No por nada tienen tanto éxito los libros Guiness o el legendario programa de
Ripley, Believe or not. La fórmula de
lo insólito, de lo raro, de lo fabuloso, cuenta siempre con una legión de seguidores incondicionales. Ocurre que la capacidad de sorpresa nunca se pierde
del todo (aunque a veces se afirme lo contrario) y constituye una sensación
irresistible. ¿Qué objeto tendría la vida si no quedara nada por lo cual maravillarse? Por ese motivo, no
existe quien no sienta la piel de
gallina cuando se enfrenta a portentos naturales o artificiales tales como la
Gran Muralla, las cataratas del Iguazú, las pirámides de Gizeh o el glaciar
Perito Moreno. Pero el asombro por lo curioso no se agota en los extremos
superlativos; no siempre son las cosas enormes y colosales las que producen
maravilla. También hay historias más pequeñas, curiosidades localizadas,
singularidades tan dignas de ser descubiertas y conocidas como las más
impresionantes por su envergadura física. Con esa filosofía, repasaremos en esta entrada la existencia de dos “maravillas” históricas de los tiempos de oro
de la industria del vino cuyano. La primera merece tal calificativo por su
tamaño; la segunda, por su antigüedad.
Veamos el primer caso. Durante las décadas de apogeo de los
grandes contenedores de roble, era frecuente que cada establecimiento acreditara un alto porcentaje de su capacidad conformado por recipientes de ese
material. La bodega Santa Ana llegó a
disponer de 222 vasijas de madera, entre cubas, fudres y toneles, que sumaban
poco menos de siete millones y medio de litros; casi el sesenta por ciento de
la capacidad total de la bodega. Pero una de aquellas piezas se destacaba
netamente del resto: la gran cuba de 300.000 litros, señalada como la mayor de
América. Semejante portento del añejamiento vinícola fue construido en el año
1920 por artesanos especializados contratados y traídos desde Francia. Por
supuesto, las duelas, los flejes y todo el material necesario fueron importados
desde el país galo, quedando el armado final a cargo de los destacados técnicos
foráneos. Durante muchos años circuló por la empresa una foto del almuerzo
previo a la terminación del trabajo, que demandó varias semanas. En ella se
podía ver, a través de la última y angosta sección de duelas que faltaba
completar, una mesa situada en el interior de la cuba y a los operarios
disfrutando en ella de su comida. Aunque ya no se usa, la gran pieza permanece
intacta en su lugar de emplazamiento original, al igual que buena parte de sus
hermanas menores
Ahora analicemos el segundo. Muchos saben que la bodega
González Videla es la más antigua de Mendoza aún en pie, y una de las más
longevas de nuestra patria. Construida en Panqueua en 1856, permanece todavía
en manos de su familia fundadora (otro récord). Se dice, entre otras cosas, que
las vides implantadas allí por Carlos González Pinto en sus inicios fueron
obtenidas directamente de manos del legendario Michel Pouget, introductor del
Malbec en Mendoza. Pero, aparte de la vejez (todo un dato de por sí), su mayor
curiosidad reside en que el mismo edificio permanece intacto luego de 153 años
y vaya a saber cuántos terremotos, especialmente el de 1861, que destruyó casi
todas las construcciones de la ciudad y sus alrededores. Los registros
históricos aseguran que fue utilizada como improvisado hospital luego que aquel
terrible sismo. Probablemente la suerte, o quizás un buen diseño, o ambas cosas
juntas, han hecho que todavía podamos visitar este establecimiento mitológico
de la industria del vino de Cuyo.
Las dos bodegas son visitables, así que ya se pueden hacer planes para el próximo paso por la
provincia cordillerana. Conocer estas rarezas es, en cierto modo, un tributo a
aquellos pioneros que fundaron una de las industrias más prósperas de la Argentina
durante los siglos XIX y XX.
Fenomenal
ResponderEliminarUn saludo
www.vinacoteka.com