Ya hemos señalado algunas veces que los registros relativos al consumo de alimentos y bebidas a finales del siglo XIX demuestran una activa importación desde Europa, con importante presencia de
productos de alta gama. En materia vinícola, ello suponía la introducción
constante de las mejores etiquetas francesas, españolas e italianas de la
época, además de un numeroso pelotón de vinos dulces, licorosos y
encabezados provenientes de Portugal y
Alemania. En semejante contexto, el auténtico Champagne constituía un consumo
muy importante en volumen, que a los ojos actuales impresiona por su variedad y
calidad. Muchas de las marcas favoritas entre las clases altas de entonces
todavía se cuentan entre las más aristocráticas del mundo (Pommery, Roederer,
Mumm, Veuve Clicquot), mientras que otras, destacadas en su tiempo, han
desaparecido (Duc de Montebello). El panorama de la importación no varió mucho
desde entonces hasta la crisis de 1930, con una interrupción durante la Primera
Guerra Mundial que hizo difícil la llegada de los embarques correspondientes.
En ese período, no fueron pocos los emprendedores argentinos que lograron compensar parte de la oferta con una
incipiente elaboración de espumantes nacionales, cuyo desarrollo había empezado
algunos años antes.
En efecto, los
indicios documentales indican que fueron Carlos Kalless y Luis Tirasso los
primeros en alcanzar el éxito en la materia. Kalless fue uno de los
primeros vinicultores especializados en elaborar y vender espumantes al estilo
"Champagne", aunque otros le asignan ese privilegio a un compatriota
suyo, el militar Juan Von Toll. De cualquier manera, el dueto mencionado en primer
término había fundado el establecimiento Santa Ana en 1891. Una publicación de
1910 describe el establecimiento
aludiendo a la “sección destinada al Champagne, que cuenta
con todos los elementos indispensables y personal técnico contratado
expresamente en el extranjero. Y luego continúa, refiriéndose a la bodega
en general: “de aquí salen los Medoc y
Sauternes argentinos, el Champagne mendocino y toda una colección de vinos
añejos de tipos superiores, como una revelación para este país". No
debe sorprender el uso indiscriminado de apelaciones foráneas, dado que era una
costumbre muy común en esos años, especialmente si tenemos en cuenta que un
porcentaje muy elevado de la población estaba constituido por extranjeros,
quienes no tenían otra manera de reconocer los tipos y variedades de vinos con
ciertas pretensiones de calidad.
Si bien en la década de 1920 continúa existiendo un consumo
alto con algunas importantes apariciones dentro segmento, (como el “Barón de Río Negro”, que llegó a
exportarse a Europa), ya se advierte una lenta declinación en términos de
prestigio y diversidad de etiquetas. Mientras permanece siendo un artículo
apreciado por el grupo económicamente dominante, el “champán” es mencionado en
los tangos como algo decadente, asociado a los cabarets y los sórdidos locales
nocturnos del ámbito prostibulario.
Entre las clases más bajas, la sidra (prácticamente desconocida en el país a
principios del siglo) iba ganando terreno como la bebida para las celebraciones
y los brindis. A principios de los cuarenta, algunas bodegas se lanzaron a
producir vinos gasificados dulces tintos y rosados para atraer a la numerosa
colectividad italiana. Con nombres de fantasía evocadores de similares de la
península (Gamba di Pernice, Nebbiolo,
Asti), estos productos lograron tener una buen suceso en su momento, pero
el ambiente de las burbujas no lograba despegar en estas latitudes australes
del mundo.
En el período de
la posguerra posterior a 1945, los vinos burbujeantes argentinos recobraron
algo de su antiguo ímpetu, tal cual lo demuestran viejas publicidades gráficas
de ese período (1). Sin embargo, el gran salto fue dado en 1960, cuando
la casa Möet & Chandon se instaló en Agrelo, Mendoza, para elaborar una
nueva línea de “champañas” que rápidamente ganaron mercado hasta liderarlo por completo a
mediados de los setenta. Finalizando el
decenio de 1980 fueron varias las bodegas mendocinas que empezaron a elaborar espumantes de
valores altos, lo cual tuvo su explosión hacia el 2000. Hoy, a poco más de un siglo
de las primeras burbujas argentinas, el mercado de vinos espumantes crece y se
diversifica. Tal vez así lo soñaron aquellos pioneros que realizaron las
primeras elaboraciones, en el amanecer de la industria del vino nacional.
Notas:
(1) Sobre el tema de las viejas publicidades de espumantes,
ver entrada del 9/5/2012 “Vinos en el recuerdo 1”
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