibió tal tipo de importaciones. El momento escogido para su cata fue la
sobremesa de una excelente cena con la participación de los entendidos Jorge
Martínez, Antonio Fernández (benefactor que donó el ejemplar), Enrique Devito,
Alejo Berraz, Sebastián Nazábal, Guillermo Murias, Carlos González y José Luis
Belluscio, quienes acompañaron al que suscribe en el análisis del producto.
Antes que nada, es bueno saber que Campari elaboró el artículo en cuestión desde 1860 hasta 2003, cuando fue definitivamente discontinuado. Nuestra botella
era un genuino espécimen salido de la planta de Milán, datado casi con seguridad
entre los años 1979 y 1983 (3). Además
de esa certeza, los datos ubicados en el envase nos proporcionaron un par de
referencias adicionales: licor de frambuesas de 36 grados de alcohol, introducido
al país por la casa Dellepiane.
La ingesta previa e incluso simultánea de otros buenos
líquidos (mojito, pisco sour, whisky
escocés de primera marca, sin contar varias botellas de vinos blancos y tintos)
no impidió una unánime e instantánea ponderación de la calidad del Cordial apenas después de servido. Su
color bien pálido con muy tenues reflejos verde-amarillentos no parecía
insinuar el carácter noblemente espirituoso del aroma, en el que sobresalía la
limpieza de un magnífico alcohol vínico empleado como base. El gusto no se quedó atrás: notas muy delicadas de
frambuesa en sintonía con ciertos tonos apenas especiados y mentolados, pero dentro del perfecto equilibrio sostenido por un dulzor bien moderado y el
constante fondo de alcohol añejo de primera calidad. Además del previsible qué bueno está, uno de los comentarios
más escuchados fue que seguramente ya no se elaboran alcoholes de tamaña calidad,
y eso es tristemente cierto. La inmensa mayoría de los licores dulces de hoy
(con excepción de raras y escasa marcas extranjeras) transitan por el camino
del sabor exacerbado a fruta y el dulzor empalagoso, bien contrario al
prototipo de elegancia, complejidad y evidente durabilidad que nos tocó probar.
Ya sabemos lo que sentían los argentinos que bebían cordiales hace cien años, y no podemos
menos que envidiarlos: a diferencia de nosotros, estaban acostumbrados a una
calidad que hoy no sólo resulta difícil
de producir o de adquirir, sino incluso de imaginar.
Notas:
(1) Especialmente en las poblaciones angloparlantes, la
expresión Cordial se utiliza asimismo
para los jugos concentrados de fruta. Lo hemos visto cuando revisamos el viejo
libro de stock de 1898 del Ferrocarril del Sud, más precisamente en la entrada sobre
las bebidas sin alcohol. En aquella ocasión fue el Lime Juice Cordial (jugo de lima dulce), que se empleaba en la
preparación de cócteles y mezclas varias. Al respecto, hay bastante material publicitario
de época en la web.
(2) En USA, además, se acostumbra llamar Cherry Cordial a los bombones rellenos
con cerezas y almíbar.
(3) El dato más revelador fue la mención de cierto requerimiento
legal de tipo numérico fechado en 1979, lo cual indica que no puede ser
anterior a ese año, mientras que en 1983 se cerró la importación de artículos
denominados “suntuarios” (como son los licores según nuestras leyes
impositivas). Descartamos la pertenencia al siguiente período de apertura
(1990-2001) por otros vestigios que omitimos enumerar, dado lo engorrosa que
resultaría su explicación.
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