Tan abundante y variado ha sido el consumo de bebidas en el
pasado de nuestro país que su sola historia sería suficiente para llenar con
creces el contenido de este blog, además de requerir un trabajo de
investigación a tiempo completo. Con los matices correspondientes a los
distintos períodos y coyunturas históricas, semejante compendio es realmente
difícil de abarcar en todos sus detalles. Sin embargo, una mirada algo más
genérica nos permite tener una idea bastante aproximada sobre los productos
favoritos de nuestros antepasados connacionales. Y entre ellos, sin dudas, se
encontraban los licores en su más amplia acepción: dulces o secos, cremosos o
fluidos, caseros o industriales, nacionales o importados, moderadamente
alcohólicos o generosamente espirituosos. Como lo señalan las estadísticas
asequibles a partir de la década de 1850, el renglón de referencia tuvo siempre
un destacado papel entre los embarques de ultramar que arribaban a nuestros
puertos bajo una gran diversidad de envases contendores en los modos
fraccionado o a granel, desde las botellas hasta los recipientes de roble,
pasando por las damajuanas.
Ya hacia fines del siglo XIX comienza a percibirse una
fuerte competencia entre la importación y los incipientes elaboradores locales,
cuyo punto culminante llegaría en la segunda mitad de la centuria siguiente. En
efecto, después de la Segunda Guerra Mundial, el negocio importador de bebidas
se redujo a una mínima expresión, por no decir que desapareció. Fue en esa
misma época que la industria criolla tuvo su gran oportunidad, lo que desembocó
en una avalancha de nuevas marcas de destilados y licores extendida durante los siguientes treinta años (1). Precisamente a ese período está referida esta
entrada, poniendo el ojo en dos especímenes de un tipo de licor muy apreciado
por los argentinos del ayer: el café al
cognac. Casi todas las generaciones actuales que rondan el medio siglo
(como mínimo) recuerdan perfectamente la profusa publicidad al respecto que
existía en los medios gráficos, radiales y televisivos durante los pasados años
cincuenta, sesenta y setenta, con un par de marcas realmente emblemáticas, como
las que nos ocupan hoy (2).
Elegimos dos botellas cerradas correspondientes a esa época
de esplendor licorista nacional, una de las cuales está muy concretamente
datada en el año 1980 (lo dice la etiqueta), mientras que la otra puede
situarse con bastante aproximación hacia 1970. Ambos elixires fueron degustados
en compañía del conocido grupo de amigos que comparte nuestro interés, tantas
veces mencionado, en este caso como corolario de una buena cena en el populoso y eficiente restaurante céntrico porteño Angostura
(Reconquista y Lavalle) de Carlos Villa. Sin más prolegómenos, vayamos a la
data completa de los mismos, con toda la información de sus rótulos (textual),
sus rasgos visibles y sus comentarios organolépticos.
Tres Plumas - Licor
Crema de Café al Coñac
Elaborador: Dellepiane
S.A.
Ubicación: Ruta 8
Km 17,800. San Martín, PBA.
Alcohol: 27,5°
Contenido de coñac: 1%
Año: 1980
Cierre: tapa rosca
Merma de líquido: nula
Rico, sumamente limpio, sin defectos ni tonos avejentados en
aroma y sabor. Hace honor al estereoptipo de “crema” por su textura
marcadamente dulce, untuosa, dotada de cierto matiz que recuerda al café
torrado con azúcar. No obstante esa característica gustativa levemente
remilgada, tratándose de un licor dulce posee un buen equilibrio y no deja de
sorprender su integridad luego de treinta y cinco años de vida en su envase de
vidrio. Puede calificarse sin problemas como un excelente licor añejo.
Dufaur – Licor Fino
de Café al Cognac
Elaborador: Dufaur
& Cía. S.A.I. y C.
Ubicación: Bucarelli
2696. Capital Federal.
Alcohol: 29,5°
Contenido de cognac: 3%
Año: circa 1970
Cierre: corcho y
cápsula de plomo
Merma de líquido: leve
Servido en segundo término, fue una sorpresa para todos los
presentes. Lejos del tono denso y opulento de su compañero, mostraba menos
color, menos cuerpo y una estructura más fluida, pero con una fineza y
elegancia que (me atrevo a señalar) ya casi no existe entre los licores
vernáculos. Estilizado, profundo, perfectamente balanceado, con un alcohol
presente pero nada predominante y un tono de café moderado y a la vez
distinguido. Para catalogarlo, lo mejor es apuntar a un "destilado dulce de café".
De esa manera concluimos otra degustación de viejas bebidas patrias, donde comprobamos por enésima vez la nobleza y el buen sentido que
acompañaba a dicho sector de la industria local en los tiempos idos. Esto lo
hemos postulado antes y lo seguiremos postulando hasta el cansancio, tanto
más porque cada ocasión lo confirma y en cada caso contamos con la
presencia de personas que conocen a fondo el negocio de marras y el trasfondo
técnico del asunto. Tanto así como para someterse a los rigores de una cata
histórica analítica luego de una comida excelentemente regada…
Notas:
(1) Algo sobre el mismo tema apuntamos en la entrada del
25/5/2014 “Venerable licores argentinos”, donde realizamos una cata de ejemplares fechados entre 1950 y 1970.
(2) No es difícil ubicar antiguas alusiones publicitarias a
las dos marcas en cuestión, puesto que se trata de nombres otrora muy famosos.
Dufaur fue un importador de renombre a partir del decenio de 1930 y para fines
de la década de 1950 comenzó a elaborar localmente toda su gama de destilados y
licores. Dellepiane es aún más conocida y todavía se encuentra plenamente
vigente. A mediados de los años setenta, su planta de San Martín era ensalzada
publicitariamente como ejemplo de calidad a gran escala, tal como puede
apreciarse en el aviso junto al segundo párrafo de esta entrada.
Muy buenos comentarios! Estoy buscando un lindo regalo y me decidí por este licor, desde Montevideo! :) gracias!
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