La Fábrica Real de
Tabacos de Sevilla, erigida en 1758, fue la primera gran planta elaboradora
de cigarros y rapés que existió en el mundo (1). Su funcionamiento se tradujo
en un férreo control del gobierno monárquico de España sobre la importación, manufactura y comercialización del tabaco y
sus derivados. Entre otras cosas, eso implicó la virtual veda ante cualquier
iniciativa productiva en las colonias americanas, con excepción del cultivo
extensivo que proveía la materia prima. Por lo tanto, no estaba permitido aquí
procesarla, torcerla, picarla o industrializarla en ninguna de sus formas. Pero hubo una única y notable salvedad: la fábrica erigida en Paraguay hacia
1778 por iniciativa de la Real Renta de Tabacos y Naypes, que era una especie de agencia tributaria virreinal. El hecho de haber seleccionado el territorio paraguayo para su emplazamiento en un
indicio claro de la importancia que ese país tenía en la actividad tabacalera,
toda vez que sus productos se consumían
profusamente por las colonias vecinas, incluido el Virreinato del Río de la Plata. La vigencia de tales artículos
(especialmente los cigarros puros) se extendió por mucho tiempo luego de la
independencia nacional, mientras que la masividad de su consumo en la Argentina
está bien documentada hasta la década de 1870 inclusive, tal como analizamos en
la primera entrada del tema subida el pasado 28 de febrero.
Actualmente, los cigarros paraguayos constituyen uno de esos casos donde el paso del tiempo no parece haber dejado
huella. Todavía existen en el país vecino cientos de fábricas pequeñas y familiares, netamente artesanales, dedicadas a su rústica producción en todo el
ámbito regional con materia prima y métodos de manufactura que no difieren en
nada de los usos más comunes durante los siglos XVIII y XIX. ¿Esa provisión
regional incluye aún a la Argentina? Sí, la incluye, ya que su entrada a
nuestras fronteras (casi siempre informal) sigue siendo abundante, y aunque los puros paraguayos
dejaron de ser consumidos en las grandes capitales de nuestro país hace mucho
tiempo, todavía es posible conseguirlos en diferentes localidades del norte y
la Mesopotamia. De ese modo se abastece el autor de este blog, gracias a los
buenos oficios de varios amigos que viajan regularmente a la ciudad entrerriana
de Concordia y allí los consiguen. Así, tal como anticipáramos en su momento,
llegó el día en que decidimos degustarlos analíticamente para volcar nuestras
impresiones.
La ocasión elegida ya resulta frecuente de acuerdo con
distintas catas efectuadas anteriormente: una sobremesa de asado en la terraza
de JA!, la vinoteca de Joaquín
Alberdi en el barrio porteño de Palermo. Aprovechando la benignidad de un otoño
que aún no parecía tal, se dio cita un grupo de amigos, entre los cuales
Enrique Devito y Sebastián Nazábal (que además proveyó excelentes destilados para acompañar), junto con un servidor, fueron los encargados de fumar los
ejemplares y expresar sus puntos de vista. La marca asequible en Concordia es Fuerte Puro de Juan Fretes, de Caazapá, envasada y comercializada con
esa simpática tosquedad propia de la actividad tabacalera paraguaya artesanal:
un paquete de papel madera conteniendo cien unidades distribuidas en dos mazos
de cincuenta, uno encima del otro. El aspecto exterior de los prototipos también
delata la condición 100% manual de la
confección, dado que los cigarros se presentan en formatos totalmente irregulares
(2), con capas que varían entre el marrón muy oscuro, el marrón medio y el
marrón claro. Un mismo puro, incluso, suele tener distintas tonalidades de
color, nervaduras, poros blancos y otras imperfecciones; partes más redondas y
sectores más chatos; cortes discontinuos en una o ambas puntas; en fin: todas las evidencias de una actividad que mantiene inalterada su raíz sencilla y
campesina, sin indicio alguno de adelanto tecnológico o perfeccionamiento
científico. Eso, para mí, los hace aún más interesantes.
Con todo, el encendido se llevó adelante sin sobresaltos,
mientras que la combustión resultó bastante pareja y el tiro nada apretado, más
bien fácil y suelto. Los aromas y sabores estaban en perfecta sintonía con la aureola de rusticidad antedicha, predominando el tono agreste, vegetal, aunque también
dotado de cierto perfil cárnico y levemente especiado durante determinados momentos,
especialmente en la última parte. Se trata, sin dudas, de “dinosaurios”
tabacaleros americanos casi idénticos a sus similares del pasado, con un carácter
salvaje que, bien entendido, representa el mayor encanto. No caben dudas: son
cigarros de campo para fumadores curtidos y poco afectos a las sutilezas que
entregan otros puros más elaborados y estacionados. Pero, por sobre todo,
siguen siendo fieles a su perfil histórico, el mismo que resultó tan familiar
para los fumadores argentinos desde los tiempos de la colonia hasta la época de
la organización nacional. Si no fuera porque estábamos ubicados en una cómoda
terraza en pleno Buenos Aires, bien podríamos habernos sentido como viejos
parroquianos de pulpería.
Culminamos así otra cata a la espera de la próxima, donde tendremos la oportunidad de presentar un par de añejas joyas licoristas de
producción argentina.
Notas:
(1) El soberbio edificio de la fábrica aún existe, transformado en la Universidad de Sevilla. Su belleza arquitectónica lo hace un punto
obligado para los turistas que visitan la ciudad. El siguiente es el link a la
completa descripción histórica de Wikipedia, que incluye algunas fotos: http://es.wikipedia.org/wiki/Real_F%C3%A1brica_de_Tabacos_de_Sevilla
(2) Quien suscribe ya lleva varios paquetes consumidos a lo
largo de cuatro años (siempre de la misma marca) y puede asegurar, además, que
las diferentes partidas llegan a variar significativamente en tamaño y calidad
de terminación.
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