Atilio Alberto Nardelli nació por el año 1914 en un viejo
caserón ubicado en Hernandarias y Australia, muy cerca del límite entre los
barrio porteños de La Boca y Barracas. En tales comarcas urbanas transcurrió la
mayor parte de su vida, lo que le permitió plasmar una serie de recuerdos en un
libro publicado en 1991 con el título Memorias de un porteño memorioso. Lo bueno del volumen es que no sólo recoge las
experiencias personales del autor, sino que también detalla con bastante
minuciosidad numerosas estampas relacionadas con todo lo que nos interesa en
este blog. Así, desde los viejos comercios del comer y el beber hasta las
costumbres gastronómicas de antaño, van pasando imágenes de un tiempo en que la
zona se encontraba en su apogeo, tanto por la estereotipada faceta fabril y
portuaria como por el no menos dinámico entorno residencial. De hecho, los dos vecindarios mencionados se contaban
entre los más poblados de la ciudad a comienzos del siglo XX.
Ya en las primeras páginas se advierten algunos párrafos que
invitan al ensueño, como el que se refiere a las viviendas de la época, “cuyos patios se cubrían con frondosos
parrales y las viejas higueras daban frutos apetecibles…” Luego continúa: “las veces que debíamos asistir en tiempos
de verano, sus propietarios, además de convidarnos con la consabida cerveza
fría, nos obsequiaban sendos racimos de uvas que tan bien nos hacían en esas
tardecitas estivales, prodigándonos frescura y placer.” No menos evocadoras
son las siluetas relativas a viejos “marchantes” que voceaban sus mercaderías mientras
recorrían las calles populosas. Entre estos últimos, recuerda a diferentes
italianos que plañían cosa tales como “la
ricutella frisca”(ricota), “ceitu,
linda oliva” (aceitunas), “pacarito
pa’ polenta”(gorriones y torcazas) y “u
pesce e Mare Plata” (pescado de Mar del Plata) por citar aquellos de
fonética más pintoresca. Sin embargo, estos vendedores andariegos no siempre
despertaban la confianza vecinal, dado que también se cita a una antigua
matrona que murmuraba lo siguiente sobre el speech
del pescadero, utilizando el mismo argot de ascendencia peninsular: “la ha visto cu lo occhio Mare Plata”
Tampoco faltan los negocios barriales en el recuerdo de Nardelli. Sobre la esquina de Olavarría y Almirante Almirante Brown se ubicaba
la antigua Mantequería Roma, de
Debenedetti Hermanos, y junto a sus puertas era frecuente ver instalados a los
vendedores de garbanzos tostados con sal, así como la clásica locomotora de los maníes calentitos que
servían para matizar las destempladas tardes de invierno. En el restaurante de
don Francisco Raggi (Pedro de Mendoza 1915) se despachaba la verdadera buseca a la genovesa, generalmente
acompañada por un vino tinto de producción propia. A ellos se sumaban un
sencillo boliche con profusión de vino, sandwiches y partidas de truco, mus o brisca, llamado Quinta e Mare
(Gaboto y Suárez), así como el verdadero y original Tuñin de La Boca (Almirante Brown a pasos de Olavarría), tal vez
uno de los primeros elaboradores de pizza, fainá y fugaza en la zona. También
la vieja panadería de Corleto (Olavarría
246), frente al viejo mercado Solís, creadora de la clásica rosca trenza, y el inveterado negocio de
Olcese (1), en el que podían obtenerse
legumbres, alpiste, gofio, frutos secos, lupines, maíz pisingallo, harina de mandioca, chuño, cebada, girasol, tapioca,
yerba mate (en bolsas de 60 kilos), vainas secas de ají picante, harina de
maíz, frutas secas y todo tipo de especias.
La heladería El
Aeroplano (Almirante Brown y Brandsen) fabricaba el verdadero gelato al uso napolitano, con frutas
frescas seleccionadas por su propia dueña, oriunda de la zona de Salerno, que fue además
una de las primeras en incorporar la variedad pistacho que tantos amores u odios genera hasta nuestros días. En
el restaurante El Nota, su dueño Rafael poseía un hornito para la
elaboración de la sfogliatella y de un exquisito pan casero, todo lo cual se
añadía a excelentes pizzas y una antología de pastas caseras. El barrio llego
incluso a generar reconocidas marcas propias, como la galleta marinera Cuelli Tempi nacida en un local de Pedro
de Mendoza entre Necochea y Brin, al igual que el aceite de oliva Marinero, de José Piccardo y Cía. (Magallanes al 1000), tan apreciado por sus virtudes intrínsecas como por la
pulcritud y buena atención que se prodigaba a los clientes que hasta allí se acercaban a
comprar utilizando sus propios envases vacíos, ya que atendía el despacho a la
modalidad suelto. Al decir del autor,
en los comercios gastronómicos de la zona era popular el vino Vanguardia servido en jarras directamente desde las
bordalesas (2), y las paredes de los almacenes mostraban publicidades de Aperitivo Kalisay, Té Tigre, Amaro Monte
Cudine, yerba mate El Tumbador y
cigarrillos Condal, entre otras.
Muchas son las estampas para destacar, pero finalizamos con
una que rememora otra vez las antiguas casas con sus fondos, en este caso de manera específica y bien particular: la de la familia Prada, en la calle Australia
1235, cuyos titulares Regina y Emilio vinificaban artesanalmente el
fruto de su enorme parra , que luego colocaban en barriles y más tarde en
botellas. Con ellos se aseguraban, además del consumo diario, la copita de
convite para las visitas…
Notas:
(1) Todos los nombres, apellidos y apodos citados son
típicamente piamonteses y ligures, tal cual la composición poblacional boquense
desde 1870 hasta la mitad del siglo XX.
(2) Por su riqueza expresiva, la siguiente foto ha sido
reproducida por este blog en al menos dos ocasiones. El susodicho rótulo
(ampliado en un recuadro) puede
apreciarse perfectamente impreso en las etiquetas circulares de los cascos, lo
que le da aún mayor valor testimonial a las añoranzas de Nardelli, toda vez que
la marca parece haber sido propia de los
típicos bolichones de antaño.
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