La historia del vecindario otrora periférico y suburbano que
terminó integrándose a la gran metrópolis
es bastante recurrente en el pasado de la ciudad de Buenos Aires. Sin
embargo, pocos barrios son tan emblemáticos al respecto como Almagro, que
sufrió una transformación radical de fisonomía en la segunda mitad del siglo
XIX. Los motivos que podríamos señalar son muchos, pero la superabundancia de
medios de transporte que sucesivamente fueron surcando su geografía es, sin
ningún lugar a dudas, el principal de todos. La data cronológica resulta
contundente en tal sentido, comenzando con la llegada del pionero Ferrocarril del Oeste en 1857, que
estableció su estación Almagro muy
cerca del cruce entre las actuales Medrano y Bartolomé Mitre. Algunos años después
fueron tranvías los encargados de llevar público desde allí hasta la Plaza
Miserere (1), punto neurálgico situado en el vecino Balvanera, y más tarde las
líneas de subterráneos A y B (inauguradas en 1914 y 1932, respectivamente), que
completaron, junto con los automotores,
el espectro de movilidad para la creciente masa de población.
Semejante
coyuntura de progreso fue un caldo de cultivo muy propicio para el emplazamiento de comercios gastronómicos, desde los modestos almacenes con despacho de
bebidas hasta las suntuosas confiterías, pasando por todas las instancias
intermedias. Así, como apuntamos en una entrada reciente sobre los cafés con pasatiempos misceláneos (2), el paradero limítrofe en el entramado
municipal que mantuvo hasta el año 1888 hizo de Almagro un territorio pletórico
de reñideros de gallos y canchas de pelota, de las cuales podemos señalar el Almacén, bar y reñidero de los hermanos
Brenta, o la cancha de pelota Rivadavia
(que funcionó en Rivadavia entre Bulnes y Mario Bravo desde 1876 hasta 1885), a modo de ejemplo. Y si vamos específicamente a los cafés y establecimientos
similares para el expendio de bebidas, la lista se amplía enormemente gracias
al paciente trabajo y la memoria de los historiadores Salvador Otero y Emilio
Sannazzaro.
Entre tantos, elegimos los que siguen:
- Almacén y bar Las
Tejas, en Rivadavia 3502, cuyo nombre obedecía a la más obvia de las
razones: su techo.
- Almacén y bar La
Vieja, en Rivadavia 3825. En este caso no hace falta aclarar el origen de
tal denominación.
- Café La Sonámbula,
ubicado en la esquina SE de Rivadavia y Maza.
- Los bares Munich y
El Ceibo, sobre la avenida Boedo 557
y en su intersección con México, respectivamente.
- Café La Petiza (así
tal cual), en Rivadavia y Esperanza (antes
Sadi Carnot y luego Mario Bravo).
- Almacén El Colegio,
sito en un lugar bastante infrecuente para los comercios en general y los del
ramo que nos ocupa en particular: el Pasaje San Carlos, de tipo peatonal y uno
de los más antiguos en el ámbito porteño. (3). La gracia del establecimiento
resultaba alusiva al Colegio Pío IX, erigido en Yapeyú 197, que contó entre sus
alumnos a personajes como Carlos Gardel, Ceferino Namuncurá y Arturo Illia.
- Café El Pasatiempo,
originalmente reñidero y luego trastocado a Mi
Tío, enclavado en Venezuela y Quintino Bocayuva.
- Bar El Cóndor,
en la esquina NE de Corrientes y Medrano, que solía ofrecer sillas y mesas extras en tiempos de carnaval.
- Café de Don Converso,
en Corrientes y Mario Bravo.
- Sobre Corrientes y Carril (actual Aníbal
Troilo), el Café La Morocha, donde
actuaron numerosas figuras del tango.
- Almacén de Don Justo,
en Guardia Vieja y Billinghurst. Como tantos de su tipo, tenía dos entradas:
por Guardia Vieja se ingresaba a la despensa, y por Billinghurst al despacho de
bebidas.
- Café Mundo Argentino,
emplazado sobre el límite barrial de Diaz Vélez y Río de Janeiro. El apelativo
apuntaba a una de las tantas revistas editadas por la cercana Editorial Haynes, que proveía con su
personal la mayor parte de la clientela.
También existieron en Almagro fondas, bodegones y
restaurantes recordados, como Il Vero
Mangiare (Guardia Vieja y Sánchez de Bustamante), donde solía asistir el
púgil José María Gatica. Otros fueron La
Copa de Oro (Lavalle y Gallo), la cervecería Río Rhin (Rivadavia 4453) y la Cantina
Italiana Giovanotti (Corrientes 3459). Por supuesto que no olvidamos a la
perla del barrio: la Confitería Las
Violetas, que se ha convertido en un punto de visita y reunión para
porteños y no porteños. No abundamos en su historia por haber formado parte de
una entrada anterior (4), pero se trata de uno de esos lugares a los que hay
que ir, aunque sea una única vez, al menos a tomar un café.
Para finalizar, evocaremos dos reductos que representan
postulados opuestos dentro de una misma realidad popularmente aceptada: que el
pasado no vuelve, y que el mundo sigue andando (5). El primero es el bodegón El Cunqueiro (Medrano y Sarmiento),
hasta hace poco visible en un edificio del año 1898, hoy cerrado y próximo a
demoler. El otro es el bar El Banderín
(Guardia Vieja 3602) que inició sus actividades en 1929 y actualmente pertenece
a la nutrida nómina de bares notables de
la Ciudad de Buenos Aires. Semejante final feliz es producto de la singular capacidad de sus dueños (los de hoy y los de ayer) para
lograr que no perdiera vigencia a través de los años. En 2014 luce bien
conservado, bullicioso, tradicional y a la vez extrañamente moderno, colmado de
banderines y otros emblemas deportivos tan caros a los afectos y las pasiones
de los argentinos.
Notas:
(1) Entre los emprendimientos precursores podemos señalar el
Tranway Central, el Tranway Argentino (ambos absorbidos
posteriormente por la compañía Anglo
Argentina), el Tranway Lacroze y
la empresa La Capital, que tenía su
depósito y centro de operaciones en Boedo 750. La siguiente es una foto del
servicio inaugural de esta última, en 1897.
(2) Subida el 25/8/2014.
(3) El Pasaje San Carlos nace en la calle Quintino Bocayuva 151
y no tiene salida. Su origen se remonta a una subdivisión de antiguas quintas
realizada en 1865. Hoy se alzan en esa arteria unas quince o veinte casas, la
mayoría construidas en los primeros años del siglo XX. Hasta hace no mucho era
de libre acceso, pero luego fue cerrado con un sólido portón de rejas.
(4) De la serie “Estampas del comercio antiguo”, sobre las
confiterías, subida el 8/9/2012.
(5) Quien suscribe es un lector frecuente de temas
científicos, especialmente de lo que tiene que ver con la física cuántica. En
función de eso, considero que la primera de estas afirmaciones es una falacia
absoluta. Hoy, la ciencia acepta que tiempo y espacio interactúan de maneras
que apenas estamos empezando a comprender.
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