De acuerdo con el repertorio hispano de términos contables,
la palabra avalúo define el valor
monetario que se adjudica a un bien físico determinado. Esa expresión es
raramente empleada por los argentinos de nuestro tiempo, aunque continúa
vigente en otros países de América Latina, especialmente en lo relativo al comercio
de inmuebles. Sin embargo, el vocablo tuvo amplia utilización local durante la
segunda mitad del siglo XIX y las primeras décadas del XX, pero con un
significado diferente. En aquellos días, los avalúos eran gravámenes aplicados a los artículos importados que
recalaban en nuestros puertos. Por lo tanto, el uso de la palabra estaba
ampliamente extendido entre los funcionarios impositivos y aduaneros, mientras
que las alusiones respectivas se
hallaban diseminadas en toda clase de publicaciones y documentos oficiales.
En ese orden de cosas, un viejo Registro Estadístico del año 1857 (1) presenta las Tarifas de Avalúos de los principales productos
comercializados en el mercado nacional por vía de la importación. El tópico de
referencia, que ha sido tocado muchas veces aquí, presenta en este caso una
faceta que lo hace particularmente interesante y digno de análisis: la
presencia de cuadros tarifarios variables según las distintas graduaciones
alcohólicas y medidas de volumen. Veremos a continuación que ello daba lugar a
curiosas jerarquías, muchas de las cuales suscitan interrogantes difíciles de contestar.
Un primer grupo sugestivo está compuesto por los “aguardientes”, apelativo que abarcaba un
extenso abanico de bebidas destiladas de todo tipo y procedencia. Los extractos
del texto original tienen un tamaño suficiente como para ser apreciados a
simple vista, por lo que pasamos a presentar la primera imagen con los
renglones correspondientes.
Desde el punto de
histórico, este grupo cuenta con algunos aspectos que llaman la atención
y en los que no falta una cierta dosis de intriga, comenzando por las marcadas
disimilitudes en el tamaño promedio de los contenedores y particularmente de las
pipas, que podían ser de 128, 143 o 150 galones (2). También observamos
“garrafones” de 3 o 4 galones y damajuanas de 2 ½ a 3 galones. Luego, la nomenclatura de las bebidas en sí mismas
revela un ítem sorpresivo en tiempo y lugar: los aguardientes y anisados del Báltico. ¿De qué regiones podían
provenir tales brebajes? Si tomamos literalmente el alcance geográfico de dicho
mar y revisamos un mapa de Europa a mediados del siglo diecinueve, veremos que
sólo podía tratarse de los estados de Alemania, Dinamarca, Suecia y Rusia (3).
A Alemania podemos descartarla porque un renglón posterior corresponde al
aguardiente llamado de Hamburgo,
nombre más que elocuente como para suponer que era embarcado en ese puerto del
Mar del Norte. Por lo tanto nos quedan Suecia, Dinamarca y Rusia, lo que
traducido a sus bebestibles más antiguos y famosos equivale a decir Schnapps, Aquavit y Vodka. ¿Cuál de ellos sería el “aguardiente del Báltico”? Imposible
saberlo con certeza: tal vez esa denominación genérica los comprendía a todos
por igual, incluyendo calidades rudimentarias, categorías marginales e incluso
mezclas hechas para el granel, pero la cita no deja de ser curiosa (4).
Con todo, lo más
singular del repertorio espirituoso está dado por las graduaciones extrañamente
bajas, que comprenden tres categorías en
el orden de los 32 a 35°, 26 a 28° y 18 a 20°. La primera parece más o menos
lógica para lo que hoy entendemos como “aguardiente”, la segunda ya empieza a
resultar demasiado moderada y la tercera remite directamente a otro tipo de
bebidas, como los vinos encabezados (5). No es sencillo hallar explicaciones
sobre el particular en vista del tiempo transcurrido. Quizás se trataba de simples
escaños tarifarios nominales que no tenían su correlato en la práctica, quizás
la aduana porteña tenía un método propio para mediciones etílicas (poco
probable) o quizás los destilados que llegaban a la Argentina de la época eran
efectivamente menos alcohólicos, por elaboración o por dilución con agua.
