Antiguamente, la palabra extramuros
se empleaba para definir el área poblada existente en los alrededores de los
fuertes o castillos. El mismo término se utiliza hoy como un recurso literario
que alude a los sectores periféricos del suburbio, allí donde las ciudades comienzan
a confundirse con el campo. Bien se puede decir entonces que la Buenos Aires decimonónica era sumamente rica en cuanto a “extramuros”, dado que la
urbanización se extendió muy lentamente desde el centro (1) hacia las afueras a
lo largo de todo el siglo XIX. El creciente proceso inmigratorio experimentado en
la segunda mitad de la centuria aceleró las cosas, pero aun así debemos
considerar que al momento de su federalización (1880) los principales límites
del municipio capitalino no llegaban más
allá del Riachuelo (el único contorno que continúa inalterado), la actual
avenida Juan B Justo (ex Arroyo Maldonado)y las calles Bulnes, Boedo y Sáenz. El
mapa de Aymez de 1866 nos muestra una urbe todavía más pequeña, con su entramado
de arterias culminando en las que hoy conocemos como Jujuy y Pueyrredón, al
oeste, Arenales, al norte, y Brasil, al sur.
En todas esas zonas de “frontera” urbano-rural, pletóricas
de chacras, caminos de tierra y caseríos incipientes, se verificaba una vida de
mixtura entre el entorno agreste y las modernas costumbres de la metrópolis. Ya
hemos visto alguna vez que por 1870 era perfectamente factible hallar tambos o
corralones de leña en calles como Suipacha o Santa Fe, así como playones de
carretas funcionando en plenas plazas Constitución y Miserere, con sus
respectivos mercados in situ de
lanas, cueros y otros frutos del país, totalmente informales y al aire libre. No
debe resultarnos extraño, por lo tanto, que en esos mismos lugares haya habido
una notable y poco conocida profusión de pulperías, tan típicamente criollas
como aquellas sitas en los rincones más lejanos de la campiña. De hecho, un
repaso minucioso serviría para comprobar que cada barrio porteño actual tuvo,
en sus orígenes, alguna pulpería de renombre (sin siquiera mover los dedos del
teclado me vienen a la memoria casos específicos en Barracas, Chacarita y Villa
Devoto), pero en aras de la síntesis bien entendida nos enfocaremos en sólo tres
de ellas, que sumaron a su leyenda la afortunada circunstancia del registro
fotográfico (2).
La primera se llamó La
Blanqueada y tenía su enclave en la esquina que al presente denominamos
Cabildo y Pampa. El nombre derivaba de las paredes encaladas con pintura a base
de conchilla, método otrora muy utilizado para obtener colores claros. Según
algunos historiadores, su construcción fue anterior a la formación del municipio
de Belgrano (1855), al que luego perteneció. La ubicación del reducto no era
nada casual: la actual y ajetreada avenida Cabildo era entonces el Camino Real, es decir, una importante
ruta de circulación (3). La historiadora Elisa Casella de Calderón asegura que “las carretas que iban al norte en busca de
sandías, melones, zapallos y duraznos se detenían allí”. Enrique Mayochi y
Jorge Busse, por su parte, sostienen que los inicios deben haber sido bien
modestos: una sola puerta (tal vez sin ventanas), precaria iluminación
artificial (velas o farol de kerosene), rejas de palo y mostradores de madera
rústica. En tan cerril entorno los viajeros, según la época del año, podían
refrescarse con sangrías, vinagradas y naranjadas, o calentarse con vino, ginebra y caña. La foto nos muestra al sitio muchos años después de su cierre
definitivo, ya con otras construcciones añadidas, pero ciertos detalles de aire
colonial parecen sugerir la permanencia de alguna pared original.
El segundo caso, de nombre muy parecido, pertenece a otro punto neurálgico barrial,
esta vez en Nueva Pompeya. En efecto, La
Antigua Blanqueada tenía querencia en la intersección de las avenidas Sáenz y
Francisco Rabanal (ex Coronel Roca). Aquí también hay un claro trasfondo de
“lugar de paso” en el emplazamiento del comercio, puesto que la avenida Sáenz
no era otra cosa que el camino obligado para las tropas de vacunos que venían
desde el sur bonaerense y cruzaban el
Riachuelo a la altura del Paso de Burgos, luego Puente Alsina, uno de los dos únicos que existieron sobre ese curso
de agua hasta bien entrado el siglo XX (4). Durante su existencia, posiblemente
haya sido homónima de la que vimos antes, para luego ser recordada como “antigua”. Lo interesante es que dicha esquina permaneció por más de doscientos años asociada al mismo
nombre y actividad comercial: luego de pulpería fue un almacén (el que vemos en la foto) y más
tarde una pizzería, que con diversas reformas permanece bajo la denominación de
La Blanqueada.
La última pulpería no se hizo famosa. No conocemos su nombre
y tampoco podemos dar fe absoluta de su ubicación precisa, pero posee la rara y escasa cualidad de haber sido fotografiada en funcionamiento por el gran Christiano Junior durante una de sus
invalorables series tomadas en Buenos Aires entre 1867 y 1883. El original de
la imagen que atesora el AGN nos muestra un epígrafe insertado en el cartón, debajo de la foto, que reza: Pulpería en
el Bajo de la Recoleta (existen los ombúes). Esta última aclaración,
escrita probablemente hacia 1920, podría sugerir que se trata de los
legendarios ombúes de la plaza San Martín de Tours. De un modo u otro, el
paso del tiempo y las grandes transformaciones urbanas convierten al caso de marras en un
anacronismo que hoy nos parece irreal, de otro mundo, casi mágico. ¿Una
pulpería bien ranchera con gauchos
mateando, guitarreando y tomando ginebra entre carretas y caballos, nada menos
que en Junín y Avenida Alvear? ¿Increíble, no?
Pero así es la historia, que nunca deja de sorprendernos. Y
ahora sabemos que aquí nomás, donde hoy hay asfalto y baldosas, hubo alguna vez
una miríada de pulperías y boliches de paso, verdaderos bálsamos para
caminantes, jinetes y carreros.
Notas:
(1) No nos referimos al microcentro comercial y financiero
que conocemos hoy, ubicado algo más hacia el norte, sino al centro cívico y
social de la vida porteña de antaño, que fue la Plaza del Mayo con su Fuerte
(posterior Casa de Gobierno), su Catedral y su Cabildo, mencionando sólo
las construcciones que permanecen relativamente sanas y salvas. En las
inmediaciones también supieron ubicarse el Departamento de Policía, el Congreso
Nacional y el primitivo Teatro Colón, entre otros edificios de trascendencia
pública que cayeron bajo la picota por diferentes razones.
(2) Varios ejemplares de pulperías porteñas fueron mencionados
oportunamente cuando realizamos la serie de entradas de “Cafés, Fondas,
Boliches y Bodegones” barriales, que se extendió entre 2011 y 2014.
(3) En ese sentido, venía a ser algo así como la
“Panamericana” de aquel tiempo, obvia salvedad del abismo que separa aquella
época de la nuestra.
(4) El otro era el Puente Barracas, anteriormente De Galvez y actual Pueyrredón Viejo. Desde luego, no incluimos aquí los puentes
ferroviarios, que ya los había desde 1865. Las
siguientes son dos fotos del Puente Alsina con su aspecto en 1890 y en
2016. El que transitamos hoy se inauguró en 1938.
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