Dentro del amplio universo de productos históricos del
tabaco (cigarros, cigarrillos, pipa, rapé, para mascar), es indudable que los
puros tuvieron su momento de gloria en la segunda mitad del siglo XIX.
Prácticamente no había tipo o marca que no fuera importado desde su país de
origen o imitado por la manufactura argentina, lo cual tiene mucha lógica en
vista de la variopinta inmigración que llegaba a estas tierras. Eran tiempos en
los que se fumaba mucho, y ofrecer algún tipo nuevo, diferente o exótico de
cigarro aseguraba un suceso casi inmediato. Para otros empresarios del sector,
el negocio era importar o fabricar los módulos más reconocidos por los
inmigrantes en sus respectivas naciones. En cierta forma, la idea era
ofrecerles algo que les recordara a la madre patria, al igual que ocurría con
las bebidas y los alimentos. El caso de Italia es paradigmático, ya que sus
tres tipos de puros más célebres comenzaron a ser ingresados en el año 1861 y en poco tiempo constituyeron un éxito de ventas, primero entre los propios
peninsulares y luego entre los argentinos.
De aquellos tres cigarros famosos, hubo uno que se destacaba por su curiosa conformación: era el Brissago, también llamado Virginia o simplemente Cigarro de la paja. Este último calificativo provenía de la hebra de paja que lo atravesaba de lado a lado, empezando en la boquilla (hecha con el mismo material) y terminando en la otra punta del puro, cuyo formato era particularmente alargado y de calibre reducido. Por supuesto, la paja debía ser retirada antes del encendido, lo que liberaba un canal de aire en pleno corazón del cigarro. Se dice que esta conformación tan poco ortodoxa tuvo su origen con los aztecas, quienes acostumbraban a fumar las hojas de tabaco enrolladas en pequeñas cañas. De un modo u otro, lo cierto es que la fama del Brissago comenzó a partir de su fabricación en escala industrial, iniciada en Austria en 1844 y continuada en Suiza hacia 1847, precisamente en la localidad homónima del cantón de Tessin o Ticino, según se pronuncie en francés o italiano. De hecho, Austria y Suiza son los únicos dos países del mundo que continúan confeccionando y consumiendo el producto que nos ocupa. En cada uno, las costumbres han reforzado los respectivos nombres históricos: en Austria se lo llama Virginia, y en Suiza Brissago.
Si bien la celebridad de los cigarros suizos en nuestro país ya era importante, fue la influencia italiana la que llevó al puro “de la paja” hacia la consagración final entre los fumadores de la época. Recordemos que en el año 1866 culminó el proceso unificador de Italia mediante la incorporación del Véneto y la Lombardía, hasta entonces en poder de Austria. Por tal motivo, el Brissago era muy popular en la parte noreste del país, lo que tuvo su posterior correlato en la Argentina de las décadas siguientes (1). Para el período 1890-1895 (época de oro de la industria del puro nacional), los cigarros Brissagos eran importados desde la península y también elaborados en nuestro territorio por numerosas fábricas que empleaban personal especializado en esos artículos, llamados genéricamente “italianos” junto con los toscanos y los Cavour. Aquí era indistinto el uso de todas sus denominaciones, incluida la de “Brisago” -con una sola s- como lo testimonian muchos textos de entonces. Existían fábricas particularmente enfocadas en ese perfil de producción, como La Argentina y La Virginia, en Buenos Aires, La Suiza, en Rosario, y Miguel Campins, en Tucumán (2).
La excelencia de la manufactura tabacalera nacional era
motivo de crónicas y comentarios en diarios, revistas y guías industriales.
Sobre la fábrica La Argentina, un relato descriptivo de 1895 dice que “el cigarro italiano de la paja virginia elaborado por “La Argentina” se
expende en la plaza con marcas propias registradas, lo que le ha valido una
clientela numerosa y sólida…” Otro alude al establecimiento La Virginia y su espacioso salón “en el que numerosos operarios se están ocupando en la confección de
los cigarros de la paja y Cavours, que forman la especialidad de la casa y han
conquistado un merecido crédito por su exquisita elaboración” En la empresa
tucumana de Miguel Campins, mientras tanto, otra reseña indica que “64 mujeres se ocupan especialmente de la
elaboración de cigarros llamados de la paja”.
Podríamos seguir apuntando datos y referencias antiguas
sobre este curioso y olvidado artículo del buen fumar que fue tan popular en nuestra patria, pero
creo que lo visto es suficiente. Hoy, como dijimos, sólo es producido por un puñado
de pequeñas factorías austríacas y suizas.
Durante mucho tiempo pensé que nunca iba a poder probar nada por el
estilo, pero la buena fortuna me llevó de viaje por el centro de Europa hace
poco tiempo, casi sin quererlo, incluyendo un
paso rápido por el aeropuerto de Viena. Y allí, para mayor suerte aún,
encontré una nutrida tabaquería en la que pude hacerme de varias cajas de Virginia en diferentes versiones y
distintas marcas. De esos ejemplares hicimos una degustación, que volcaremos
aquí en la segunda y última entrada de esta serie.
CONTINUARÁ…
Notas:
(1) La popularidad de los cigarros finos y alargados en la
segunda mitad del siglo XIX, fueran Brissagos auténticos, imitaciones de ellos,
toscanos enteros o simplemente puros del estilo panetela (el formato clásico cubano más parecido), era muy marcada
no solamente en nuestro país. Muchas películas del género del western muestran a los personajes de la
época fumando puros con tales características, a los que se denominaba Virginia Cheroots. Esa recreación
histórica del antiguo oeste norteamericano es correcta y puede hacerse
extensiva a los cinco continentes, ya que la fama de la que hablamos abarcaba
Europa, América y todos los países con presencia cultural del Viejo Mundo.
(2) Sobre algunas de estas fábricas hemos hecho una
descripción detallada en el blog Tras las
huellas del toscano. A La Suiza podemos
encontrarla aquí mismo, en una entrada del 3/12/2012.
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