No es la primera vez que la investigación de un tema me ha
llevado a otro completamente ajeno a mis intenciones iniciales. Escarbar en el
pasado tiene, además del gusto propio que percibimos los aficionados a ello, una especie de intriga sobre la posibilidad de hallazgos imprevistos, que casi nunca faltan. Fue así que hojeando la edición
1895 de la
Guía descriptiva de los
principales establecimientos industriales de la República Argentina me
encontré con algo llamado “Viñedos del Caballito”, que a primera vista parecía
ser una extensa viña con su correspondiente bodega elaboradora, todo ello
situado, nada más y nada menos, que en el barrio de Caballito, en pleno corazón
de Buenos Aires. Con la lectura posterior de la edición 1893 del mismo trabajo
(1) pude completar los datos más importantes de aquel misterioso
establecimiento, aunque de inmediato surgieron infinidad de interrogantes
adicionales. ¿Dónde estaba ubicado, exactamente? ¿Cuánto vino producía, y de
qué tipo? ¿Qué tan populares eran sus productos? ¿Quedaría acaso algún vestigio
de todo aquello en la zona? Pues bien, en esta y otra entrada futura vamos a
revelar los sorprendentes datos que pudimos descubrir acerca de una empresa
vitivinícola desaparecida hace más de cien años, cuya ubicación, envergadura
productiva e importancia comercial la llevan a ser, con toda seguridad, un caso
único en la historia de la ciudad porteña.


El propietario de la firma era don Santiago Rolleri
(1829-1916), nacido en Frascati, Italia, conocido vecino de Caballito, empresario, comerciante, quintero y uno de los fundadores del Mercado de Abasto
en 1889, así como el primer arrendatario del Mercado del Plata. También tenía
experiencia en el ramo de la importación de bebidas, lo que le otorgaba un
vasto conocimiento en la materia (2). La descripción técnica del establecimiento, fundado en 1860,
nos dice que la quinta mide catorce
cuadras de extensión, toda sembrada de viñas (…) Cuatro son los tipos de
uva, que llevan nombres de argentinos
ilustres dados por sus propietarios. La primera, blanca, llámase Rivadavia, y
la negra, de tres clases: una San Martín, otra Lavalle y otra Belgrano. (3)
Todos estos tipos de uva han sido
obtenidos por injertos ingeniosos, invención del señor Santiago Rolleri padre (4).
El informe sigue después por la bodega: vimos
cinco grandes cisternas o depósitos de la capacidad de 200 bordalesas cada uno (5). En el piso bajo observamos siete grandes
pipas de 80 a 150 bordalesas (6), llenas
de vino listo para la venta. En el piso primero, a la derecha, anotamos 14
pipas de 6.000 litros cada una, y a la izquierda, seis tinas de 90 bordalesas,
todas llenas del conocido vino “Locomotora”. Seguidamente, los cronistas
señalan que en un galpón aparte está
instalada la sección tonelería, donde se fabrican y refaccionan los envases (…)
Veinte son los peones ocupados todo el año, exceptuando la época de la
vendimia, en el que aumenta el número de aquellos. Y finalizan: los vinos del señor Rolleri tiene gran
salida en el Rosario, Córdoba, Paraná y Tucumán. Todo esto proviene de la
edición 1895, a lo que se suman algunos datos de la edición 1893, que nos
brinda ciertos guarismos muy interesantes: la producción anual de uva era de
240.000 kilos (equivalente a unos 170.000 litros de vino) y la venta mensual de
1.500 bordalesas, o sea, unos 337.500 litros por mes, lo que hace algo más de
4.000.000 de litros al año.

