La prosperidad argentina de antaño resultó ser un poderoso
imán para los europeos, no sólo como un buen motivo para vivir aquí sino
también para hacer jugosas inversiones. En ese contexto, no fueron pocos los
expertos extranjeros que llegaron para recorrer nuestros terruños vitivinícolas
durante la década de 1910, invitados por las autoridades del entonces
Ministerio de Agricultura de la Nación. Tales visitas (que no se volverían a
repetir en cantidad y calidad hasta la década de 1990) perseguían dos propósitos
perfectamente definidos: por un lado, asesorar a los productores locales sobre
aspectos técnicos y avances tecnológicos
en viticultura y enología; por otro, atraer capitales extranjeros hacia la
industria del vino local. Para cumplir con tan exigente tarea, los funcionarios
ministeriales no dudaron en contratar a algunas de las personalidades más
renombradas y eminentes de su tiempo. Uno de los especialistas que arribó a nuestro país
exactamente en 1910 fue el doctor J.A. Doleris, respetado académico y asesor del
ministerio agrícola francés. Posteriormente publicó un libro con énfasis
en el naciente valle del río Negro (región de la que se quedó prendado), aunque
en la obra pueden encontrarse consideraciones sumamente interesantes sobre la
actividad del vino argentino en general.
1908 161 66,4
1909 133 67,6
1910 199 63,4
Algunos años después, en 1916, un recorrido del mismo tipo fue efectuado por Louis Ravaz, profesor de viticultura y director de la Estación de Investigaciones Vitícolas de la Ecole Nationale d´Agriculture de Montpellier. En este caso no se trataba de un entendido, sino de un experto con todas las letras. Sus apreciaciones son básicamente similares a las de Doleris, pero los seis años transcurridos dejan entrever la existencia de una industria más afianzada, con mayor diversidad de buenas cepas (señala, por ejemplo, al Chardonnay de Mendoza, utilizado para blancos y espumantes), manejos agronómicos profesionales y vinificaciones bien llevadas de acuerdo a la tecnología de la época. Entre sus experiencias de viaje se destaca el inesperado periplo por varios terruños vitivinícolas que luego pasaron por un letargo de más de setenta años, e incluso por algunos que nunca más lograron resurgir. La situación en el Gran Buenos Aires, por ejemplo, era sumamente singular. La zona sur era la patria de la uva Isabella (variedad americana conocida popularmente como "chinche"), con numerosos productores que elaboraban y comercializaban exitosamente sus rústicos vinos. Entre otros, menciona al señor Caffeso, propietario 6 hectáreas en Temperley; a Gatti, ubicado en "Lomos de Tamera" (obviamente, Lomas de Zamora) y a Bodaracco, establecido en Bernal. En cambio, por la zona norte que rodea a la ciudad reinaban las variedades europeas y los vinos de buena calidad. La finca más detallada en el relato es la del señor Franklin, en Escobar, que producía un vino de Nebbiolo "realmente muy agradable" y otro dulce de Malvasía. Como dato no menor, esa eminencia mundial en viticultura aseguraba, en 1916, que "la cultura de la viña es posible en Buenos Aires, luchando fuerte contra las enfermedades criptogámicas", y que "debido al clima lluvioso, los vinos son muy finos pero poco alcohólicos". En su paso por Concordia, en el viñedo entrerriano (el cuarto del país por aquel tiempo), compara a la región con Bordeaux por su topografía y el color de la tierra. Su recorrido incluye varias bodegas, donde prueba los vinos obtenidos con Cabernet, Malbec, Tannat y Semillón, a los que califica como "muy buenos si se toman de inmediato, pero después de un tiempo se vuelven excelentes, límpidos y brillantes".
Más allá de las curiosidades localizadas, tanto Doleris como Ravaz coinciden en la descripción de una vitivinicultura pujante, prometedora, concentrada mayormente en Cuyo pero saludablemente extendida hacia otras provincias, sin monopolios ni prohibiciones. La enumeración de cepajes, manejos del viñedo y técnicas de vinificación no dejan dudas acerca de que la calidad era más valorada que el volumen, pero el crecimiento del consumo estaba empezando a cobrar peso. La historia posterior nos dice que el vino burdo, la cantidad sin calidad, los estiramientos desmedidos y los fraudes ganaron la batalla a partir de los años cincuenta, hasta que la última década del siglo XX volvió a cerrar el círculo de la historia, que siempre tiende a repetirse. Hay grandes diferencias entre las dos épocas, pero también hay muchos elementos comparables entre ese ayer y este hoy: el mismo espíritu emprendedor, el auge de la experimentación, la diversidad de uvas y el reconocimiento de los especialistas del primer mundo.
