En los tiempos en que fue definitivamente integrado a la
Capital Federal (1888), el partido de San José de Flores contaba con una amplia porción meridional de su territorio
compuesta por terrenos bajos y anegadizos, llamados “bañados”. Aunque la propiedad
catastral de las tierras estaba constituida oficialmente por grandes chacras, su renta agrícola o pecuaria
resultaba casi nula, al igual que la presencia de población estable. No fue
sino hasta la década de 1920 cuando el barrio conocido como Bajo Flores comenzó su urbanización, que
avanzó con bastante rapidez merced a los loteos tan comunes en aquel tiempo, donde muchos trabajadores conseguían el “terrenito” para construir la anhelada
casa propia. A ello contribuyó también el arribo de las líneas tranviarias 49 y
83 de la Compañía Anglo Argentina (inauguradas en 1913 y 1923, respectivamente), la apertura del importante
Hospital Parmenio Piñero en 1917 y la construcción de los barrios
habitacionales Varela y Bonorino hacia 1924 (1). Con todo eso
funcionando, no tardaron en llegar los comercios dedicados a diferentes ramos
relacionados con la alimentación y el esparcimiento, como son los del quehacer
gastronómico.
En una completa reseña histórica al respecto, el
historiador, “barriólogo” y especialista en San José de Flores, Ángel Prignano,
asegura que “ni bien las primeras casa de
chapa y madera asomaron en el horizonte del Bajo Flores, estos locales abrieron
sus puertas sobre el viejo camino al cementerio (hoy Avenida Varela) y la
Avenida Del Trabajo (primero Del Trabajo, luego Quirno Costa, luego nuevamente
Del Trabajo y hoy Eva Perón)”. La primacía cronológica parece estar en
manos de la originalmente llamada Pulpería
Don Tranquilo -que con los años y diversas administraciones pasó
sucesivamente por los bares El Colón de
Flores, Iglesias, Plus Ultra y Piñero-
sita
en el cruce de Varela y Asamblea, que atrajo parroquianos de todo el sudoeste porteño
hasta los años veinte. Su propietario fundador fue un tal Don Tranquilino, que le dio un nombre casi igual al comercio y vivió
una larga vida en la zona. Los cafés mencionados que le siguieron en la misma
ubicación supieron ser “cabeceras” de algunas líneas de colectivos como 160 (hoy 50) y 36, esta última diferente a la que hoy lleva su misma numeración. En
el caso de El Colón de Flores, se trataba de una sucursal del almacén homónimo (con bar anexo), cuyo letrero
anunciaba “conservas, vinos finos, licores extranjeros y del país, aceites y
legumbres de primera calidad”.
La lista de sitios dedicados al rubro continuaba con las
siguientes presencias:
- Bar Cedrón, en
la intersección de Varela y Del Trabajo. Sobre su vereda, en las décadas del 40 y 50, se podía apreciar uno de los surtidores de combustible que la empresa YPF tenía instalados en
diferentes puntos de la ciudad. Allí también había un poste que indicaba la salida de los micros que conducían a los aficionados hacia los hipódromos de Palermo
y san Isidro.
- Café, Bar y Restaurante
de Antonio Sonego, un ex empleado gastronómico independizado en 1927 para
instalar su propio local de almacén con restaurante
y despacho de bebidas. También allí (Del
Trabajo y Laguna) pararon algunas líneas de colectivos, como los de las
empresas Pergamino y Argentina.
- Bar El Orden, en
Del Trabajo y Carabobo, cuya existencia se remonta a 1910. Todavía existe, con
otro nombre y muy venido a menos.
- Bar Albéniz, en
Del Trabajo 2616. Fue, además de café, confitería, rotisería, comedor y
despacho de especialidades allo spiedo.
- Bar de Baldomero,
sobre la esquina NO de San Pedrito y Del Trabajo. Se dice que allí paraban los
recolectores de basura con sus chatas (2).
- Bar de Pérez (Del
Trabajo y Pergamino), dotado de glorieta a la calle y una sala donde se jugaba
a los naipes y se daba de comer. Su vida se extendió entre 1930 y 1945,
aproximadamente.
- Café, Bar y Billares
Americano, en Varela 1110. Tenía victrolera
y numerosas mesas para practicar el juego de su especialidad.
- Bar y Cervecería El
Fortín (Varela esquina Zuviría), donde despachaban cerveza tirada muy requerida por los vecinos. Bajó la
cortina en 1989 y luego fue demolido.
- Bar El Libertador, en
Varela 1592, frente al cementerio. Era visitado casi exclusivamente por el
personal que trabajaba en la necrópolis y sus adyacencias: floristas,
sepultureros, marmoleros, etcétera.
Para terminar, digamos que este último nexo entre la
gastronomía y el camposanto barrial tuvo su propio y singular personaje emblemático, conocido popularmente como El Lechuza. El notable de referencia solía acomodarse en la mesa de algún bar cercano con una copita de licor enfrente, durante horas, envuelto en el humo
de su cigarrillo. Siempre estaba atento a cierta señal que podía llegar desde
el Hospital Piñero, traducible en el deceso reciente de algún infortunado. Recibido el mensaje, abandonaba presuroso su escritorio y se acercaba a los compungidos deudos para ofrecerles
los servicios de alguna casa de sepelios, por los cuales (si se concretaban)
recibía una comisión.
Notas:
(1) Tales emprendimientos forman parte de un método
urbanístico bastante frecuente en Buenos Aires durante las primeras décadas del
siglo XX, que consistía en la construcción de viviendas “populares” con un tipo
de diseño que se desarrollaba verticalmente, ofreciendo comodidades más que
dignas sin abarcar mucho terreno. Otra característica típica era el emplazamiento de calles separadas por
escasos metros, lo que daba lugar a manzanas rectangulares y alargadas en
sentido norte-sur. Además de Varela y Bonorino, conjuntos similares de la misma
época son el Barrio Cafferata, en Parque Chacabuco, y el Barrio Segurola, en
Floresta. Actualmente estas bonitas casas han sido mayormente recicladas sin
respetar demasiado su estructura original, aunque hay excepciones.
(2) Por la topografía “deprimida” y el escaso valor de sus
tierras, el Bajo Flores sufrió siempre la presencia de vaciaderos y quemaderos
de basura, tanto legales como ilegales. Todavía hoy pesa sobre la barriada el
estigma de la pobreza y la marginalidad, especialmente en los sectores más
alejados lindantes con Villa Soldati.
Me gustó leerlo. Me encantan las historias del barrio de Flores.
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