Francis Ignacio Rickard fue un militar e ingeniero inglés
cuyo trabajo abrió el camino para el desarrollo de la industria minera en
nuestro país. Radicado en Chile durante muchos años, pasó a la Argentina a
instancias del entonces gobernador de San Juan Domingo Faustino Sarmiento. Al
término de su tarea en esa provincia se trasladó a Buenos Aires, donde fue nombrado Inspector Nacional de Minas por el presidente Bartolomé Mitre. En los
años siguientes recorrió todo el país examinando los distritos más ricos en
minerales, trazando planos, relevando datos y recomendando a las autoridades la
adopción de normas que terminarían siendo la base de la actual legislación que
regula la actividad. Pero lo bueno es que Rickard era asimismo un viajero
despierto y observador con una gran capacidad para relatar sus vivencias. De
esas habilidades narrativas nació un libro publicado en Londres en 1863 bajo el
título Un viaje minero a través de los
Grandes Andes con exploraciones en los distritos mineros de las provincias de
San Juan y Mendoza y un viaje a través de las Pampas a Buenos Ayres, que la
posteridad abrevió acertadamente como “Viaje a través de los Andes”.
A los fines que nos interesan este espacio, el relato abunda
en detalles sobre las comidas y bebidas comunes en aquel tiempo, al menos en el
ámbito particular de una travesía bastante aventurada por comarcas salvajes y
vertiginosas. Desde el comienzo del periplo en Valparaíso hasta su llegada a la
Reina del Plata, el autor no cesa de
pormenorizar datos de tipo culinario. Para empezar, sugiere que las provisiones del viaje “pueden llevarse en una caja
provista de cerrojo”, y que ellas deben constar de “carne, papas, cebollas, pan, charqui o carne seca, arroz y grasa, todo
lo cual costará unos pocos dólares de plata. Para la comodidad personal, yo
recomendaría una provisión de té o café, y azúcar, con dos o tres botellas de
buen vino de oporto; este último es el único licor que puede recomendarse como
antídoto contra los efectos del frío extremo que se encuentra en las grandes
elevaciones de la Cordillera”. Más adelante señala los pormenores comunes
al típico día de trayecto: “la rutina
usual durante la jornada, en el rubro alimentación, es por lo general la
siguiente. Antes de partir, una taza de té o mate. A la diez u once, según las
facilidades para procurarse agua, se suele hacer un alto para descansar y
desayunar (…) una sopa ya preparada o carne fría…” (1). Al parecer, la comida importante se
postergaba hasta el final de la noche, y consistía en “caldos con carne hervida y papas, cebollas, etcétera (2), para
terminar (o más bien comenzar, como es el estilo sudamericano) con el asado” (3).
Previo al cruce andino propiamente dicho, resulta muy
interesante la descripción de las fincas agrícolas y bodegas que va conociendo
y visitando en el lado chileno, entre las que se destaca una en la que “contamos unas treinta enormes cubas, casi
todas llenas con diferentes cosechas. Probamos un vino blanco de cuatro años, que tuve que
considerar igual o mejor que el Sauternes o Rhin que pueda encontrarse en
Europa; en todo caso, actuó como un vigoroso tónico, y sumado a la caminata
nos dio un apetito feroz para el desayuno”. A partir de allí sigue una
atrapante narración con detalles sumamente gráficos referidos a las peripecias
sufridas en medio de las tormentas y nevadas que azotan los sectores más altos
de los Andes (incluyendo caídas de mulas a los precipicios y cosas por el
estilo), así como de las duras noches pasadas en los precarios refugios construidos para los ocasionales viajeros (4). En esas jornadas gélidas y desoladas cobran un papel preponderante ciertas bebidas altamente vigorizantes,
empezando por el mate (“no hay nada mejor
en las mañanas frías”) y siguiendo por el oporto (“puedo asegurarle al lector que nunca en mi vida he gozado de un
estimulante igual al de un largo trago de esta bebida; fue como si me hubiera
dado una nueva existencia y volvió a poner en movimiento la sangre
semicongelada en mis venas”), sin dejar de lado un improvisado ponche
caliente de coñac .
El arribo al primer núcleo urbano del territorio nacional es
desolador, ya que el autor se encuentra con una ciudad de Mendoza completamente
destruida por el terremoto de 1861, aun cuando ya ha pasado más de un año de
ese evento. Mucho más grata resulta su estancia en San Juan, donde es bien
recibido por Sarmiento y puede ocuparse de sus labores específicas. Finalmente
parte en un largo viaje por galera
(5) que lo lleva hasta Buenos Aires pasando por San Luis, el sur de Córdoba y Rosario (6). En una de esas noches relata lo siguiente: “nos vimos obligados a cenar cabritos que, aunque tiernos, debo
confesar que no fueron muy de mi agrado; los restantes hombres no mostraron los
mismos escrúpulos, y devoraron una docena de animales por lo menos”. Su
llegada a Buenos Aires corona con éxito toda una aventura viajera llena de
anécdotas, peligros y vivencias, afortunadamente conservada en una obra
literaria que vale la pena descubrir.
Notas:
(1) En varios tramos del texto Rickard advierte sobre los
peligros de ingerir ciertas carnes cuando están frías (como la de guanaco) por
ser “altamente indigestas”.
(2) Posteriormente se refiere a este mismo plato como
“cazuela”. Actualmente, en la Argentina, hablaríamos de él como un simple
puchero en su mínima expresión.
(3) En general, de cordero.
(4) Las ruinas de estos sitios pueden verse aún hoy desde
Perú hasta Cuyo. Algunos han sido reconstruidos con fines turísticos. En la
tapa de la edición Emecé del libro en cuestión se observa un dibujo al
respecto.
(5) La galera era un carruaje de pasajeros especial para
largas distancias, muy utilizado antes de la llegada del ferrocarril. Su
vigencia se extendió hasta la tercera década del siglo XX para unir ciudades y
pueblos relativamente cercanos que no estaban conectados directamente por vía
férrea. La ampliación de la red vial en la década de 1930 y la generalización
del automotor acabaron definitivamente con este viejo medio de transporte.
(6) En esa ciudad se hospeda en el Hotel del Universo, al que ensalza por sus comodidades y excelente
servicio.
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