La avenida donde están
las agencias de loteo,los hoteles, los cafés,
donde nunca van de acuerdo
los que discuten sus cosas
andaluces, madrileños,
que la Avenida de Mayo
es como la casa de ellos.
En la actualidad,
tanto la vía en cuestión como varias de las calles adyacentes atesoran algunos
sitios emblemáticos de la tertulia y el buen comer porteño. En una selección de
comercios gastronómicos históricos que aún perduran, la delantera en cuanto a
longevidad, continuidad y fama es
llevada por el viejo pero siempre
vigente Café Tortoni. Siendo un punto
tan destacado de la urbe y un lugar turístico casi obligado, no entraremos en
demasiados detalles sobre sus características por ser datos fáciles de hallar
en cualquier publicación impresa o virtual sobre el tema. Digamos, simplemente,
que su inauguración se remonta al año 1858 en la esquina de Rivadavia y
Esmeralda (1), a manos de Monsieur Touan.
Alrededor de 1875 se mudó al local que conocemos, pero con entrada por
Rivadavia 826, ya que la Avenida de Mayo todavía estaba en la mente de
arquitectos visionarios. Con el tiempo, el Tortoni se convirtió en asiento de
la peña literaria y artística más importante de Buenos Aires, lo que le dio ese
espíritu tan particular que perdura en nuestros días y lo consagra como una
meca del turismo internacional. No menos laureles acredita Los
36 billares, un café que abrió sus
puertas de manera contemporánea a la gran calle ciudadana, en 1894. ¿Cuántas
historias habrán pasado (y seguirán pasando) entre sus mesas, sándwiches, cafés
y ginebras mediante?
Si hablamos de restaurantes, ya no queda ninguno de lo más viejos sobre la avenida misma (el legendario Pedemonte cerró tiempo atrás), pero sí en sus proximidades, más precisamente sobre la calle Salta. En la esquina con Hipólito Yrigoyen (NE) se encuentra uno de tales baluartes, inaugurado en 1908: se trata de El Globo, secular reducto de la culinaria ibérica con reminiscencias ítalo porteñas (2). Sus cantimpalos, tortillas, lenguas a la vinagreta, matambres a la portuguesa, cazuelas de mariscos, pescados y pucheros son preparaciones de contraseña entre los habitués que lo frecuentan. Justo enfrente, también haciendo esquina (NO), El Imparcial parece cumplir con los requisitos para ser considerado el restaurante más longevo de Buenos Aires. Los testimonios urbanos nos dicen que, en 1860, un español residente en nuestro país compró -por 521 pesos fuertes- el solar de ladrillos de la calle Victoria 322 (hoy Hipólito Yrigoyen, cambio de numeración de por medio) donde instaló un negocio de comidas bajo la denominación Fonda y Botellería, caracterizado por ofrecer la “clásica y suculenta comida española, y la más humilde y muy requerida cocina criolla".
Si hablamos de restaurantes, ya no queda ninguno de lo más viejos sobre la avenida misma (el legendario Pedemonte cerró tiempo atrás), pero sí en sus proximidades, más precisamente sobre la calle Salta. En la esquina con Hipólito Yrigoyen (NE) se encuentra uno de tales baluartes, inaugurado en 1908: se trata de El Globo, secular reducto de la culinaria ibérica con reminiscencias ítalo porteñas (2). Sus cantimpalos, tortillas, lenguas a la vinagreta, matambres a la portuguesa, cazuelas de mariscos, pescados y pucheros son preparaciones de contraseña entre los habitués que lo frecuentan. Justo enfrente, también haciendo esquina (NO), El Imparcial parece cumplir con los requisitos para ser considerado el restaurante más longevo de Buenos Aires. Los testimonios urbanos nos dicen que, en 1860, un español residente en nuestro país compró -por 521 pesos fuertes- el solar de ladrillos de la calle Victoria 322 (hoy Hipólito Yrigoyen, cambio de numeración de por medio) donde instaló un negocio de comidas bajo la denominación Fonda y Botellería, caracterizado por ofrecer la “clásica y suculenta comida española, y la más humilde y muy requerida cocina criolla".
Un poco más cerca en el tiempo encontramos El Hispano, cuya cronología apenas
cincuentenaria no lo hace menos
proverbial en términos gastronómicos. Allí, en el vértice SE de Salta y
Rivadavia, el comercio de marras ofrece una de esas completísimas cartas en las
que no falta ninguna de las viandas galaicas tan apreciadas por su
colectividad. Gambas al ajillo, pulpo a la gallega y paella a la valenciana
son, entre muchos otros, manjares que
han disfrutado varias generaciones de argentinos y extranjeros desde mediados
del siglo pasado. Junto con El Globo y El Imparcial, El Hispano compone un
recorrido obligado por la historia del barrio de Monserrat y, más específicamente,
de nuestra Avenida de Mayo.
En la próxima y última entrada de esta serie nos vamos a
referir a los costosos, exclusivos y elegantes hoteles que brillaron en esta
ilustre vía durante el período comprendido entre 1900 y 1930.
CONTINUARÁ…
Notas:
(1) El gran historiador Enrique Puccia solía referir que,
con anterioridad a esa fecha, existió un Café
Tortoni en la calle Defensa al 200, inaugurado por Oreste Tortoni. De todos modos, éste no tendría nada que ver con el
prestigioso comercio de nuestros días, designado así (según datos documentados
de la primitiva inauguración de Touan, en 1858) en homenaje a cierto
café de París.
(2) No quiero abundar en el tema, pero es necesario aclarar
que los restaurantes más tradicionales de Buenos Aires ofrecen una variedad de
comidas que muchos especialistas consideran, en su conjunto, un híbrido sin
personalidad. Personalmente, creo que después de cien años de vida de esa
“Torre de Babel” que mezcla elementos españoles, italianos, franceses y criollos, semejante menosprecio es un
grueso error. La gastronomía popular metropolitana de restaurantes, bodegones y cantinas tiene,
a mi entender, una personalidad propia
indiscutible. Algún día me referiré a la conjunción de elementos históricos que
dieron como resultado una tipicidad culinaria cosmopolita tan particular.
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