A continuación aparecen el coñac, las ginebras y los licores
en todo su abigarramiento de presentaciones (graneles, cascos, damajuanas, cajones por doce botellas) y ascendencias. El primero -con su
prototipo “inglés”- demuestra lo lejos que se estaba entonces del concepto denominaciones de origen. Las ginebras
sugieren una cierta capacidad de discernimiento respecto a calidades comunes y
calidades finas, amén de despejar toda duda sobre la autenticidad de los grados
alcohólicos que mencionamos antes. Por raro que parezca, el testimonio de
marras indica en forma aparentemente categórica que había ginebras de 18 a 20°, y también otras “de graduación alta como los aguardientes
del norte”. Analizando la comunidad licorosa notamos que el ajenjo predominaba con holgura pero sin
detrimento de las restantes clases exitosas como el marrasquino, el curaçao y
el cherry cordial (apuntado “chericordial”)
(6)
Por último, la gama de vinos exhibe numerosos ejemplares de
acreditada fama (Jerez, Oporto, Burdeos) junto a sus “imitaciones”. Aparecen
asimismo el Asti (registrado
chapuceramente como Asty), el
vermouth de Turín (Torino), el
Madeira (Madera es su
castellanización), el otrora prestigioso blanco del Rin, el dulce Frontignan y los menos conocidos (aunque muy nombrados en
la época) tintos Marsella y Cette, que
quizás no fueran otra cosa que vinos de la región de Languedoc embarcados por
el Mediterráneo.
La investigación histórica es capaz de responder muchas
preguntas a la vez de generar otras. ¿Habrán bebido vodka, aquavit y demás
destilados nórdicos nuestros compatriotas contemporáneos de Urquiza, Rosas y
Sarmiento? ¿Cómo se entienden aquellas ginebras de 20 grados de alcohol? ¿Cuál sería en esos tiempos el consumo per
cápita del popularísimo ajenjo? Posiblemente podamos contestar estos interrogantes
en el futuro, o tal vez no, pero mientras tanto no perdemos nuestras inveteradas ganas de
escudriñar en la niebla espesa de los siglos idos.
Notas:
(1) Más allá de la mera diferencia cronológica que nos
separa (159 años, nada menos), es bueno puntualizar algunos hechos históricos
proclives de hacernos comprender adecuadamente la antigüedad del registro. En
1857 gobernaba la Confederación Argentina
Justo José de Urquiza, mientras en
la provincia de Buenos Aires (que aún se hallaba separada) se producía el
traspaso de mando entre el gobernador saliente Pastor Obligado y el entrante Valentín
Alsina. Ese mismo años era inaugurado el primer “camino de hierro” del país: el
Ferrocarril del Oeste, con apenas 10
kilómetros entre la Estación del Parque (actual
predio del teatro Colón) y Floresta.
(2) No nos extenderemos en el tema de las viejas unidades de pesos y medidas de los países
angloparlantes, aunque es necesario aclarar que tanto el “galón” como los demás
patrones para sólidos y líquidos no estaban estandarizados universalmente. Bien
al contrario, existían múltiples interpretaciones de cada uno en Europa y América
( a veces dentro de un mismo país). Con los años la cuestión se fue
simplificando, pero aún perduran algunas disparidades de criterio. Para darse
una breve idea, ver el siguientes enlace: https://es.wikipedia.org/wiki/Gal%C3%B3n
(3) Incluimos al reino de Prusia dentro de Alemania. También
existía el reino de Finlandia, pero estaba bajo dominio y control absoluto del
imperio Ruso.
(4) Sobran motivos para considerarla así. A título de
ejemplo, no hay registros explícitos de consumo de vodka en la Argentina hasta
bien entrado el siglo XX.
(5) Es normal preguntarse si los parámetros para considerar
el grado alcohólico eran entonces similares a los actuales, y la respuesta es
afirmativa. Muchos años después apareció en los países angloparlantes una
medida llamada proof que se diferencia por la escala volumétrica de
medición (sobre 200 en lugar de 100), pero si acaso intentáramos tomar ese patrón
referencial las graduaciones serían aún más bajas, ya que el proof duplica numéricamente al grado
estándar. Por ejemplo, 35° equivalen a 70 proof.
(6) Sobre el Cordial hicimos
una entrada completa el 18/2/2016.
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