La suma de las
vasijas vinarias señaladas en la crónica da un total de 603.750 litros, que
pasaremos a 600.000 para redondear. Ahora bien, si combinamos todos los datos antedichos
nos quedan los siguientes números, que a primera vista parecen muy extraños.
Producción anual con uva propia: 170.000
Capacidad total de la bodega: 600.000
Venta anual: 4.000.000
¿Cómo se explican semejantes
discordancias? Hay que tener cuidado, porque no todo lo que parece absurdo termina
siéndolo. Las dos primeras cifras, por ejemplo, son muy lógicas, y resulta
normal poseer una capacidad que triplique la propia producción anual. La
mayoría de las bodegas tiene esa relación, como mínimo, que incluso puede
llegar a ser mucho mayor (hasta diez veces), dado que es necesario contar con
cierta holgura al respecto, no sólo para poder efectuar las operaciones
rutinarias de trasiegos, rellenos y descubes, sino también en caso de tener de
guardar vinos por cuestiones comerciales, especulación de precios y otros
imprevistos de cualquier índole. Pero la venta anual sí parece fuera de lugar:
4.000.000 de litros contra 600.000 de capacidad. ¿Tiene sentido algo así? Por
supuesto que lo tiene, si nos atenemos al entorno industrial y comercial de
aquellos años. En esos días en que el transporte y la venta de vinos se hacían
mayoritariamente en barriles, era frecuente que las bodegas compraran vinos de
terceros para cortar con los propios. Además, Rolleri era un comerciante nato,
propietario y arrendatario de mercados, productor e importador de bebidas,
capaz de negociar, distribuir y despachar millones de litros de vino para la
sedienta población de aquel tiempo. Es altamente probable (diría casi seguro)
que el negocio “grande” no fuera la elaboración en sí misma, sino la compra de
vinos cuyanos para su reventa en Buenos Aires, casi sin pasar por su bodega.
Por eso, todo lo que describe la guía tiene
una lógica que cierra sin problemas. Los 4.000.000 de litros se refieren
a la venta total de la empresa, no a lo que salía desde su establecimiento.


Quedaba por resolver
el tema de la ubicación. Una búsqueda previa dio como resultado que Rolleri
tenía dos grandes quintas en Caballito, una al norte y otra al sur (7). Fui entonces al Archivo Histórico de la Ciudad
de Buenos Aires a buscar algún plano de la época (8). No me pudo ir mejor: en el Mapa Topográfico de la Ciudad de Buenos
Aires de 1895 pude corroborar claramente que aquel personaje contaba con
una propiedad en Caballito Norte, cuyas dimensiones calzaban perfectamente con
todos los datos volcados en la guía: más o menos 14 cuadras de extensión, tanto
si las tomamos como longitud del perímetro o como medida de superficie total
(9). La coincidencia se confirma con la producción de uva, ya que 240.000 kilos
(2.400 quintales) arrojan unos razonables 200 quintales por hectárea para 12 hectáreas netas de viña, previa exclusión de 2 hectáreas que sin dudas
estaban ocupadas por los edificios de la bodega y por las calles y senderos
internos. El mapa pequeño al principio de este párrafo (con el Norte arriba)
señala el emplazamiento exacto según la configuración urbana actual. Como
referencia, dibujé la vieja línea férrea
del FCO que atravesaba la quinta en su camino desde Caballito hasta Chacarita
por lo que hoy es la avenida Honorio Pueyrredón (10), así como los límites del
barrio en verde. Abajo está el mapa antiguo (con el Norte a la derecha), en el
que se aprecian las tres arterias que brindan sendos límites a la finca: Hidalgo al este,
Diaz Vélez y Gaona al norte (plasmadas ambas como “Camino de Gaona”) y Martín
de Gainza al oeste (llamada entonces “Camino al Caballito”). En el límite sur
no había todavía calles, pero sí una pequeña propiedad religiosa señalada con
una cruz y el número 96, correspondiente
al Convento de las Hermanas del Buen
Pastor. Veremos en la próxima entrada de esta serie que eso terminó siendo
muy bueno para mi investigación. También se pueden distinguir el ramal ferroviario
que mencioné antes y los nombres de antiguos propietarios a los que Rolleri
compró sus respectivas quintas: Francisco Blanco y Juan Malto.

