La ciencia-ficción
argentina no existe. Esta frase, plasmada con cierto desaliento por Elvio Gandolfo en Los Universos Vislumbrados (1), hace alusión a la falta de un número suficiente de cultores que permita conformar
la existencia de un género literario nacional en el sentido amplio de la
palabra. Así ha sucedido con las letras patrias desde sus inicios, ya que nunca se mostraron (excepto honrosas excepciones) muy propensas a los relatos de
fantasía. Sin embargo, como dijimos, hay algunas singularidades que merecen ser
mencionadas, como el pequeño y añoso volumen titulado “Cuentos Fantásticos Argentinos” (2) que cierta vez tuve la
suerte de encontrar en una librería de viejo. En él se conjugan trabajos de
autores sumamente prestigiosos (Borges, Dabove, Bioy Casares, Lugones, Quiroga,
Hudson, Nalé Roxlo) con otros pertenecientes a la entonces “nueva generación”
de escritores locales, como el titulado Un
cuento de duendes, escrito por Leonardo Luis Castellani (1899-1981). El
ámbito en el que transcurre la historia de marras ya resulta común en nuestro
blog: un coche de pasajeros del antiguo Ferrocarril del Sud (3).
Es así que la protagonista relata una típica escena en este
tipo de narraciones cargadas de cierta pesadumbre, al decir que “venía de vuelta de Mar del Plata en
invierno, porque yo voy a Mar del Plata en invierno (…) El coche estaba vació,
el cielo estaba nublado y bajo; iba a llover. La pampa estaba mojada, las vacas
parecían estatuas de melancolía. Empezó a llover sin ruido alguno del cielo…y
yo vi un fantasma.” La charla sigue con cierta incredulidad de su
interlocutor, a lo que la mujer responde: “es
que no lo vi propiamente, sino que con el rabillo del ojo sentía que había una
persona sentada en el asiento de enfrente cada vez que no lo miraba (…) Cuando
lo miraba de frente (era el asiento número 13) no había nadie.” Finalmente,
el fantasma se dirige a la pobre y asustada dama en los términos más corteses: “señorita, el organdí rojo azafrán le va a
sentar muy bien. Si me permite, vea esta muestrita y dígame solamente qué le
parece”. Curiosa frase para un aparecido, que no era otra cosa que el ánima
en pena de… ¡un vendedor de telas!
Ahora bien, más allá de la fantasía, ¿sacó Castellani lo de la cerveza de algún dato fidedigno, o
fue sólo otro invento de su imaginación? Seguramente una mezcla de ambas cosas.
Para empezar, es correcta la posibilidad de bajarse en Temperley y beber algo
allí mismo, dado que en los años cuarenta era uno de los 15 puntos fijos del
FCS dotados de confitería (4). Sin embargo, nunca existió una fábrica de
cerveza en el barrio, pero sí algunos locales cercanos a la estación en
donde la servían muy bien, a los que, quizás, concurrió nuestro personaje en su
último día de vida terrenal. Veamos cuáles eran entonces los principales reductos
gastronómicos de la conocida y tranquila localidad del conurbano sur (5):
- El Ferroviario (bar,
restaurante y hotel sobre Meeks, enfrente de la plaza)
- El Americano (bar
y hotel en Meeks esquina Liniers)
- La Granja (hotel
y comedor en Meeks entre Avellaneda y Gral. Paz)
- Los Vascos (fonda
en Avellaneda entre la barrera y Meeks)
- Munich de Temperley (Avellaneda
y las vías, del lado oeste)
- La Munich
(distinta a la anterior, en 14 de Julio casi Brown, del lado este)
Por supuesto, todos se preguntarán qué fue de este pobre duende
digno de conmiseración. Por fortuna, la mujer le compró la pieza textil y su
alma pudo, al fin, quedar en libertad. La protagonista lo asevera con la
siguiente frase, casi al término del relato: “aunque tengo muchos vestidos, siempre los hago con organdí rojo
azafrán. Todavía me dura aquella pieza…”
Notas:
(1) Andrómeda, 1978
(2) Emecé, 1949
(3) Suponemos que el autor escribió el cuento algunos años
antes de su efectiva publicación, ya que en 1949 los ferrocarriles estaban
recientemente estatizados, y el Sud pasó a llamarse Roca.
(4) Las otras eran Ayacucho, Azul, Bahía Blanca,
Darragueira, Empalme Lobos, Galván, Ing. White, Las Flores, La Plata, Mar del
Plata, Olavarría, Plaza Constitución, Tandil y Tres Arroyos. La confitería de
Temperley situada en el actual andén 2, que entonces era el 4.
(5) Vaya mi agradecimiento a Jorge Ruffa, otrora vecino de
la zona, quien me brindó esos completos datos.
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