Como todo conflicto bélico de gran envergadura, la Segunda
Guerra Mundial produjo severas distorsiones económicas globales que perduraron
luego de su finalización. En el caso argentino, la contienda volvió imposibles
muchas de las importaciones esenciales para el desenvolvimiento de la
infraestructura energética (kerosene, carbón), así como numerosos insumos básicos
de la industria y el transporte (metales, maquinarias, neumáticos) (1). No
fueron ajenos a este fenómeno algunos artículos de consumo humano, como ciertas
bebidas espirituosas que hasta entonces llegaban en grandes cantidades desde el
exterior, especialmente el whisky y el cognac. En este caso, la industria
nacional actuó rápidamente y creó en poco tiempo una verdadera legión de
productos alternativos llamados
genéricamente “licores”, secos o dulces, que actuaban como reemplazos más o
menos dignos de las etiquetas de ultramar.
Sin embargo, y a diferencia de lo sucedido con las
manufacturas industriales y los combustibles, la escasez de bebidas de origen
foráneo perduró casi treinta años por causa de las políticas económicas
proteccionistas que mantuvieron todos los gobiernos en los decenios siguientes.
Desde comienzos de la década de 1940 hasta fines de los años 1970, conseguir un
buen escocés, un cognac verdadero o un brandy auténtico solo podía lograrse pagando sumas enormes en el mercado formal o mediante el contrabando, que
ciertamente tuvo una de sus épocas de oro (2). En ese contexto fueron los
tiempos de lanzamiento y apogeo para
marcas argentinas como Boussac, Tres
Plumas y Cubana (Sello Verde y
Sello Rojo), así como cientos de otros rótulos menos famosos. Bien escasas son
las botellas de tales productos que aún se conservan, pero la suerte hizo que
Alberto De Niccolo, buen amigo del que apunta esta líneas, tuviera la gentileza
de poner a entera disposición de Consumos
del Ayer un original y raro grupo de cinco botellas cerradas altamente representativas
del período que nos ocupa. Y con ellas, desde luego, hicimos lo que siempre
hacemos: una completa y minuciosa degustación.
Según la excelente memoria de su afortunado propietario, todo el pelotón fue adquirido por él mismo durante el año 1985 en un antiguo
almacén llamado Don Antonio (actualmente desaparecido), que estaba situado sobre la
esquina de 24 de Mayo y Colombres, en la localidad bonaerense de Lomas de
Zamora. El datado de elaboración y fraccionamiento puede establecerse razonablemente
entre 1950 y 1967, con una lógica inclinación hacia los primeros años de ese
lapso en los envases tapados con corcho, una ubicación intermedia para los
tapones plásticos con vertedor y una fecha más cercana para la botella con tapa rosca metálica (en cada caso aclaramos el tipo de cierre utilizado). Sin más,
pasemos a descubrir los secretos escondidos en cada uno de estos notables
elixires del pasado.
Consular – Gran Licor de Sobremesa
Productor: Orandi y Massera
Ubicación. Lanús, PBA
Tapa: plástico blando con vertedor
Merma de líquido: nula
Graduación: s/d
Color dorado intenso. Aromas limpios de licor añejo, lo que
se confirma en el paladar merced a un gusto dulce moderado, untuoso, espeso,
con ciertos tonos de madera. Muy rico, de agradable final, sin defectos de
ninguna naturaleza.
Crouville – Licor de Sobrenesa
Productor: Viñedos y Bodegas El Globo
Ubicación: varias (3)
Tapa: plástico blando con vertedor
Merma de líquido: importante
Graduación: 39°
Color dorado pálido. Nariz profunda y envolvente pero a la
vez delicada, que remite a los mismos tonos de alcoholes añejos bien elaborados
y bien conservados a través del tiempo. Gusto abocado, con textura un poco más
fluida que el caso precedente.
Capitán de Castilla – Cordial
Productor: Capitán de Castilla Alonso Hnos.
