Pocas cosas resultan tan caras a la idiosincrasia
de los porteños como sus cafés, con todo el contenido que eso implica: el
encuentro, los amigos, la espera, la charla y otras situaciones que conforman
un espíritu único y singular, porque un café de Buenos Aires no es igual a sus equivalentes de París o de Madrid. En las últimas décadas, desafortunadamente, muchos de esos lugares cayeron bajo la picota
de la modernidad en su peor faceta, la que trae consigo demolición, destrucción y olvido. Otros se reconvirtieron y aggiornaron
para adaptarse a los requerimientos
arquitectónicos contemporáneos, borrando así la mayor parte de su identidad. De ese modo, son
muy pocos los cafés que han logrado conservar el espíritu original
como reductos legítimos de la porteñidad. Uno de ellos acaba de cumplir 150
años en su ubicación primigenia, durante los cuales supo transitar por
diferentes rubros no carentes de cierta relación.
Nos estamos refiriendo a El Federal, renombrado bar de San Telmo enclavado en la esquina de
Perú y Carlos Calvo, que desde su nacimiento hasta hoy transitó alternadamente
por los formatos de pulpería, almacén de ultramarinos, prostíbulo y almacén con
despacho de bebidas, para llegar a nuestros días como un bar de referencia
absoluta. Desde luego que cada uno de estos perfiles comerciales son de interés
para este blog, incluyendo el de Casa de
Tolerancia, como se llamaba entonces a los burdeles, ya que en ellos siempre existía algún
servicio elemental de bebidas para matizar la espera de sus clientes. Con todo,
y más allá de tales transformaciones, el siglo y medio de existencia representa
por sí solo un hito que trasciende la cronología y adquiere una dimensión de
verdadero acontecimiento histórico. ¿El motivo? Muy simple: ese edificio –que permanece con pocas alteraciones constructivas- fue testigo de
todos los acontecimientos ocurridos en la gran urbe desde los inicios de la Argentina tal como la conocemos hoy: epidemias, revoluciones, enfrentamientos, inmigraciones,
crisis, movilizaciones, festejos patrios, carnavales y cada suceso urbano
imaginable, grande o pequeño, alegre o triste, feliz o trágico.
La efeméride no pasó desapercibida para el
acontecer de la cultura barrial, dado que durante todo el año que transcurre fueron
y serán sucesivamente realizadas
distintas actividades relativas a su pasado y su presente: muestras
fotográficas, programas especiales de radio, charlas de especialistas y
espectáculos musicales, entre otros. Pero claro, ello no modifica en absoluto
la exitosa rutina del singular refugio declarado con toda justicia Bar Notable por la Legislatura de la Ciudad
de Buenos Aires. Diariamente pasan por allí argentinos y extranjeros para ver,
sentir y deleitarse con la barra de madera maciza y su arco en alzada, los
mosaicos calcáreos originales, la máquina registradora del siglo XIX, las patas
de jamón colgantes, las cubas de roble francés, la colección de botellas
antiguas, las chapas enlozadas y los veteranos avisos publicitarios, que son
son parte de su encanto. Las picadas y tablas de quesos, los sandwiches
especiales, las tortillas y escabeches, las pastas y panes caseros, los postres
tradicionales, la cerveza de elaboración artesanal, la sidra tirada y la amplia
carta de aperitivos completan el interés por el lado gastronómico en este
rincón santelmeño que vale la pena visitar.
Y ese hilo histórico no ha de cortarse, ya que
cada parroquiano que lo visite seguramente sentirá, tal vez por un instante y
quizás de modo subconsciente, la misma sensación que experimentaron miles de hombres y mujeres desde 1864 hasta la fecha. Acaso, entrecerrando los ojos, se
logre escuchar las voces de aquellos que andaban por allí en los tiempos del
tranvía a caballo (cuando la calle Carlos Calvo se llamaba Europa), o durante alguna de las tantas agitaciones políticas que
tuvo nuestro país. Incluso hasta se pueda percibir el fresco olor del río, ese
mismo que estaba solamente a cuatro cuadras y en el que no faltaban las
lavanderas, los pescadores y la vía costera del Ferrocarril de La Boca.
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