Los dilemas morales
en el ámbito familiar eran tema recurrente de las películas argentinas
durante las lejanas décadas de 1940 y 1950. En el caso del film “El mejor papá
del mundo” (1), la materia de marras tiene como eje central el vínculo entre un
prestigioso abogado personificado por el legendario Elías Alippi y su joven hijo, encarnado por el no menos
proverbial Angel Magaña. El muchacho, recientemente recibido de bachiller y dispuesto a seguir los pasos de su padre,
va descubriendo poco a poco el abismo existente entre la imagen idealizada que
tenía de su progenitor y la dura verdad, muy diferente a sus ilusiones. A
nuestros efectos prácticos, el mayor interés de la cinta no reside en la
trama sino en un par de fragmentos que
exponen muy bien algunas pretéritas costumbres practicadas en los hogares de la
alta sociedad porteña.
En líneas generales, este blog se inclina siempre por los hábitos de consumo del tipo masivo y
generalizado. Hoy, no obstante, vamos a hacer una excepción teniendo en cuenta las
invalorables imágenes que podemos observar en esta vieja obra del séptimo arte
patrio, que nos ponen frente ciertas conductas cuasi protocolares durante el
momento de la cena en lo que parece ser una gran mansión de la época. A poco de
finalizar sus estudios secundarios en un colegio de “pupilo”, el bisoño mozalbete regresa al lujoso caserón habitado por su padre viudo y algunos
sirvientes. La imagen del caso expone el casi estereotípico panorama de una
mesa enorme y alargada con dos únicos comensales ubicados en los extremos. La
araña colgando del techo y ciertos detalles de la ornamentación circundante nos
hablan de un lujo austero, sin demasiado oropel. Ambos protagonistas conversan
sobre diversas cuestiones mientras la cámara los enfoca sucesivamente entre silenciosos sorbidos
soperos y un metódico servicio del vino blanco en copas levemente oscurecidas y
decoradas. (2)
Desde el punto de vista de la veracidad cronológica, la
pregunta que uno se hace de inmediato es si tales costumbres eran auténticas, o
si sólo se trata de una deformación histórica ampliamente difundida por el
cine. Y la respuesta es contundente en favor del primer enunciado. En efecto, las familias pudientes de la primera mitad del siglo XX comían así de manera
habitual, con sirvientes, mesas alargadas y toda la ceremonia del caso (3). Si
el evento era de dos personas (por tradición, el matrimonio titular), éstas se
ubicaban en las puntas de la mesa. Llegado el caso de un mayor número (hijos,
familiares, huéspedes, invitados) se iban llenando las vacantes laterales, casi
siempre de acuerdo con un esquema preestablecido según la importancia, el sexo y la edad de los
mismos. Volviendo a nuestra pieza cinematográfica, el protocolo se rompe cuando
el joven Magaña dice: “viejo, esto no será
muy correcto, pero yo me mudo”. Acto seguido transporta todo su servicio de
mesa arrastrando el mantel individual hasta situarse a un costado de su padre,
tras lo cual solicita al empleado doméstico que los atiende: “Pedro, desde mañana me pone aquí el
cubierto”. El jefe de la casa lo respalda ordenando inmediata y
bondadosamente: “hágale caso” y el
enfoque continúa con lo que parece ser, por color y textura, una pieza de
pescado.
Pero no todo culmina allí, dado que el viejo mayordomo se
acerca a la mesa teléfono en mano (un
verdadero lujo si tenemos en cuenta que debía contar con largos cableados
transportables por toda la casa) a la voz de “señor, lo llaman por teléfono”. El prestigioso letrado contesta “haga servir el café en el escritorio” y
nos brinda la oportunidad de observar otra usanza masculina propia de aquel período en los
hogares solventes, que era hacer la sobremesa cafetera (generalmente con un
coñac u otra bebida alcohólica bajativa) en dependencias ajenas al comedor
propiamente dicho. La oficina en cuestión vuelve a mostrar al padre y el hijo
charlando entre bártulos y decoraciones de estereotipo al estilo de nutridas
bibliotecas y sólidas armaduras, café y habano mediante.
Hemos repasado así pretéritas modalidades
de consumo en un contexto social distinto pero igualmente estimable por
su validez histórica, y todo gracias a una antigua producción del celuloide
argentino.
Notas:
(1) Breve ficha técnica: “El mejor papá del mundo”.
Dirección: Francisco Mugica. Guión: Sixto Pondal Ríos y Carlos Olivari.
Intérpretes: Elías Alippi, Angel Magaña, Nury Montsé, Hugo Pimentel. Estrenada
el 14 de Mayo de 1941.
(2) En aquel tiempo, como mucha gente recuerda, el vino
blanco era servido en copas de cáliz color verde. Casi con seguridad, ese “oscurecimiento”
del cristal que se aprecia en la cinta blanco y negro responde precisamente a eso.
(2) El entorno puede parecer absolutamente irreal para las
progenies más jóvenes, ya que no son muchas las creaciones del cine
contemporáneo desarrolladas en semejantes ambientes. Las generaciones
intermedias argentinas a las que
pertenece el autor de este blog tuvieron una referencia paródica a mediados de
los años ochenta gracias al recordado sketch de Perkins, el mayordomo, protagonizado por Alberto Olmedo junto con
Susana Romero y Adrián Martel. Viendo hoy las imágenes respectivas se nota la
similitud entre la oportuna decoración utilizada en aquel exitoso cuadro
televisivo y las secuencias del viejo cine vernáculo: candelabros,
cortinados, etcétera.
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