El primer antecedente vernáculo con bases documentales data de 1907. Se trata de un aviso publicado en la prensa porteña anunciando la inauguración de un Bar Automat en la calle Bartolomé Mitre 463. Bajo la proclama de “¡La última palabra en lunch higiénico!”, el anuncio aseguraba que “el éxito obtenido en Europa (1) y muy especialmente en Alemania por las máquinas aplicadas al despacho automático en los bares ha sido consagrado en la Argentina (…) Nuestro Bar Automat, desde que abrió sus puertas, viene mereciendo la predilección del público…” Debieron pasar aún un par de decenios para que el asunto cobrara dimensiones de furor hasta proliferar por toda la ciudad de Buenos Aires con un espíritu común, pero con distintos métodos y formas de presentar esta festejada maravilla de la vida moderna.
El modo que logró mayor difusión fue el de los cilindros
abovedados de vidrio empotrados a la pared con estantes en su interior,
conteniendo cada uno un determinado tipo de alimento: sánguches de miga o pan
francés (desde fiambres y queso hasta milanesas o matambre), empanadas y
algunos postres: trozos de tortas, pasta frola, queso y dulce e incluso
panqueques de gustos varios.
Si se colocaba una moneda en la ranura del mecanismo (generalmente
de diez centavos), se accionaba una manivela y descendía el estante
correspondiente hasta una abertura inferior donde el cliente tomaba su
alimento. Para las bebidas existían dos sistemas: uno similar al mencionado, pero con botellas, y otro que se
servía de grifos expendedores de los diferentes líquidos en una medida previamente
establecida, equivalente a un único
modelo de vaso utilizado por el local. De tal manera se obtenían jugos,
refrescos como Bilz oPomona, vinos, cerveza e infusiones
calientes. Muy pronto la moda se hizo extensiva a las comidas
elaboradas y demandó nuevos procedimientos para que las viandas llegaran al
público sin desmerecer el concepto de “automático”. Rápidamente aparecieron
nuevas aberturas en los muros internos de los negocios del ramo dotadas de
puertas giratorias que se abrían luego del pago correspondiente. Cada una tenía
un letrero indicando el tipo de comida deseada, en general minutas de extrema
sencillez y preparación veloz: sopa de arroz o fideos, buseca, ravioles a la
manteca o “al jugo” (2), milanesa con fritas, asado de tira, arroz con carne,
pastel de carne, albóndigas y no mucho más.
Efectuado el pago, un empleado al otro lado de la pared (o sea una
cocina, obviamente), abría la puerta y entregaba la preparación elegida. Casi
siempre se comía “de parado” en mesas angostas adosadas a las paredes o dispuestas
en el centro del local.Hacia fines de la década de 1920 apareció una especialización dentro del rubro: los bares automáticos móviles o “rodantes”. Consistían en vehículos (pequeños ómnibus o camiones adaptados) con laterales que mostraban siete u ocho ventanillas similares a los que había en los establecimientos fijos. Dentro de la unidad, un par de empleados preparaban y despachaban a pedido alimentos sencillos al estilo de los que señalamos en el origen de la modalidad: sánguches, empanadas, bebidas y algunos postres. Estos comercios andariegos funcionaban casi siempre los fines de semana a la salida de hipódromos, canchas de futbol y otros lugares con gran concurrencia de gente. No obstante ello, fueron los primeros en desaparecer, tal vez a causa de representar un concepto demasiado avanzado para aquellos años.
Para terminar, elegimos la mención de este anuncio colocado estratégicamente dentro de un local de marras, según el relato memorioso del historiador Diego del Pino: “si usted coloca una moneda, aparecerá el plato solicitado. Pero si la moneda es falsa…aparecerá el dueño”
(2) Con ese eufemismo se denominaba a los ravioles apenas mojados por un tuco débil y acuoso.
Un poco anacrónico mi comentario, pero vaya mi felicitación al autor del post, que es un tema interesantísimo.
ResponderEliminarSaludos desde Cba.