Como toda compra realizada en la web, la primera verificación de rigor fue la concerniente a la autenticidad de los especímenes adquiridos. Una mirada rápida no dejó dudas al respecto: envase en buen estado pero con signos lógicos de la edad, cierre del paquete irreprochable y configuración de los toscanos que evidencia una manufactura totalmente a mano, por su formato troncocónico mucho más pronunciado que sus similares de hoy en día (es decir, más gruesos en el centro y muy “finitos” en las puntas, lo cual sólo se puede obtener de manera manual). Algunos otras características como la textura y cierto aroma “a viejo” del tabaco en crudo reforzaron nuestro completo convencimiento sobre la genuinidad de los que íbamos a probar. El corte al medio de uno de los cigarros (el paquete trae dos) para su consumo en la modalidad del mezzo toscano no presentó ningún tipo de problemas y dio una prueba más del excelente estado en que se encontraban los productos.
El encendido fue efectuado sin incidentes, y a partir de entonces nos dedicamos realmente a paladear con detenimiento estos arquetipos tabaqueros del siglo pasado. Una de las sorpresas iniciales fue el tiro perfecto hasta el final, firme y parejo, de combustión lenta, en coincidencia con la respuesta compacta (sin llegar a ser dura) de los toscanos a la presión de los dedos. Por su parte, el sabor del tabaco era lo que esperábamos, o incluso un poco mejor: rico, mineral, con cierto tono “añejo” difícil de definir pero muy evidente al momento de su percepción. Seguramente, a mediados del siglo pasado, había una mayor proporción de tabaco Kentucky en la composición de la mezcla, y aunque esto es sólo una conjetura, tiene un fuerte sustento documental que hemos analizado debidamente en las entradas correspondientes a la legendaria marca argentina que nos ocupa. Creemos, en definitiva, haber confirmado esa teoría mediante la degustación. Otra diferencia manifiesta respecto a sus similares actuales es la ausencia total de aromas y gustos “verdes” o herbáceos, ya que, por el contrario, la gama de sensaciones experimentadas estuvo completamente incluida dentro de los rasgos propios del tabaco maduro y bien estacionado.
No se puede dejar de señalar la notoria excelencia del armado
de los ejemplares que se practicaba en los buenos tiempos de la CIBA de Villa
Urquiza, no sólo porque soportaron óptimamente el paso de las décadas, sino por
la uniformidad y resistencia de la ceniza, que se mantuvo en su lugar por
muchos minutos sin el más mínimo desprendimiento. Podemos decir que concluimos
esta “fumata histórica” con una satisfacción por partida doble, que suma al
simple hecho de disfrutar unos míticos Avanti de la CIBA el beneplácito de
haberlos encontrado en tan buena condición. Para terminar, vale una aclaración respecto al título de
esta entrada. ¿Por qué hablamos de “últimos”? ¿Acaso porque descartamos volver
a probar otros ejemplares viejos en el futuro, o porque fueron los últimos que
se hicieron? En realidad, por ninguno de esos dos motivos. Lo de “últimos” viene a colación con la época que representan
estos increíbles puros de estilo italiano, allá en la década de 1950, cuando la
fábrica que los manufacturaba estaba a punto de abandonar su primitiva
ubicación y el consumo de cigarros
iniciaba una franca debacle. Son, al fin y al cabo, símbolos del final
de cierto modo de vivir que ya no existe, como extraños representantes de un
mundo desaparecido. Vaya suerte que tuvimos de probarlos…y vamos por más, puesto
que pronto seguiremos en el mismo camino con más degustaciones de tabacos y
bebidas del ayer. Así será.
(1) La historia de la marca fue repasada en las entradas del
8/11 y 8/12 de 2011.
(2) El “fechado” de los cigarros y cigarrillos argentinos
antiguos cuenta con accesorios del packaging
que facilitan esa tarea -como las estampillas fiscales, que casi siempre
ostentan alguna referencia de los numerosos decretos y leyes que reglamentaron
la actividad a través de los años-, con lo cual es posible ubicarlos cronológicamente
dentro de períodos relativamente cortos. A veces, como en este caso particular,
cierta leyenda impresa directamente en el envase resulta incontrovertible. La
frase “ley 11275”, por ejemplo, no deja dudas sobre la época de elaboración y
venta de los Avanti catados, puesto que tal inscripción fue obligatoria durante
los años 1950 a 1956, ciclo al que añadimos un par de años más como posibilidad
lógica de extensión de la costumbre o de
una eventual demora en llegar al consumidor final. El precio de venta al
público es otro indicio temporal de gran utilidad.
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