
El 13 de febrero del año pasado publicamos una nota sobre
los descubrimientos arqueológicos efectuados en los terrenos que ocupaba el
legendario Café de Hansen, aquel que
dio lugar a innumerables menciones en la literatura, la música y el cine
nacional. En esa ocasión apuntamos el principal dato que se desprendió luego de
los correspondientes trabajos de excavación: en lo de Hansen se comía de manera
abundante (el nombre oficial del local, de hecho, era “Restaurante del Parque
Tres de Febrero”), especialmente viandas al estilo de guisos de carne y
pucheros, tal cual lo evidencian los restos óseos hallados en el lugar. Pero
también, y aunque no hayan quedado vestigios físicos, resulta claro que allí
funcionaban todos los servicios imaginables del rubro alimentos y bebidas,
desde el simple café hasta los copetines, los tragos, las picadas y las
meriendas. Este local, que perduró desde 1875 hasta 1912, parece haber tenido
una relevancia mucho mayor como sitio puramente
gastronómico que como enclave milonguero. Aún hoy, incluso, se discute
si en lo de Hansen realmente se bailó alguna vez, como dice la leyenda.


Pero el interés principal de este blog es el costado gastronómico
de la historia, por lo que pasaremos a considerar los detalles de una
interesante lista de productos que completa muy bien lo plasmado en aquella
entrada subida hace más de un año, cuando, sin ahondar demasiado, hicimos alusión a los sendos inventarios llevados a cabo tras la muerte de Ana Anderson (esposa de Juan
Hansen), en octubre de 1888, y en forma
posterior al deceso de este último, el 3 de abril de 1892. El cruce de la
información obtenida en los dos registros nos dice bastante sobre la calidad
del servicio, que no era para nada el que muchos imaginan en un “bolichón” o
“tugurio” bailable, como se ha pretendido eternizar al mítico comercio
palermitano. Bien al contrario, el repertorio de productos indica una relación
mucho más lógica con una confitería decididamente distinguida. Recordemos primero
el stock de bebidas de acuerdo con su tipo genérico: 1192 botellas de cerveza
(1), 978 de vino, 37 botellas grandes y 16 medianas de champagne, 11 de whisky,
44 de vermouth y 54 de cognac, además de un largo catálogo adicional de licores
varios. Todo ello, desde ya, en variantes de etiquetas nacionales e importadas. Entre las cervezas se destacan las marcas
Quilmes Imperial, Río II, Kulmbacher, Mainz,
Pschoz, y cerveza
“inglesa”. Notoria
es la presencia de nombres prestigiosísimos dentro de la variedad de vinos
ofrecidos, que incluía
, contando
denominaciones genéricas y rótulos específicos,
Saint Esthepe, Saint Julien, Chateau Margaux, Chateau Lafite, Chateau
Biré, Pontet Canet, Chateau Léoville, Chateau Cantenac, Saint Emilion, Vin de
Corse, vino
del Rhin, Moselwine y
el simple “Vino Argentino de Mendoza”. También había Oporto, Madeira y Jerez,
junto a un largo pelotón de bebidas adyacentes, como Hesperidina, Ron, Cacao,
Fernet, Anisette, Cognac (VO, Tres Estrellas y Cinco Estrellas), Ajenjo,
Cuarcao, Aperital, Ginebra, Ginger Ale, refrescos surtidos y vermouth, con
presencia preponderante del
Torino
Cinzano.


Por el lado de los alimentos, las existencias responden casi exclusivamente
a productos en conserva: 33 tarros de sardinas, 120 tarros de pate de foie, 41
tarros de mostaza (19 de la llamada “inglesa” y 22 de otras), 16 tarros de
duraznos, 30 tarros de perdices, 2 tarros de lengua, 2 jamones y cierta
cantidad de galletitas de la entonces celebérrima marca
Lola (2).
El stock de
productos del tabaco, infaltables en los comercios gastronómicos de la época,
acusa 350 cigarros
Doña Ana, 650
cigarros
Princesa, una caja de
cigarros habanos, 125 cigarros “de la paja”, 200 cigarros de hoja Virginia (3),
50
Atico, 105
Santos, 30
Radfahrer, 40
Hoyo de Monterrey y
25
Damitas. Y aunque está fuera del
interés gastronómico histórico que perseguimos, vale la pena mencionar el ítem correspondiente a las
velas de estearina, que se usaban
entonces para la iluminación de los carruajes.Como ya hemos dicho alguna vez, quizás nunca tengamos la
certeza sobre las cuestiones musicales y bailables que acontecieron en lo de
Hansen, pero podemos estar seguros de que allí se comía, se bebía y se fumaba
mucho y bien. Curiosas pinceladas de un lugar perteneciente a la leyenda del
viejo Buenos Aires, que hasta hace poco más de cien años se erigió justo
enfrente del actual Planetario.

Notas:
(1) Todos los registros históricos disponibles señalan que
la cerveza era entonces más consumida que el vino. En esos tiempos había en
todo el país unas 400 fábricas de cerveza, la mayoría de ellas pequeñas y
artesanales.
(2) A tal punto llegaba esa popularidad que, según se dice,
la famosa frase “este no quiere más Lola”
nació en esos tiempos para referirse a los recién fallecidos, porque entonces
dejaban de consumir las renombradas galletitas.
(3) Muy posiblemente, “de la paja” y “hoja Virginia” sean
dos denominaciones diferentes (dos marcas distintas, tal vez) para definir a un
mismo tipo de cigarro, conocido también como Brissago, que se caracteriza por la hebra de paja que lo atraviesa.
Este puro hoy sólo se fabrica y consume en Austria, Suiza y Alemania. El autor
de este blog consiguió hace poco algunos ejemplares de tal producto, que degustaremos
oportunamente para volcar las impresiones aquí mismo, dado que se trataba de un
cigarro de alto consumo en Argentina a
fines del siglo XIX y principios del XX.