A partir de la
inauguración del primer ferrocarril argentino, el 30 de agosto de 1857, se produjo en nuestro país una enorme transformación. Este novedoso sistema de
transporte a vapor acortó las distancias y abarató los costos de producción, consolidando la expansión de la economía. Algunas décadas más tarde, semejante adelanto logró generar el desarrollo de una industria pesada y hasta llegó a
consolidar cierta arquitectura industrial característica de barracas, galpones
y chimeneas. En los comienzos del siglo XX el ferrocarril era tecnología de
punta, comparable con los vuelos espaciales de hoy. Sin embargo, por detrás de
estas profundas modificaciones, también se creó una nueva forma de trabajo.
Los miles de empleados ferroviarios
diseminados por todo nuestro territorio pasaron a constituir un gremio muy
apreciado por el resto de la sociedad. Maquinistas, guardas, jefes de estación,
auxiliares, mecánicos, cambistas y guardabarreras fueron, entre otros,
personajes típicos de las ciudades y los pueblos argentinos.
Juan Zibechi, maquinista del Ferrocarril Provincial de Buenos Aires (4), escribió en 1987 un
interesante artículo titulado “Pintura de un día de trabajo”. En él relata con
bastante detalle las alternativas de un
itinerario entre Carlos Beguerie y La Plata, comenzando en la temprana
madrugada de cierto día invernal de 1930 y culminando diez horas después. El
tiempo empleado en el viaje permite apreciar la lentitud habitual de los
cargueros regulares, ya que la distancia entre las dos estaciones señaladas no
supera los 130 kilómetros. El costado gastronómico del relato comienza de
entrada, cuando le comunican el servicio que debe tomar: “si se trata de un tren de carga, que empleará entre 10 y 12 horas, hay
que almorzar en el viaje. En tal caso habrá que comprar un asado, que se cocina
muy bien sobre el by pass de las locomotoras suecas. En cambio, si la
locomotora es alemana tipo Pacífico serie H, el asado debe ponerse en la batea.
Allí se asa bien, pero demora mucho” (5). Más adelante sentencia lo siguiente: “el personal de locomotoras, casi en su totalidad, se alimenta como los viejos
criollos: a mate amargo y churrasco”.
Tal menú de perfil gauchesco era muy frecuente por su simplicidad, pero no el único. Carlos
Ferreyra, otro maquinista de la vieja guardia que trabajó en el Ferrocarril
Roca entre 1954 y 1992, recuerda muy
bien la diversidad de vituallas que se preparaban en el horno de las
locomotoras a vapor cuando había tiempo para ello. A diferencia del sistema
anterior, esta segunda modalidad exigía que el tren estuviera detenido, dado
que era imprescindible forzar los gases tóxicos de la combustión hacia afuera
con el llamado “soplador” y abrir la tapa del horno. Luego de unos minutos y
con el aire limpio, podían verse los
ladrillos refractarios de la parte interna al rojo vivo. En otras palabras, un
lugar ideal para introducir espetones metálicos con bifes, asado, chorizos o
cualquier otra pieza cárnica imaginable. Aunque menos frecuente, no era raro
que allí también se cocinaran empanadas, panes y hasta pizzas, cambiando los
espetones por palas. Los reglamentos internos no prohibían específicamente ese
tipo de prácticas, siempre y cuando no afectaran la seguridad y el cumplimiento
del horario. Por ende, la cosa estaba librada a la creatividad y las
habilidades culinarias de cada trabajador ferroviario.
Desde luego que no habrán faltado los sándwiches o las
viandas traídas desde el hogar, sobre todo en los viajes rápidos sin espacio
para el relax. Pero no está de más recordar, también, las comidas elaboradas
por aquellos improvisados asadores y
cocineros del riel que surcaron nuestras vías.
Notas:
(1) Durante las primeras épocas, a ellos se sumaba el pasaleña, operario responsable de llevar
las piezas de leña desde el tender hasta el hogar de la locomotora. Su labor se
volvió obsoleta con el posterior uso del carbón y los combustibles líquidos.
(2) Las “necesidades del servicio” implican diversas velocidades y requerimientos de
tracción. La caldera debía funcionar a máxima potencia durante los tramos
largos a mayores velocidades, o cuando la formación era pesada, como en el caso
de los trenes de carga. Pero en ocasión de velocidades moderadas, trenes
livianos, tramos cortos entre estaciones o paradas prolongadas, la presión
necesaria era mucho menor. El foguista era el encargado de regular dicho
parámetro de acuerdo con esas alternativas comunes a cualquier viaje, tratando
de utilizar racionalmente el agua y el combustible.
(3) Los trenes cargueros más lentos eran aquellos que
llevaban mercaderías como cereal, minerales y leña. Otros debían desarrollar
mayor velocidad y contaban con un horario ajustado por la característica
perecedera de su carga: frutas, leche o aves. Los trenes de hacienda también
tenían un horario rápido y exigente, ya que los animales perdían peso durante
el viaje. Recordemos que la mayor parte de la red ferroviaria nacional era de
vía sencilla, es decir, una sola vía con doble sentido de circulación. Para el
cruce de trenes se recurría a las vías auxiliares dispuestas en todas las
estaciones, donde una formación aguardaba el paso de otra. Los puntos de cruce
y las prioridades de paso ya estaban
establecidos en los horarios internos del ferrocarril. Los trenes de
pasajeros contaban siempre con prioridad, y el horario de los cargueros se
determinaba, como señalamos, de acuerdo a su carga.
Les agradezco por traer a nuestro presente parte de la historia de nuestro país.
ResponderEliminarEl motivo que me impulsó a escribir este mensaje es el siguiente:
hace muchos años llegó a mis manos un libro de Juan Zibechi (maquinista del ferrocarril de Bs. As.) que tiene por título Rosas del Ocaso. Lo he extraviado y me agradaría tenerlo nuevamente.
de ser posible, me informaran donde podría conseguir una copia del mismo.
Desde ya, muchas gracias.
Hola , soy la nieta de Juan Zibechi, no lo escribió en 1987 , porque el falleció en 1976 un abrazo y mil bendiciones por traer este recuerdo, que recién hoy descubro.
ResponderEliminarEn estos días acabo de encontrar un ejemplar de Rosas del Ocaso, de su autora. El libro perteneció a mi abuelo. Con él descubrí su lado romántico!!! Me puse a googlear y encontré este artículo. Es muy probable que se hayan tratado. Gracias!
ResponderEliminarAutoría
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