Sabemos que al filo del cambio de siglo XIX al XX existía en
Caballito Norte una bodega con viñedos propios que cubrían aproximadamente
catorce manzanas. Sabemos también que el negocio de su propietario, Don Santiago
Rolleri, iba mucho más allá de la simple elaboración e incluía la distribución
de vinos cuyanos y la importación de productos europeos. El susodicho personaje
era, además, un actor de preponderancia en la comercialización de los mercados
más destacados de la época: el Mercado de
Abasto (del que fue fundador) y el Mercado
del Plata. Semejante “combo” de actividades le permitía un amplio margen de
acción en su establecimiento y no hay dudas de que la mayor parte de las ventas
vínicas declaradas por su empresa (que alcanzaban los 4.000.000 de litros
anuales, frente a una vinificación con uva propia de apenas 170.000 litros)
estaba compuesta por cortes entre vinos propios, vinos nacionales de otros
orígenes y vinos importados. De ese modo, Rolleri tenía un papel destacado en
el dinámico y variopinto comercio de bebidas de su tiempo, además de contar con
la popular marca “Locomotora”, como hemos visto en la primera entrada de este
tema subida el 19 de Mayo pasado.
En esa oportunidad nos preguntamos si quedarían vestigios físicos
visibles de todo aquello, y anticipamos algo sobre una propiedad religiosa que
ya aparecía en el mapa topográfico de 1895: el Convento de las Hermanas del Buen Pastor. Pero antes de llegar a eso,
recordemos que la finca en cuestión tenía tres de sus límites marcados por
sendas calles que aún perduran: Díaz Vélez y Gaona al norte, Martín de Gainza
al oeste e Hidalgo al este. En el borde sur, en cambio, las arterias viales aún
no habían sido abiertas, y cuando así lo hicieron (en 1905) fue de manera
transversal a la antigua frontera del viñedo. Normalmente, los loteos se
realizaban mensurando y dividiendo terrenos
en forma de cuadrículas y rectángulos acordes al trazado municipal, que
corregían cualquier desviación anterior, dando lugar a la actual y algo
aburrida geometría típica de las manzanas porteñas. En otras palabras: las
divisiones de las viejas quintas desaparecían por completo. Pero hete aquí que,
para nuestra fortuna, las propiedades eclesiásticas nunca eran tocadas, por lo
que conservaban el formato original sin modificaciones. Mi modesto instinto de
investigador aficionado me llevó de inmediato a la manzana en la que aún
continúa emplazado aquel viejo convento, aunque ya no como tal, sino como
Parroquia, Colegio y Casa de Retiros Espirituales del Buen Pastor.
Tamañas sospechas se confirmaron mientras caminaba por la calle Méndez de
Andes, punto por el que se dirigía la frontera sur de la viña en su camino
desde (según la configuración actual) Martín de Gainza y Felipe Vallese hasta
Aranguren e Hidalgo, cortando cuatro manzanas en forma diagonal, como se
distingue en el mapa anterior a este párrafo (la parte bordeada en rojo
corresponde al convento). Precisamente, en la cuadra de Méndez de Andes al 600 es
donde la chacra vitícola limitaba con el monasterio de marras, cuyas
edificaciones más longevas datan de 1894. Fue así que pude ver a simple
vista lo que intuía de antemano:
una pared que llega desde la mitad de la
manzana hasta la vereda de modo insólitamente oblicuo, como testimonio bien
claro de que su disposición es anterior a los loteos efectuados en los primeros
años del siglo XX. Nadie en su sano juicio dividía los terrenos con extrañas
diagonales que terminaban generando triángulos molestos y de poca utilidad, a
no ser que tratara de propiedades preexistentes con derechos muy difíciles de
cuestionar o de adquirir mediante negociaciones, como los que tiene,
precisamente, la Iglesia Católica.
Una búsqueda posterior en las excelentes imágenes
satelitales de Google Map corroboró
mis conclusiones de campo con precisión todavía mayor. Las fotos de arriba y
abajo no dejan dudas, ya que hablan por
sí solas. En la más alejada marqué en amarillo la dirección de la calle y en
verde la orientación discordante que exhibe la pared posterior del convento,
que no es otra cosa que la vieja línea divisoria entre éste y el viñedo de
Rolleri.
Veamos ahora una foto satelital de mayor altura junto con el
mapa de 1895, como para aclarar el asunto por completo. En el vértice superior
derecho de la imagen moderna se aprecia un pedacito referencial del Parque
Centenario, distante pocas cuadras del lugar de nuestro interés. También,
comparando ambos mapas, se percibe sin inconvenientes la avenida Honorio
Pueyrredón de nuestros días como notable cicatriz de la antigua vía de
ferrocarril que corría por allí en 1895. Está visto y comprobado: la ciudad de
Buenos Aires (como tantos otros lugares de nuestro bello país) esconde algunos
secretos del pasado que están allí, a la vista de todos, esperando ser
descubiertos.
Para terminar, ¿cómo se vería el viñedo de Don Santiago
Rolleri recortado contra la pared posterior del convento a fines del siglo XIX?
Pues bien: no tenemos imágenes de ello, pero me permití realizar una recreación
libre a partir de cierta foto que tomé en el lugar, y que luego modifiqué con
mis toscos y primitivos conocimientos sobre edición digital para acercarla a un hipotético panorama de antaño.
Así finalizamos el repaso de tan curiosa historia vitivinícola porteña, con sendas
postales de aquel lugar que supo ser límite entre viña y templo en versiones de
hoy y de ayer, es decir, 2013 y 1895. Esta última, desde luego, meramente
imaginaria.
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