Ubicación: Bernal, PBA
Tapa: corcho
Merma de líquido: leve
Graduación: 39°
Color ámbar pálido. Aromas melosos y confitados de buen
licor viejo, sin puntos extraños ni desagradables (ni siquiera olor a corcho,
un dato no menor luego de cincuenta años). Gusto rico y suave, dulce sin
excesos, delicado, el más ligero de todos.
Tres Cepas – Licor
Productor: Pedro Domecq Argentina
Ubicación: Prov. de Bs. As.
Tapa: rosca metálica
Merma de líquido: leve
Graduación: s/d
Color dorado pálido. Sus aromas recuerdan mucho al coñac
añejado en roble, con notas de cacao y vainilla. En la boca resulta muy
elegante, con cuerpo y presencia, parece un buen coñac pero más dulce. El mejor
en términos netamente cualitativos.
San Martín – Cocktail Dulce
Productor: E. Cusenier y Cía.
Ubicación: O’Brien 1202, CF
Tapa: plástico duro y corcho
Merma de líquido: muy importante
Graduación: 24°
Color “aleonado” intenso con reflejos marrones. Tanto en
color como en aroma sugiere un origen de base vínica, a diferencia de los
demás, de neta base alcoholera. Gusto al tono, bien dulce y poco alcohólico,
con dejos a licor de fruta y miel.
La cata se realizó uno por uno en copa especial para tal
fin, pero luego se conservó un poco de cada ejemplar en vasos individuales para
un repaso posterior. Todos lograron mantenerse en excelentes condiciones tras varias
horas excepto el Cocktail San Martín, que acusó algo de oxidación y nos
convenció sobre su origen a base de vino, tal vez un vino dulce encabezado a 24
grados. No obstante ello quedamos convencidos una vez más de la excelencia que
alcanzaba nuestra industria de bebidas en aquel ciclo de sustitución de
importaciones.
Concluimos otra degustación
histórica a la espera de una próxima, que llegará muy pronto.
Notas:
(1) Los muy memoriosos recuerdan bien las largas colas que
había que hacer entonces para conseguir kerosene, del cual se alimentaban mayormente las estufas, cocinas y calefones
hogareños. El carbón, fundamental para los ferrocarriles, debió ser reemplazado por leña de los tipos más diversos,
llegándose al caso extremo de utilizar el marlo de maíz para ese fin. Ante la
escasez de neumáticos importados y la falta aún de una producción local
suficiente, las cubiertas de los vehículos automovilísticos eran reparadas,
recapadas y recauchutadas decenas de veces. En Buenos Aires se ensayaron
alternativas que hoy adquieren categoría de curiosidades históricas, como la
adaptación de colectivos para circular por vías tranviarias. De ello dan fe muchas fotografías del período en cuestión.
(2) El padre del que suscribe no era contrabandista sino
chofer, pero allá por los años sesenta se ganaba un dinero extra con una camioneta
Chevrolet, sacando embarques clandestinos de cigarrillos y bebidas del Puerto
Madero y transportándolos a oscuros depósitos ubicados en los arrabales de la
ciudad. Esto se hacía, desde luego, con la plena complicidad de las autoridades
portuarias, aunque no fueron pocas las veces en que un error de horario o la
falta de aviso a la guardia de Prefectura produjeron cinematográficas persecuciones,
cuyo relato era escuchado con embelesada atención por el autor de este blog durante
su niñez. Por esa misma razón, el susodicho conductor se daba el lujo de fumar Benson & Hedges legítimos (que
recibía como parte de pago por el riesgoso servicio de “flete”) cuando casi
nadie lo hacía debido a su precio prohibitivo.
(3) En la etiqueta se declaran textualmente los siguientes
sitios: Chile 101, Bahía Blanca; Rodríguez Peña y San Lorenzo, Resistencia;
Alem y Laprida, Santa Fe.
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