Desde el punto de vista del consumo
histórico de tabacos en la Argentina, el
toscano no fue un producto como cualquier otro. Por el contrario, bien puede
decirse que fue “el cigarro” nacional por excelencia durante más de un siglo.
En diferentes épocas, y dependiendo de diversas coyunturas económicas y
sociales (las guerras europeas, las trabas a la importación, los vaivenes de la
industria, etc.) otros puros como el habano, el brasilero, el paraguayo o el
suizo tuvieron altibajos que los llevaron
alternadamente del éxito a la virtual
desaparición del mercado. Pero los toscanos estuvieron siempre presentes,
gracias al trabajo de varias fábricas que no paralizaron su producción
a pesar de los avatares propios y ajenos. Una
de ellas, la
Società Anonima Tabacchi Italiani (1), llegó a manufacturar millones de unidades que hicieron las delicias del fumador local durante al
menos tres décadas. Sus marcas son verdaderas “figuritas difíciles” entre
aficionados y coleccionistas del género, ya que la temprana desaparición de la
factoría en 1958 dejó muy pocas huellas de su existencia anterior. Por suerte,
en uno de esos días afortunados que toda persona tiene alguna vez, el que
suscribe pudo dar con un par de cajas de viejos, raros, genuinos y formidables
toscanos Regia del establecimiento en
cuestión (2), fechados entre 1943 y 1950 (3).
Nuevamente
convocamos al team de degustación de Consumos del Ayer, compuesto por el
paladar de Enrique Devito y las fotografías de Augusto Foix. Con ellos
iniciamos el ritual de apertura de la caja de cuatro medios toscanos, los que
se encontraban en un estado que puede calificarse como impecable, no obstante
las evidencias propias del tiempo prolongado de guarda y los vestigios de
aquella noble manufactura a mano que generaba cigarros de formato irregular.
Los prototipos a catar se veían íntegros, sin roturas ni mellas en la capa, bien
secos (como sucede con el auténtico toscano italiano) y compactos al tacto. Para su encendido recurrimos a fósforos
comunes, tal como lo hacían los simples consumidores de hace setenta años.
Hasta allí todo se desarrolló con normalidad, tras lo cual nos sumergimos en el
análisis de los aromas y sabores producidos en combustión por tan singulares
modelos del tabaco antiguo.
Casi en la primera
bocanada de humo comenzamos a detectar ese perfil aromático evocador y
característico del tabaco que poblaba los bares y cafés de barrio hasta la
década del sesenta: un olor pleno, envolvente, con notas vinculadas al café
tostado, las especias y los ahumados. Pero lo más llamativo resultó ser el
poderoso carácter mineral que se fue desarrollando y que no se detuvo hasta el
final de la jornada. Semejante matiz parecido al grafito (que no habíamos
encontrado con tanta intensidad en los Avanti)
nos recordó mucho al vero toscano peninsular,
dándonos la sospecha de que la SATI se acercaba a la fórmula original de Italia
más que ninguna otra fábrica toscanera argentina de la época (4), algo muy
lógico si tenemos en cuenta que era un
establecimiento del gobierno de ese país, con directores y jefes de producción
de la misma nacionalidad. En líneas
generales, los puros evaluados se manifestaron potentes y terrosos, rústicos (como todo buen toscano que se
precie) pero para nada verdes ni herbáceos. La evolución de la ceniza resultó
más que satisfactoria, sin desprendimientos prematuros.
Terminamos nuestra
labor muy complacidos pero con muchos interrogantes, que tal vez el tiempo y la
investigación acaben de responder. Sabemos, por ejemplo, que los Regia estaban elaborados con una mezcla
de tabaco nacional e importado porque así lo declara el envase. También sabemos
que el tabaco nacional provenía de Misiones,
pero ¿desde dónde llegaba el importado? La hipótesis más simple es la
del origen itálico, aunque el contexto internacional de la década de 1940 lo vuelve poco probable por las severas
dificultades para la importación de productos europeos durante la guerra y la
inmediata posguerra. Asimismo nos preguntamos si estos Regia ítalo argentinos (5) eran un complemento de los auténticos
toscanos del Viejo Mundo que importaba la SATI, o un
sustituto forzado por los acontecimientos
bélicos que hacían imposible la llegada de los embarques correspondientes. En
fin, misterios que quedan en la bruma del pasado hasta que logremos
resolverlos. Mientras tanto nos preparamos para una próxima degustación, esta
vez de un “oporto” argentino de la vieja guardia: una marca casi mítica que
perduró en el mercado por más de ochenta años, pero que muy pocos conocen. Tan
rica es la historia de este producto que nos veremos obligados a presentarlo en
dos entradas, porque con una no alcanza. Todo ello…muy pronto.
Notas:
(1) La historia de
la marca fue reseñada en las entradas del
11/1 y 17/2/2012.
(2) En este punto
debemos mencionar a Rubén “El Moro” de
Temperley, quien gentilmente accedió a contarnos algo sobre los artículos que
ofrecía a la venta. Según su relato, las cajas de toscanos fueron halladas en
el sótano de un antiguo almacén de esa localidad ubicada al sur de la Ciudad de Buenos Aires,
junto con barricas de vino (llenas), añosas botellas de gaseosas y cerveza, y
otras joyitas de las épocas pasadas.
(3) Ello surge de varios datos muy claros. El primero es la
estampilla fiscal con la indicación del decreto 38923/43, o sea del año 1943,
lo que nos dice que no pueden ser anteriores a la fecha
de promulgación de esa norma. Tampoco pueden ser
posteriores a 1950
porque a partir de
entonces fue obligatoria la leyenda “ley 11275” en todas las marquillas de
tabaco (como vimos en la degustación de
Avanti
hace muy poco), y ello no aparece en este caso. Finalmente, cuando esta
última inscripción comenzó a desaparecer de los envases, hacia fines de los
cincuenta, la SATI ya no existía como empresa. El precio también coincide con
el período de fechado: 35 centavos por cuatro medios toscanos es un valor
típico del decenio de 1940.
(4) El razonamiento es válido solo para el siglo XX. Existen
indicios de que en el
XIX
hubo
fábricas que producían toscanos respetando los procesos de elaboración
europeos, incluso recurriendo al ahumado del tabaco
con leña de ciertas especies de maderas
nobles. Una de esas firmas fue “La Argentina”, de Juan Otero, establecida en
1878 en el barrio porteño de Barracas. Algún día espero dedicar una entrada al
tema de la abundante oferta de puros de estilo europeo (toscanos, brisagos,
suizos, alemanes, hamburgueses, etc.) que existían en nuestro país hace ciento
veinte años, con detalles y estadísticas muy reveladoras del alto grado de
calidad que había alcanzado la industria tabacalera nacional. El tema fue
mencionado tangencialmente en las cuatro entradas de “La edad de oro de los
puros argentinos” subidas entre octubre y diciembre del año pasado, pero tengo
la intención de profundizarlo a la brevedad.
(5) Por supuesto, nos referimos a “ítalo argentinos” por la
ascendencia de la fábrica y su estilo de producción, no por el blend de tabacos
que por ahora no podemos precisar de manera fehaciente.
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