En distintos capítulos, el ilustre
personaje no deja de transmitir su asombro por la sanidad ecológica de nuestras
regiones, e incluso llega a mostrarse fastidiado por la falta de más vinos de
gran calidad. "Argentina no está produciendo todavía la calidad que podría
producir", asegura en un punto, a la vez que se lamenta por la dificultad
para probar vinos añejados, dado que "la del vino no es una industria de
lujo ni de exportación, sino de primera necesidad, y todo lo producido se bebe
rápidamente". Luego postula que la actividad se estaba proyectando con
acierto hacia el futuro, a pesar de esas imperfecciones coyunturales. Entre
otras cosas, no duda en señalar que "el viñedo argentino está en general
bien implantado, con los mejores cepajes de la Gironde, Bourgogne, España e
Italia". Algunos comentarios específicos merecen ser destacados y vistos
en perspectiva, cien años después. Por ejemplo, cuando afirma haber degustado
"excelentes vinos blancos de San Juan y de Salta de más de quince años,
que recuerdan al Jerez o a ciertos vinos de Hungría y Dalmacia, y aunque son
imposibles de adaptar a la comida, pueden ser indicados como vinos de
postre". Más adelante el autor relata su visita a la bodega de uno de los
productores más reconocidos y experimentados de Mendoza, donde logra probar
buenos vinos de Pinot, tanto tintos como blancos, pero sobre estos últimos
asegura lo siguiente: "se acercan bastante al Chablis, aunque con más
cuerpo y vinosidad".
Producción argentina e
importación de vinos en valor, período 1907 a 1910
(en millones de francos franceses)
Año
Producción
Importación
1907 110 62,81908 161 66,4
1909 133 67,6
1910 199 63,4
Algunos años después, en 1916, un recorrido del mismo tipo fue efectuado por Louis Ravaz, profesor de viticultura y director de la Estación de Investigaciones Vitícolas de la Ecole Nationale d´Agriculture de Montpellier. En este caso no se trataba de un entendido, sino de un experto con todas las letras. Sus apreciaciones son básicamente similares a las de Doleris, pero los seis años transcurridos dejan entrever la existencia de una industria más afianzada, con mayor diversidad de buenas cepas (señala, por ejemplo, al Chardonnay de Mendoza, utilizado para blancos y espumantes), manejos agronómicos profesionales y vinificaciones bien llevadas de acuerdo a la tecnología de la época. Entre sus experiencias de viaje se destaca el inesperado periplo por varios terruños vitivinícolas que luego pasaron por un letargo de más de setenta años, e incluso por algunos que nunca más lograron resurgir. La situación en el Gran Buenos Aires, por ejemplo, era sumamente singular. La zona sur era la patria de la uva Isabella (variedad americana conocida popularmente como "chinche"), con numerosos productores que elaboraban y comercializaban exitosamente sus rústicos vinos. Entre otros, menciona al señor Caffeso, propietario 6 hectáreas en Temperley; a Gatti, ubicado en "Lomos de Tamera" (obviamente, Lomas de Zamora) y a Bodaracco, establecido en Bernal. En cambio, por la zona norte que rodea a la ciudad reinaban las variedades europeas y los vinos de buena calidad. La finca más detallada en el relato es la del señor Franklin, en Escobar, que producía un vino de Nebbiolo "realmente muy agradable" y otro dulce de Malvasía. Como dato no menor, esa eminencia mundial en viticultura aseguraba, en 1916, que "la cultura de la viña es posible en Buenos Aires, luchando fuerte contra las enfermedades criptogámicas", y que "debido al clima lluvioso, los vinos son muy finos pero poco alcohólicos". En su paso por Concordia, en el viñedo entrerriano (el cuarto del país por aquel tiempo), compara a la región con Bordeaux por su topografía y el color de la tierra. Su recorrido incluye varias bodegas, donde prueba los vinos obtenidos con Cabernet, Malbec, Tannat y Semillón, a los que califica como "muy buenos si se toman de inmediato, pero después de un tiempo se vuelven excelentes, límpidos y brillantes".
Más allá de las curiosidades localizadas, tanto Doleris como Ravaz coinciden en la descripción de una vitivinicultura pujante, prometedora, concentrada mayormente en Cuyo pero saludablemente extendida hacia otras provincias, sin monopolios ni prohibiciones. La enumeración de cepajes, manejos del viñedo y técnicas de vinificación no dejan dudas acerca de que la calidad era más valorada que el volumen, pero el crecimiento del consumo estaba empezando a cobrar peso. La historia posterior nos dice que el vino burdo, la cantidad sin calidad, los estiramientos desmedidos y los fraudes ganaron la batalla a partir de los años cincuenta, hasta que la última década del siglo XX volvió a cerrar el círculo de la historia, que siempre tiende a repetirse. Hay grandes diferencias entre las dos épocas, pero también hay muchos elementos comparables entre ese ayer y este hoy: el mismo espíritu emprendedor, el auge de la experimentación, la diversidad de uvas y el reconocimiento de los especialistas del primer mundo.
Hola, alguien sabria decirme cual es el pais con mayor índice de Importación vino mundial de la historia?
ResponderEliminarHola, sinceramente no tengo ese dato, pero sospecho que debe ser Gran Bretaña. Creo que ningún otro país tiene una tradición histórica tan importante en la materia.
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