No pasaré por alto un dato que me produjo la alegría de
encontrar coincidencias entre fuentes completamente independientes entre sí: el
vino “Locomotora” que menciona la reseña aparece en el libro de stock del
Ferrocarril Sud de 1898 que venimos analizando en distintas entradas desde hace
más de un año (ver entrada del 21/12/2012). En las confiterías y trenes de
aquella empresa se vendía suelto, en jarra, copa o vaso, aunque su
fraccionamiento original era en damajuanas de diez litros al precio de 4,50
cada una.

Caballito, tierra de uvas y de vinos. ¿Quién lo hubiera
pensado? Eso es lo lindo de la historia, que nunca está escrita del todo y que
jamás deja de asombrarnos. Así, la próxima vez que pase por la estatua del Cid
Campeador, recuerde que allí, hace algo más de 110 años, estaba ubicado el límite de un viñedo. Pero la cosa no
termina, ni mucho menos, ya que me quedaba un último interrogante por resolver:
¿quedaría algún vestigio físico de aquella rara y olvidada propiedad? Pues bien, no voy a decir que encontré una cepa centenaria en el fondo de una casa, ni
un pedazo de tonel enterrado. Pero al menos logré confirmar que existe, aún hoy,
cierto indicio muy claro de uno de los límites del viñedo de Rolleri (que no es
una calle), y bien visible. De ello hablaremos muy pronto, en la segunda y última entrada
sobre este tema.
CONTINUARÁ…
Notas:
(1) 1893 y 1895 son las ediciones asequibles en la
Biblioteca Nacional.
(2) Así lo confirma el siguiente aviso, aparecido en el
diario El Plata en Agosto de 1882.
Parece que Rolleri tenía algo de ferrófilo, si tenemos en cuenta que importaba
un cognac con la marca Ferro-Carril y
que luego bautizó a su vino Locomotora.

(3) Es muy difícil hacer conjeturas sobre la naturaleza de
tales variedades, pero aparentemente se trata de híbridos obtenidos por injerto
simple. Esa práctica era muy frecuente en aquellos años, cuando todavía no
había desparecido el desasosiego provocado por la peste de la filoxera, que destruyó buena parte del viñedo
europeo hacia 1870. Si tuviera que sostener una hipótesis al respecto, lo más
probable es que se tratase de híbridos entre variedades americanas tipo Isabella
(muy abundantes en la zona de Buenos Aires) y uvas francesas reconocidas,
como Malbec o Cabernet, traídas de Cuyo o de Europa. En su carácter de
productor y comerciante del ramo de las frutas y las bebidas, es evidente que
Rolleri sabía bastante de labores como esas y que podía acceder sin problemas a barbechos, semillas y demás
material vitícola de diferentes procedencias.

(4) La aclaración “padre” viene a colación de que sus hijos
Santiago y Vicente lo acompañaban en la conducción de la empresa, especialmente
en la sección administrativa, con oficinas en Lavalle 945.
(5) Se trata de un modo bien antiguo para medir la capacidad
de los grandes recipientes, que consistía en contar cuántos barriles de vino
podían contener. La bordalesa o bordelesa
fue siempre una vasija vinaria ampliamente extendida en todo el mundo, que tiene,
en promedio, 225 litros.
(6) En este caso tomé una media de 110 bordalesas para las
siete pipas.
(7) La propiedad de Caballito Sur quedó descartada por sus
dimensiones reducidas (alrededor de 9 hectáreas) y porque en el mapa de 1895 ya
aparecen abiertas las calles del trazado municipal en su interior. Tenía como
límites las actuales Av. La Plata, Juan Bautista Alberdi, Beauchef y Pedro
Goyena.
(8) Vaya mi agradecimiento a Patricia Frazzi, Daniel
Schavelzon y al personal de la mapoteca por la asistencia recibida.
(9) La cuadra es una antigua medida de longitud y
superficie, que en Argentina equivalía a 150 varas. La cuadra longitudinal mide
unos 130 metros, y la de superficie un
poquito más de una hectárea.
(10) Aquel ramal, que conectaba el FCO con el FCBAP, fue
clausurado y levantado en 1925.