lunes, 4 de diciembre de 2017

Las galletas náufragas del María Parera

En octubre de 2015, una galleta procedente del Titanic fue subastada y vendida en Londres por valor de 15.000 libras esterlinas (alrededor de 23.000 dólares). La bien estimada pieza provenía de la ración de supervivencia correspondiente a uno de los botes salvavidas hechos al mar durante el desafortunado naufragio, y su estado luego de ciento tres años era verdaderamente notable. Fue fabricada por la casa Spillers & Bakers de Cardiff (Gales), subsidiaria de la antigua empresa Spillers, que llegó a contar con numerosas plantas en distintos puntos de Gran Bretaña (1). Desde luego, el acontecimiento tuvo una enorme y comprensible repercusión mediática mundial acorde a la celebridad histórica de la desdichada embarcación. Pues bien, hoy vamos a conocer un caso bastante parecido (aunque nada luctuoso) ocurrido en la Argentina hacia el año 1926, involucrando galletas muy similares por tipo y origen. Y lo mejor de todo es que tales ejemplares se encuentran en perfecto estado, preservados y exhibidos en un bonito museo de acceso público y gratuito.


El hecho tuvo lugar el 30 de junio de 1926 en inmediaciones del río Paraná de Las Palmas, más concretamente sobre el lugar conocido en la jerga náutica como Vuelta de Varadero. Las embarcaciones involucradas fueron el “ferrobarco” (2) María Parera y su similar Lucía Carbó, ambos pertenecientes al Ferrocarril Entre Ríos, empresa privada de capitales extranjeros encargada de operar una amplia red mesopotámica.  Debido a que en ese entonces no existía el complejo conocido como Zárate - Brazo  Largo (o sea, no había puentes), la firma en cuestión se ocupaba también de transportar los convoyes ferroviarios entre los puertos de Zárate e Ibicuy. El accidente ocurrió cuando los dos buques, que navegaban en sentido contrario, chocaron súbitamente (3). La niebla fue la causa principal del siniestro, sumada a la corriente  y a una velocidad de navegación algo excedida. El María Parera se llevó la peor parte, pues terminó hundiéndose en alrededor de quince minutos sin mayores consecuencias para su tripulación de 42 hombres (sólo 3 heridos leves), que pudo ser evacuada en su totalidad. Providencialmente el buque no cargaba en ese viaje coches de pasajeros sino vagones vacíos del tipo jaulas para hacienda.


Por reglamentaciones de la época, cada bote salvavidas dispuesto en los buques de navegación marítima o fluvial contaba con equipos de supervivencia que incluían un botiquín de primeros auxilios y algunas raciones alimenticias. Las galletas de Spillers eran muy usadas por sus características óptimas para ese fin. Entre otras virtudes, su extrema sequedad las hacía bastante duras pero también les otorgaba un período de vida útil muy prolongado, que podía llegar a varios meses. Sus dimensiones estaban fuera de los parámetros convencionales: aunque las imágenes obtenidas para esta entrada no lo hacen evidente, tienen ocho centímetros de lado y casi un centímetro de espesor. Se trata de un comestible tosco, parco y nada sabroso, pero queda claro que la intención de tales kits era asegurar la vida de los náufragos por pocos días, como máximo, hasta su eventual rescate.


Las dos galletas del María Parera que aún se conservan llevan la leyenda Spillers – Ship  y fueron obtenidas en aquel incidente por su mismísimo comandante, el capitán Alfredo Fontana, quien las guardó como reliquias hasta su muerte, muchos años después. Luego pasaron a manos de un hermano, quien a su vez las obsequió al señor Felipe Bustos, socio del Ferroclub Argentino. Este último hizo lo mejor y más noble: las donó a dicha institución, que se ocupó de colocar los añejos especímenes en un habitáculo especial, incluyendo una breve reseña del hecho apreciable hoy en el museo del Centro de Preservación Lynch (4).


Un singular tipo de buque que ya no existe, un naufragio autóctono poco conocido y unas increíbles galletas que superan los noventa años de existencia. Curiosidades todas de las que nos gusta analizar aquí, en Consumos del Ayer.

Notas:

(1) Spillers fue fundada en 1829 y perduró como empresa independiente hasta 1997. Hacia finales del siglo XIX comenzó a especializarse en alimentos de larga durabilidad para raciones de guerra y supervivencia, así como también en el rubro de las viandas destinadas a mascotas y equinos. En sus buenos años logró expandirse y abrió plantas de fabricación en Londres, Cardiff y Bristol. El edificio de Cardiff subsiste  convertido en un loft de lujo.


(2) Con ese nombre se conocía popularmente a los equipos del tipo ferry diseñados para transportar trenes. Hasta comienzos del siglo XX los pasajeros, equipajes y mercaderías que viajaban por ferrocarril desde las provincias mesopotámicas hacia Buenos Aires o viceversa se veían obligados a cruzar el Paraná descendiendo de un primer tren, subiendo a un barco, descendiendo en la orilla opuesta y subiendo a un segundo tren que los conducía a destino. La llegada de los ferrobarcos permitió que los convoyes hicieran el viaje de punta a punta sin necesidad de trasbordos, más allá del lógico embarque y desembarco de locomotoras, coches y vagones. Todo llegó a su fin en 1977, cuando se inauguró el complejo ferrovial Zárate Brazo Largo.


(3) En el excelente sitio de Histarmar se encuentra la crónica detallada del suceso:  http://www.histarmar.com.ar/BuquesMercantes/Ferrobarcos/Choque.htm
(4) Por ubicación y demás datos, este es el link: http://www.ferroclub.org.ar/cdp_lynch.html